Blogger Template by Blogcrowds

TALLER DE ESCRITURA - 20-OCTUBRE-09



Monólogo Interior:

El monólogo interior es una técnica narrativa por medio de la cual los pensamientos de los personajes son revelados de manera que parecen no estar controlados por el autor. El propósito del monólogo interior es el de revelar lo más íntimo del personaje. Esta técnica narrativa es capaz de enmarcar las experiencias emocionales mientras están ocurriendo, a nivel consciente e inconsciente. En ella, el autor opta por no distinguir entre niveles de conciencia; maneja complejos patrones de memoria, imágenes y fantasías para representar sensaciones y emociones “en bruto”. Se trata, pues, de la representación del “discurso” interior de un personaje.

El monólogo se distingue del soliloquio en cuanto que ocurre antes de cualquier verbalización, a un nivel pre-discursivo; intenta representar la naturaleza fragmentaria del pensamiento antes de ser organizado, con intenciones comunicativas, por quien lo piensa. Este nivel pre-discursivo da a la narrativa un sentido mucho mayor de realismo psicológico, de intimidad con el personaje. El lector se siente testigo presencial, no mero receptor, de sus pensamientos. Pues el monólogo interior es un flujo de la conciencia, que se encarga de presentar al lector el curso de la misma precisamente como está ocurriendo en la mente del personaje. Mediante esta técnica, el personaje parece estar (valga la redundancia) pensando sus pensamientos, más que explicándolos a alguien. Así pues, los términos flujo de la conciencia y monólogo interior se usan, muchas veces, indistintamente, sobre todo en la tradición anglosajona. Algunos autores, no obstante, distinguen el flujo de la conciencia —es decir, el fenómeno psíquico propiamente dicho—, del monólogo interior —la formulación verbal de este fenómeno.

El término monólogo interior fue usado por primera vez por el filósofo y psicólogo estadounidense William James en su libro Principios de la psicología (1890), y poco después el término se utilizó literariamente. Quizás, quien le da el máximo desarrollo al concepto de monólogo interior sea el escritor irlandés James Joyce. Éste dice haberlo descubierto en el libro Les Lauriers sont coupés del novelista francés Édouard Dujardin, quien, hablando a su vez de Joyce, define el monólogo interior como “el discurso sin auditor y no pronunciado, mediante el cual un personaje expresa sus pensamientos más íntimos, más cercanos al inconsciente, anteriores a cualquier organización lógica, es decir, en embrión, y para ello se vale de frases directas reducidas sintácticamente a lo indispensable, para dar así la impresión de ‘lo magmático’”. Joyce explora en Ulysses monólogos interiores, con los que contrasta claramente tres personajes de diferente racionamiento y clase social. El más célebre, al menos como fragmento literario autónomo, es el monólogo de Molly Bloom con el que termina el libro.

Hay otros exponentes de monólogo interior o flujo de la conciencia. La escritora inglesa Virginia Woolf, cuyas novelas Al faro y Las olas, en particular, exploran la interioridad de los personajes conservando, sin embargo, el orden gramatical y sintáctico que el monólogo joyceano desprecia. El escritor estadounidense William Faulkner, en cambio, recibió directamente la influencia del Ulysses. En El ruido y la furia y en ciertos pasajes de ¡Absalón, Absalón!, Faulkner se vale de la técnica para construir la identidad del personaje. En aquella novela, por ejemplo, el monólogo de Benjy revela su condición de retrasado mental sin jamás mencionarla directamente. Así, la narración gana en autonomía y en verosimilitud.

