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BIBI-LA-BIBISTE; RAYMONDE LINOSIER


 
PEQUEÑA NOTICIA:

 

(Novela “minimalista”, acaso emparentada con las nouvelles a trois lignes, de Fénéon, dedicada por Linossier a su amigo de infancia Francis Poulenc. Tras una corta edición de 50 ejemplares hecha realidad gracias al entusiasmo de la esposa de Paul Birault (que también se animó a editar los caligramas de Apollinaire), Ezra Pound la publicó en la Little Review. Se sabe poco de Linossier, aparte de que era miembro de los potassons —así bautizados por Léon-Paul Fargue—, quienes solían reunirse en la librería de Adrienne Monier La maison des amis des livres, en París. La propia Monnier definiría Bibi-la-Bibiste como alternativa, avant  la lettre, al dadaísmo.)

 
 
 
BIBI-LA-BIBISTE

 

Raymonde Linossier

 

 

Capítulo Primero
La infancia


Su nacimiento fue igual que el de los demás niños.
Es por eso que la llamaron Bibi-la-Bibiste.

(Así transcurrió la infancia de Bibi-la-Bibiste)


Capítulo segundo
La adolescencia


La sangre fluía roja por sus arterias y negra por sus venas. (1)

(Así transcurrió la adolescencia de Bibi-la-Bibiste)


Capítulo Tercero
El amor


Cuando tenía dieciséis años ya trabajaba en un taller.
—¡Ay!... Me pica la nariz! —exclamó.
—Te ama un viejo —respondieron sus compañeras, a la vez que interrumpieron su canción.
Entonces, una violenta emoción se apoderó de ella y su corazón dio un vuelco en su pecho.

(Así fueron los amores de Bibi-la-Bibiste)


Capítulo Cuarto
La decepción


Salió.
Por la calle, llena de gente, los ancianos pasaban en gran número. Bibi-la-Bibiste los examinaba con ansiedad. Pero nadie respondió a su llamada. Tan solo uno le dirigió una mirada ardiente, y éste era joven.
No queriendo contradecir los misteriosos designios de la Fatalidad (2), Bibi-la-Bibiste continuó su camino.

(Así fue la decepción de Bibi-la-Bibiste)


Capítulo Quinto
La cortina


En la cama de un hospital murió Bibi-la-Bibiste. Al igual que María su patrona y que Juana de Arco, era virgen. Sin embargo en su ficha habían anotado: "Sifilítica".
¡Oh, la magia de una mirada amorosa!

(Este es el último y más trágico capítulo de la novela Bibi-la-Bibiste)

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(1) Cf. Caustier, Anatomie et physiologie animale et végétale.
(2) Pondríamos "Providencia" si la novela estuviera destinada a La Croix.

 
Traducción de Fernando Fonseca

 

