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DECALOGO DE ANTONIO PEREIRA


En el delicioso prólogo a Me gusta contar, una selección de sus mejores relatos que Antonio Pereira publicó en 1999 para el Taller de Mario Muchnik, reconocía graciosamente una verdad dolorosa que a muchos cuentistas les cuesta aceptar: que se dedicó a escribir cuentos no por razones sólo literarias, sino porque no tenía tiempo. "Mi vida es de poco parar -dice-, y siempre he tendido a vivirla antes de ponerme a imaginar la de los otros. Me acompañan ejemplos ilustres. Don Juan Manuel andaba del coro al caño, del Reino de Navarra al Reino de Murcia, así escribió los apólogos relampagueantes de El conde Lucanor en vez de una historia extensa como el Quijote. El cuentista y preceptor de cuentistas Horacio Quiroga apenas produjo más que cuentos y, ¡qué casualidad!, se desempeñaba al mismo tiempo de colono por la selva, cultivaba algodón en el Chaco, tenía negocios de carbón..." Así no puede escribirse una novela.

El maestro Pereira se echó al barro de los decálogos con el suyo propio y socarrón, una pequeña maravilla humorística en tono menor a la que, por supuesto, no hay que obedecer, aunque contenga más sabiduría y miga de lo que parece.


1. Lo primero es tener una historia que contar. Sin esto, nada.

2. Hay que profundizar en ella, que no se quede en anécdota, chascarrillo, ocurrencia.

3. Extender la historia mientras no peligre el sagrado efecto único. (Poe). Se puede nutrir la historia, pero no hincharla.

4. Cuidar el comienzo, entrando rápido en el tema. El final sabe cuidarse solo.

5. Que siempre haya expectativa. ¡Algo va a ocurrir!

6. Si dudas entre dos palabras, elige la más clara. Si hay empate, quédate con la menos prestigiosa.

7. Explotar la voz imaginada del narrador, un cuento es la ficción de una voz.

8. El narrador no lo sabe todo, conviene fingir dudas, a lo Cunqueiro: "Pidió una de las famosas sopas hanseáticas, una sopa de nueces, por ejemplo, o el rabo de buey..."

9. El novelista puede ser altanero. El cuentista debe ser cordial y amistoso.

10. Debe serlo incluso cuando escribe prólogos.

(Leído en El clavo en la pared)

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