Escribir un monólogo con uno de los siguientes temas:

*¿Te acuerdas de mí?
*Los manuales de instrucciones

15 comentarios:

EL MANUAL DE INSTRUCCIONES

Ciento siete páginas, veintitrés idiomas y el español... ¡en chino! ¡Estos manuales de mierda que parecen escritos para abogados!…
Me senté en el suelo con un cable enrollado a cada dedo. Parecía la víctima de un electro y, sin embargo, yo me sentía como la mujer de Tarzán enrollada en lianas, dispuesta a acometer una peligrosa, difícil e importante misión: conectar los seis altavoces al equipo de música y el equipo a la corriente sin quedarme pegada al enchufe, sin que se quemaran los aparatos, sin que ardiera mi casa y sin provocar un desastre mundial.
Había dejado libres el pulgar y el índice derechos, para pasar las hojas del manual... suponiendo que fuera capaz de entender la primera.
A ver... pitorrillo rojo en agujero rojo, por detrás pitorrillo azul en agujero azul, luego el amarillo cruzando por encima del rojo y por debajo del azul, seguidamente el verde pasando por debajo, el negro uno por arriba y uno por abajo y el blanco uno por abajo y uno por arriba. ¡Qué bonito!: Me había salido una trenza.
Estaba tan contenta, tan segura de mí misma, que decidí enchufarlo. Pero...¡Nooo!, no seas tan impaciente mujer... Pasa a la página dos, no vaya a ser que la líes, que a tu hermana no le gustaría que le quemaras el piso.
Y así lo hice: pasé a la página dos. ¿Y qué encontré? Todas las líneas amontonadas unas sobre otras, formando un cauce de tinta negro y perverso, ligeramente curvado hacia arriba, como una malévola sonrisa. Pero eso no me detuvo. Pensé que podría seguir las instrucciones en alguno de los veintidós idiomas restantes. Miré en ruso, por el puro placer de ver las letras colocadas en su sitio. Y luego en albanés, en griego, en paquistaní... Me pareció entretenido ese viaje a través del mundo y, sin darme cuenta, fui desenrollando los cables de mis dedos y me los fui colocando alrededor del cuello.
Cuando llegué a las páginas en francés me emocioné, como cuando vuelves a tu ciudad después de un largo viaje y empiezas a ver paisajes conocidos. Acaricié con los dedos aquellas palabras... ¡qué tampoco conseguí entender!
Con tanto esfuerzo me entró hambre y fui a la cocina arrastrando tras de mí a los bafles, que daban tumbos sobre el suelo, y al equipo de música, que chirriaba sobre el parquet y tropezaba contra las esquinas. De una, incluso, arrancó un trozo de rodapié. Lo vi cuando me volví a mirar al perro que ladraba desesperado.
El rodapié se había quedado enganchado, por un lado, a uno de los cables y, por el otro, a la alfombra sobre la que se balanceaba, precariamente, el mueble del salón.
Tengo que reconocer que me asusté un poco pensando en mi hermana. Pero el hambre es un instinto muy primario y ella tiene un gran sentido del humor.
Seguí avanzando hacia la cocina por el estrecho pasillo en el que, para mi desgracia, se quedó atascado el armario. Entonces tiré más fuerte y fue cuando los cables se cerraron sobre mi garganta.
Como nunca antes me había asfixiado, no sabía que hacer. Nos habíamos quedado todos parados, desde los bafles hasta el perro.
De repente, me acordé de que llevaba el manual de instrucciones en el bolsillo de la bata. Lo saqué y empecé a buscar las instrucciones en castellano. Allí, en la página cuatro estaba la solución:
“En el caso de que por descuido, Ud. se haya enrollado los cables alrededor del cuello y se encuentre en riesgo de asfixia, por favor, corte los cables”. Y eso hice, justo cuando ya lo empezaba a ver todo de color rojo.
Tengo que reconocer que los manuales son muy prácticos. Ya no puedo vivir sin ellos: me he comprado uno para cada actividad, incluso para... y nunca voy al baño si él.

Mara ( Carmen Salgado Romera)- Octubre 2009

25 de octubre de 2009, 20:00  

¿NO TE ACUERDAS DE MÍ?

No fastidies tío! ¿Cómo que no te acuerdas de mí? Pero, si soy de aquí de toda la vida, lo pone hasta en mi carné de identidad. Estuve veinte años en Madrid, pero veinte años no es nada, lo dice esa canción tan antigua y famosa. Y digo yo, que será verdad, porque si no lo fuese, en tanto tiempo que tiene, ya se habría dado cuenta alguien y no la cantarían más.
Si yo iba a la clase de tu hermano pequeño cuando estaba en parvulitos. Era la que tenía el babí más chulo. De cuadritos rosas, como el de las demás, pero el mío tenía unos patitos bordados en el canesú. ¿No te acuerdas de lo que fardaba con él? Si yo fardaba mucho. Lo malo era cuando se me ensuciaba, que mi madre me lo echaba a lavar a traición mientras estaba durmiendo ¡La muy cochina! Y luego me tenía que poner el de repuesto, que no molaba nada, le faltaban los patos. Pero, en cuanto lo volvía a tener limpio, me lo ponía de nuevo y no me lo quitaba hasta la hora de dormir. Acuérdate que una vez en el recreo fuiste a llevarle el bocata a tu hermano y yo te di una chupada de mi polo de fresa.
¡No me puedo creer que no te acuerdes! Si cuando cumplí siete años te di dos caramelos a la salida y me diste dos besos. Así que te hiciste mi novio, porque como decían mis amigas cuando alguien que no es: ni amigo, ni compañero ni de la familia te da un beso es que es tu novio. Y dicen que el primer novio nunca se olvida, te puedes olvidar del segundo, del tercero, del cuarto, del quinto y de todos los demás, yo ya no me acuerdo de ninguno. Pero, del primero no me he olvidado aún, Y como no nos hemos enfadado nunca, pues todavía lo somos. Porque yo con tu hermano me he enfadado muchas veces, pero contigo ninguna. Es que tu hermano era un cochino, cuando yo me sacaba el chicle para ver lo largo que era siempre me lo quitaba y si tenía sabor se lo comía él, y si no lo tenía, me lo tiraba y lo pisaba. ¡Fíjate que mala idea! Porque a mí el chicle aunque no tuviese sabor me valía para hacer globos.
Cuando nos hicimos novios yo era muy vergonzosa, por eso salí corriendo. No porque se me hiciese tarde, aunque también, fue porque me puse colorada. Pero fíjate ahora ya no soy tan vergonzosa, me puedes morrear todo lo que quieras que no me da ninguna, ya podemos estar todo el día, toda la tarde, toda la noche: pinpán, pinpán, pinpán, que a mí no me avergüenza nada.
¿Ves como ya te acuerdas? Si lo dice todo el mundo, la primera novia nunca se olvida.

Mar Cueto Aller

1 de noviembre de 2009, 12:54  

MANUAL DE INSTRUCCIONES (TRAGEDIA)

¡Dios! ¿Por qué a ella? ¿Por qué a una persona tan inocente? Pero si la pobre criatura nunca había hecho daño a nadie. Siempre estaba dispuesta a ayudar. Ayudaba a su amiga a entender los quebrados y a plantear las ecuaciones. A su padre a cortar leña y a encender la chimenea. A mí a cocinar y a regar las plantas. Ayudaba a todo el mundo, nunca hacía daño a nadie ¿Por qué la ha tenido que suceder esto…?
¡La culpa ha sido mía! Yo fui quien dejó la caja delante de ella sin pensar que sería una tentación. ¡Dios, que desgracia! No se me ocurrió que se apresuraría a hacer los deberes para terminar antes de que yo llegase. ¡Si pudiera volver atrás!
Quisiera poder recordarla como cuando reía a carcajadas con su contagiosa risa. O cantando con su alegre voz mientras jugaba con sus amigas. ¡Pero, no puedo! ¡No puedo! Nunca podré quitarme la imagen de su cuerpo bajo las tablas y el enrojecido manual de instrucciones cubriendo su cabeza.

Mar Cueto Aller

1 de noviembre de 2009, 12:57  

¿No te acuerdas de mí?

Hoy estás tranquila, tienes un buen día y a ratos dormitas. De pronto, clavas en mí tu mirada color agua marina.

—¿Quién eres tú?
—Tranquila, abuela. Soy yo, Aurora.

Es sábado; todos los sábados vengo a verte.

Te relajas, pareces escuchar.

Nací en esta casa; llevo tu nombre. No heredé el color de tus ojos; una lástima. Acaricio tus manos, que tantas veces peinaron mis trenzas... Sí, ya sé, necesito teñirme. Una niña debe ser aseada. No lo he olvidado, sólo que a veces me da pereza.

Hace sol. La luz se filtra por la ventana y saca destellos a tus pendientes; pequeños guiños de la única coquetería que aún conservas. Siempre los has llevado. Regalo del abuelo que no conocí. De él heredé, según tú, rebeldía y afán de justicia, cosas que me acarrean más de un problema. Inútil tu silencio protector en torno a su persona, y al por qué no había ninguna tumba donde llevar flores cada primero de noviembre. “Murió lejos”. Lacónica respuesta. Tras años de tirar del ovillo, al final del laberinto, represión, resistencia, fortaleza para criar a los hijos...

Recuerdo una debilidad: el pánico afloraba en ti cuando había tormenta. Súplicas a Santa Bárbara, único icono religioso visible en toda la casa; siempre encima de la cómoda, junto a las fotos familiares y la caracola que ponías en mi oído para que oyera el mar. Lo oí antes de verlo: era como tus ojos, pero mucho más grande.

¿Te leo algo? Tú me acompañaste en mi primer día de escuela. “Aplícate. Los libros abren la mente; saber leer es una bendición”. Y un derecho negado a tantos niños de tu generación. Tu sabiduría popular deshojaba refranes, uno para cada ocasión; una tisana para cada mal. Olor a orégano, manzanilla, apio, eucalipto... Envolviendo la casa. Gente del campo, sencilla y necesaria como el pan.

Tomaría un café. Se me hace larga la tarde, pendiente de tus gestos, enfrentada a tu silencio. En otro tiempo me contabas historias de lobos, tótem hecho palabras. Ahora, un lobo negro devora tus recuerdos. Todos no; como Pulgarcito, dejaste en mí semillas, señales para seguir el camino, que esparcen tu aroma y dan frutos.

¿Dormitas de nuevo? ¿Qué telaraña te mantiene atrapada? Ay, abuela, ¿preguntas quién soy? La respuesta es fácil: alguien que te quiere mucho, aunque ya no lo sepas.

Concha Torre Bayón

1 de noviembre de 2009, 13:01  

MONÓLOGO DE UN MANUAL DE INSTRUCCIONES

Tengo un carácter difícil, razón por la que no se me entiende bien, pero creo que, quien me lea deberá poner más interés, porque yo les hablo, en muchas ocasiones, hasta en veintidós idiomas diferentes. Reconozco que, algunas veces, mi traducción no es perfecta porque acaso haya sido realizada por un hispanoparlante, que se expresan en el mismo idioma, pero con otro vocabulario.

Y cuando digo que pongan más interés no es sujetarme con esas manazas y pasar la vista por encima la explicación, así no hay quien juegue. Pero…, ¿Qué hacen mirando esa página llena de dibujitos? Eso es otro idioma, ¡CHINO!, muy bonito de ver, más por mucho que lo observen no entenderán nada. Claro, por eso muchas veces dicen: - es como si me hablaran en chino -, no había pensado que de ahí ha salido esta expresión.

Todos los aparatos, hoy en día, son inteligentes, pero deberán ser programados, ya que su inteligencia no es como la de los humanos, aunque la vuestra, en ocasiones creo que tampoco está bien programada. Y para eso estoy yo aquí, con una paciencia inmensa, porque no es enchufar tu televisor y ¡allá va…!, ¡qué se conecten los canales…! Estudiadme un poco, que es fácil, no sintáis complejos porque esto lo haga mejor un niño de diez años, pues todo tiene una explicación, es en razón de que ahora vienen con un chip metido en el cerebro, el cual, como vosotros tenéis algunos años más, en aquél entonces lejano los chips aún no estaban inventados.

Mª ignacia Caso de los Cobos Galán.

1 de noviembre de 2009, 13:06  

ÁNGELA: No te acuerdas de mí, ¿verdad? Ni siquiera soy un recuerdo para ti. Yo sí me acuerdo de ti, de lo mal que te portaste conmigo, de lo mal que me lo hiciste pasar. En aquel tiempo yo para ti era una niñata de 22 años. Una becaria que acababa de entrar en la empresa, en tu empresa, en la empresa de Don Anselmo Moral de Céspedes, más conocido por tus subordinados como ”El Rey del Mambo”. Intentaste como a todas llevarme a tu terreno, pero no lo conseguiste, y eso te dolió mucho. Durante meses, me hiciste la vida imposible.
Hoy han pasado muchos años, pero aún recuerdo, todo aquello y el daño que me hiciste. Mañana cumplo 49 años y ya no soy aquella chica ingenua y tímida que tú conociste.

(Mientras Ángela sigue recordando, se oye un estruendo. El portafotos que minutos antes sostenía en sus manos, se desliza entre ellas y cae al suelo haciéndose añicos.)

María Suárez

2 de noviembre de 2009, 22:12  

Manuales de instrucciones

Academia “Autosuficiente”
Sin problemas. Todo resuelto en una tarde.
Curso superintensivo.
Siga nuestras instrucciones y olvídese de las demás.


Tengo que darme prisa, son grupos reducidos y muy solicitados.
Una amiga me la recomendó por eficaz y económica.
Estoy tocando el timbre y me aliso el pelo, este gesto lo hago cuando estoy un poco nerviosa y es que la situación me parece un poco ridícula pero allí hay más gente.
Hola, ¿qué tal?
Muy bien. Y me quedo.
Somos cinco en clase, estamos sentados sin decir palabra.
¿Tú crees que dará resultado?-. Le digo a mi compañera de mesa.
- Creo que si, a mi vecina le funcionó todo a la primera, sin estudiar ningún libro.
A los pocos segundos entra el profesor; es un señor de mediana edad, enfundado en un traje-operario, gafas de saber mucho y bolígrafos de colores en un bolsillo superior.
Nos entrega una ficha para rellenar: nombre, domicilio, profesión y espacios en blanco para poner el número de electrodomésticos y demás aparatos que se tengan en casa con su marca y modelo correspondiente.
Toca una palmada y presto atención: un discurso rápido, seguro de si mismo, prescinde de cualquier manual y va al grano directamente.
Después de un par de horas de no se qué, me da una tarjeta:

Manuel Hermosilla
Traductor de Manuales de Instrucciones
Asistencia 24 horas- teléfono y dirección

Como estreno piso tenía pensado pasar por esa tienda gigante que venden muebles de mil tornillos para comprarme un armario pero acabo de decidir que una barra con soportes será mi guardarropa.

Blanca Areces

2 de noviembre de 2009, 23:09  

¿Te acordás de mí?


Me pregunto si te acordarás de mí, después de tanto tiempo. Yo era una de las que, cuando venía el buen tiempo, solía agarrar la bicicleta después de almorzar y recorría tu costanera de punta a punta, hasta el muelle con el Cristo, disfrutando del sol y de ese aire cargado de océano que chocaba con fuerza contra mi rostro. ¿Te dabas cuenta de que te comía con los ojos, tratando de adivinar, más allá de la línea del horizonte, siempre de color azul petróleo, ese camino por donde llegaron los barcos que te poblaron y te hicieron única?
Me pregunto si seguirás tan linda como entonces, cuando empezaba a hacerse notar la llegada del verano y aún no habían venido los turistas porteños, y nosotros, tus hijos nativos, podíamos contemplarte serena, radiante, junto a ese mar que realmente nos parecía de plata.
“Ciudad feliz”, ese es tu slogan, y quién puede discutirlo, cuando hay tan pocas ciudades en el mundo que miren al mar como lo mirás vos, abiertamente, sin recelos, fundiéndote en él en un abrazo descomunal a lo largo de kilómetros y kilómetros de playa.
Cuando acababa la temporada y nos quedábamos otra vez solos, sin el trajín y los ruidos de los visitantes, volvíamos a desempolvar nuestras bicicletas para recorrer tus entrañas, entregadas al vivir pausado de tus hijos.
¿Te acordás que había una canción que decía: “En Mar del Plata no tengo problemas, si no hay más camas me acuesto en la arena… Qué lindo que es estar en Mar del Plata, en Mar del Plata soy feliz”?
Yo lo fui.

Valeria Buono (7/11/09)


Para escuchar la canción (con imágenes de la ciudad):
http://www.youtube.com/watch?v=VhKIuehm-CU

Sobre la canción:
La canción que inmortaliza a la capital argentina del verano surgió de sus mismísimas arenas. Según la leyenda, Juan Marcelo dormía en los sótanos del Casino y en la playa, y tocaba la guitarra (mucha bossa nova) para ganarse la comida. Hasta que conoció al otro Juan (Eduardo) y formaron Juan y Juan.
Qué lindo que es estar en Mar del Plata (Juan & Juan)
Género: Canción beat
Verano del 73
Información sacada del Diario Clarín 13.01.2002

8 de noviembre de 2009, 20:40  

Monólogo exterior o soliloquio
Tema: Manual de instrucciones

¡Otra vez sopa!

(Suspiro profundo) ¡Otra vez la misma historia! Ahora voy a estar un siglo para pasar ese semáforo de mierda, y estos inútiles que tengo delante ¡están muertos y no les avisaron!... pero ¿qué hacen?... ¡por dios, qué lerdos!, ¡no tienen reflejos!, tres horas para arrancar, ¿dónde aprendieron a manejar en un curso por correspondencia?... Ya tenía que estar el pendejo de la L con todas las lucecitas prendidas como un arbolito de navidad… ¡ya te vimos, giiiiil!, ya sabemos que vas a doblar, si estás avisándonos hace dos cuadras, qué te creés, ¿que estamos ciegos?, nos toma por idiotas, el muy boludo… ¡Estoy harrrrrto!, los voy a cagar a bocinazos… (Bocina)… Sí, soy macho y qué, pelotudo mové el orto, no ves que así nos va a agarrar otra vez este puto semáforo y la concha de tu hermana, forro, qué te hacés el vivo, qué prepoteás, andá a meterle la trompa del auto a tu madre, te lo voy a hacer mierda si seguís amagando colarte, ¡AHORA PASO YO!... (Se escucha el chirriar de una goma)… Sí, sí, sí, te cagué… (Suspiro de alivio) ¡Por fin pasé ese puto semáforo!, media hora me comió el muy sorete, a ver si a algún visionario se le ocurre escribir el manual de instrucciones de cómo pasar el semáforo en verde y no morir en el intento… si al final voy a tener que ser yo el que lo escriba, el único con inteligencia superior en varios kilómetros a la redonda. ¡Ya les voy a enseñar a manejar, manga de inútiles!

Valeria Buono (11/11/09)

Diccionario argentino-español

- Pendejo: pibe, chico joven sin experiencia
- Gil: inútil
- Cuadras: calles
- Boludo: gilipollas
- Bocina: claxon
- Pelotudo: gilipollas
- Orto: culo
- Concha: coño
- Forro: inútil
- Vivo: listo, listillo
- Manga: grupo de personas

16 de noviembre de 2009, 23:16  

MANUAL DE INSTRUCCIONES
Nunca imaginé que el último día de mis vacaciones las pasaría de este modo. Tengo un nudo en la garganta desde que sonó el teléfono a las siete de la mañana. Pobre mamá, se la veía tan asustada. En cuanto he llegado, mi hermana se la ha llevado pitando a su hospital, siempre a vueltas con la tensión. Y aquí me han dejado, con la palabra en la boca y un bebe en la cuna. Sólo cuando se ha cerrado la puerta del ascensor he podido escuchar: (…) bebe bueno. Me asomo como un ladrón a la habitación y desde la puerta veo que un ser diminuto mueve las manos y los pies. En algún sitio he leído que los bebes duermen casi todo el día. Quizás esto de ser canguro de emergencia sea pan comido. Me voy a preparar un café cargado y me pondré a leer el periódico. Ni dos pasos y ya oigo el lamento de un gato. Me da miedo asomarme a la cuna pero el llanto me intimida, va in crescendo. Y ahora ¿qué hago contigo? Pareces un renacuajo a punto de explotar. ¡No te enfurezcas hombre! Si al menos trajeras manual de instrucciones. Porque eso sí, yo con un manual en las manos soy capaz de todo. Me vas a dejar sordo. Creo que no me va a quedar más remedio que cogerte. He visto en la tele como lo hacen; os cogen por debajo de los brazos, así, con los pies colgando. ¡Dios Mío! ¿Qué es esta peste? ¿Cómo puede salir un olor tan fétido de un cuerpo tan pequeño? Lo que me faltaba, cambiar un pañal. ¡Deja de llorar que eres un tío! Quizás si te hablo del partido del Oviedo te tranquilices. No, parece que no, que el tema no te interesa, ¿no serás del Sporting? En la bolsa de pañales dice que el Miki se pone por delante. Si me viera Cristina en estos momentos, quizás… las cosas hubieran sido diferentes. Yo que siempre me negué a ser padre y en cambio ahora quien me ha visto, ejerciendo de tío. Chaval ¿qué haces? no metas el pie ahí, ¡no, no, no!, espera, no des patadas que te vas a manchar. Si es que es lo que yo le decía a Cristina. Muy bonito todo, que si la cunita, la ropita y las mariconadas de turno pero luego el niño te sale, primero, llorón y, más tarde, contestón y a su bola. No tengo más que ver a los hijos de mis amigos; todos unos maleducados consentidos. Qué no, que yo hasta que no inventen el niño tamagochi nada de hijos, le dije. Y claro, Cristina me dejó, por lo del reloj biológico. Bueno chavalote has quedado estupendo, al menos te he embadurnado de polvos de talco. Ahora si te quedas calladito nos sentaremos un rato en el sofá a ver la tele que, de eso, te puedo enseñar un rato.

ÁNGELA MARTÍNEZ DUCE

17 de noviembre de 2009, 17:42  

No te acuerdas de mí

Mis más turbios pensamientos son como la pleamar, lo anegan todo hasta la extenuación.
- Recuerdo aquel novio que tuviste, es más, pido casi todos los días por él, ¡pobre!
- ¡No te enteras de nada! Nunca te enteraste, ni siquiera lo intentaste en tu vida.
Me plantó porque era demasiado buena; pero… ¿para qué seguir?, tampoco te importaría.
Fuiste una nebulosa en mi infancia. Cuando estuve aparcada en aquel colegio de monjas, jamás sentí unas migajas de afecto allí. Mi adolescencia te pilló mayor y creo que supuso un alivio para ti cuando partí fuera a estudiar el bachiller. Después la carrera me alejaba aún más.
Mi matrimonio nunca lo superaste. Como el perro del hortelano, “ni lo come ni lo deja comer”.
Pronto aquellas pequeñas, extensión de nosotros mismos; siempre objeto de comparación y divisiones.
El tiempo pasó sin agradarte en nada. Como seres inútiles de paso que sólo conservan perfiles vacíos por dentro.
Los muros de aquella residencia se me antojaron como una fortaleza que me hacía sentir a salvo. Te contemplaba en medio semiderrotada, sin inmutarme, asustada de la propia frialdad.
Con tu vista perdida en aquellos lejanos trigales y aún más allá, en los cipreses de puntas desmechadas; repetías de continuo,”tres árboles, tres picos, uno más alto, dos y tres”.
Te pregunté mi nombre.”Luisa” añadiste; ¿por qué Luisa? Por enredar.


Tere Fuertes

17 de noviembre de 2009, 18:20  

Te acuerdas de mí?

La habitación estaba en penumbra. Logre ver tu figura a través de una luz tenue que provenía del pasillo y se filtraba suavemente alumbrando tu lecho. Me asuste: mi corazón se aceleró, ya pensaba en lo irremediable, ¡tan pronto!. Al mismo tiempo me culpaba de no haberme enterado primero de tu recaída y claro también culpaba a los demás de no haberme avisado con tiempo. Dijeron que te molestaba la luz, que se debía de hablar bajo y muy breve. Entre y me acerque a tu cabecera: tus ojos estaban abiertos dirigían su mirada hacia mí, acaricie tu cabeza, tu rostro, te dí un beso en la frente y muchos besos más de parte de las personas que te quieren y están ausentes. Cuando hablaba….creo que llegaste a conocerme por el tono de la voz, no sé, pues giraste la cabeza y levantabas tu mano izquierda hacia mí, esperando una caricia, un apretón o quizás que te trasmitiera algo de vida con el contacto de mis manos, o te sujetabas a la vida sin querer partir. Dentro de tu semi-inconsciencia ¿no te acuerdas de mí?.....-qué digo-.....si estas agonizando ¡no importa!, yo siempre me acordare de ti.



Pola de Lena 28 de octubre de 2009
Guillermina Castañón Escalada

19 de noviembre de 2009, 8:05  

EL CAÑO EN LA SIEN


Siempre me preguntas por qué no fui al funeral de Juan. Ese infausto domingo, cuando el sol acababa de esconderse, sonó mi móvil, y tu voz, casi ininteligible por el llanto, me dijo: -Pablo, Juan se mató y me dejó una nota que dice que nos quiere mucho a los niños y a mí-. Mudo. Así estaba, mientras pensaba que él otra vez había seguido el manual de instrucciones, buen hijo, buen padre, buen marido y buen amante. No podía soportar el verte apoyada y consolada por todos, cuando yo debía llorar mi amor en silencio, una vez más. El único que me acompañó sin preguntas, sin juzgarme fue mi mejor amigo Jack Daniel’s. Lo siento hermanita, te quiero… me voy a buscar a Juan.

Cari Colado

15 de diciembre de 2009, 22:45  

¿NO TE ACUERDAS DE MI?

Al regreso de las vacaciones mi primera visita es para ti. Has oído el timbre y miras hacia la puerta que traspaso. Estás como siempre : sentada en tu butaca al lado de la camilla, arropada por su falda. Sobre la mesa un vaso de agua, un jarrón con rosas amarillas, tus preferidas y un libro encuadernado en piel verde , que yo te regalé hace muchos años. Ya no lo lees , pero de vez en cuando buscas su contacto.
Una leve sonrisa cuelga de tus labios. Es tu signo de identidad. Tus ojos del color de la miel, antes tan chispeantes, se posan sobre mí. Parecen vacíos, como si fueran de cristal.
Hago sonar La Novena de Beethoven, que nos envuelve con su magia. Me siento frente a ti. Tomo tus manos entre las mías y las acuno sobre mi regazo. Sigues callada y pareces ausente. Estamos piel con piel y nos separa el infinito. Mientras aprieto tus manos, que has abandonado a mis caricias, te pregunto ¿ No te acuerdas de mí. La luz de un relámpago rasga tus pupilas. La respuesta es inmediata y silenciosa. Buscas con prisa mi fotografía de novia en un extremo del salón. La contemplas despacio y respondes a la presión de mis dedos. Dos gruesas lágrimas se despeñan por tus rugosas mejillas.
Sigue sonando nuestra banda sonora que ya no percibes. ¡Cómo vibrabas con su último movimiento! Nada te altera. Te has instalado al otro lado de la consciencia, donde es probable que no haya sonidos ni colores. Han pasado setenta minutos, la música cesa. Tus labios siguen dibujando una sonrisa. Las ventanas de tu alma dejan caer los párpados. Tu semblante irradia una intensa paz.

PEPA RUBIO BARDÓN

27 de diciembre de 2009, 21:51  

Precioso relato, Pepa, le das voz a los que ya no tienen voz, a veces tristemente olvidados. Me emocionó leerlo!

18 de enero de 2010, 21:22  

Entrada más reciente Entrada antigua Inicio