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ POR MARTA SANZ

No conocí personalmente a Gabriel García Márquez. Nunca le llamé Gabo ni hoy puedo contar anécdotas que certifiquen nuestra familiaridad, nuestra relación entrañable, su calidad humana y literaria. Estoy en la misma posición que cualquiera de ustedes: soy una lectora que va a echar de menos a uno de los escritores fundamentales de la segunda mitad siglo XX. No conocí a García Márquez ni pude llamarlo Gabo –ni mucho menos Gabito- y, pese a todo, el colombiano es de esos autores que sí me habría gustado conocer en persona. Tomar con él un cafetito o un ron o cualquier cosa que a él le agradara. No suelo experimentar este tipo de deseos muy a menudo. No soy mitómana y algunos escritores a quienes admiro desde un punto de vista literario me producen cierta aprensión humana. A veces es mejor evitar desilusionarse.
Pero a García Márquez sí me habría gustado estrecharle la mano. Hablar con él de política y literatura, de la realidad y sus ficciones, de los hilos que conectan lo uno con lo otro. De lo que él se propuso hacer. Me lo imagino casi siempre en posiciones intensas y alegres: inhalando el aroma de una cala rojísima, besando el pico de un colorido guacamayo, pulsando con fuerza e ímpetu las teclas de su máquina de escribir en su ejercicio del periodismo, bailando un vals, fumándose un aromático puro, haciéndole la corte con gran entrega dramática a una muchacha, luciendo una guayabera de un blanco nuclear, discutiendo apasionadamente o escribiendo a la vez con pausa y prisa una colección de  excelentes novelas.
La luz y los epígonos
Los escritores fundamentales de cualquier periodo suelen serlo para bien y para mal. La sombra de García Márquez es alargada y se proyecta sobre un amaneramiento en la escritura y una sobrevaloración de lo maravilloso que llevó la mano o poseyó, como un súcubo travieso,  a escritores y escritoras carentes de la originalidad y la fuerza cosmovisionaria del Nobel colombiano.
Epígonos que, llenos de admiración y buenas intenciones, se intentaron apropiar de una mirada y un lenguaje que no eran suyos, y se los colocaron encima como aquella princesa que se cubrió con la piel de un asno: la diferencia es que la princesa del cuento quería esconderse mientras los epígonos de García Márquez usan un vestido de mal corte para hacer ostentación de su vacío. Los epígonos escribieron adornos y sonsonetes; escribieron de fantasmas familiares y de la superposición de los distintos estratos del tiempo, y lo hicieron de un modo rutinario porque hay escrituras tan singulares y primigenias que cualquier imitación es mala.
En ese sentido, García Márquez ha hecho tanto daño a la literatura universal como Salinger: desde la publicación de El guardián entre centeno, ciertos autores confundieron la figura del escritor, del narrador y del personaje, y se pusieron a escribir siguiendo aparentemente la estela de Holden Caulfield.
Confundieron la sencillez con la tontería. La incomunicación y el sentimiento de pérdida con las rutinas metafóricas. O con la vulgaridad. Somos humanos: la excusa de esas repeticiones –no se puede reducir la intrepidez a muletilla- tiene que ver con el deslumbramiento. Porque era mucha la luz de los textos de García Márquez y es muy posible que sean sus epígonos quienes más se acuerden de él.
El ‘best seller’ de calidad
Hay otro aspecto en el que creo que García Márquez y sus libros nos han hecho mucho bien y mucho daño. El éxito del autor de Cien años de soledad modifica el significado de la figura del escritor y de su reconocimiento social, e inaugura un concepto que altera los cánones literarios: el best seller de calidad.
Se subraya la idea de que la calidad y la venta masiva no son términos antagónicos y de que no siempre las moscas vuelan hacia la caca: a veces mueren atraídas por la miel. Hablo del bien y del daño porque creo que es bueno que la gente lea. Pero no cualquier cosa: cartones de los corn-flakes, revistas del corazón, sagas crepusculares. Conviene leer selectivamente. Con el impulso de aprender mientras uno se ríe o se desasosiega, se emociona o sufre.
Leer por debajo de las alfombras y de lo obvio poniendo en su lectura lo mejor y lo peor de sí mismo… A la vez, sospecho que el éxito comercial genera un tipo de lógica megalómana y cuantitativa que interfiere en el juicio estético, lo populariza demagógicamente y dificulta el emprendimiento de ciertas aventuras. El acto de leer se convierte en una actividad que fundamenta su prestigio en la moda, en la publicidad, en la convicción de que la cultura viste y de que ciertas temporadas unas prendas se llevan más que otras: prêt-à-porter de realismo mágico –no confundir con lo real maravilloso-, las it girls del chick-lit, novela negra y gabardina para el invierno nórdico...
Tal vez ese estado de cosas no es responsabilidad de los García Márquez del mundo, sino un modelo de industria cultural que ha hecho del espectáculo su exclusiva razón de ser. 
La muerte anunciada
La familia del escritor anunciaba la debilidad de su salud. La inminencia de la muerte. El fin. Una de las novelas que más me sobrecogen de García Márquez es Crónica de una muerte anunciada. En ella el autor revela un inmenso talento para la narración apretando la exuberancia dentro del mecanismo de un reloj suizo.
Los lectores leen el texto con la esperanza ingenua de que el autor se atreva a hacer trampas. El lector lee con la incredulidad de que Santiago Nasar pueda morir, pese a la advertencia del título, y recorre dolorosamente las estaciones del asesinato de Santiago como un paso procesional: recorre todo lo que pudo haber sido y no fue.
Si el lector es inteligente, corroborará que la xenofobia y la diferencia de clases son más poderosas que la fatalidad o el estupro. Que la responsabilidad de muchas muertes violentas es coral: los matarifes son a su manera víctimas, los chivos expiatorios de una irrefrenable ansia comunitaria.
Cuando la familia del escritor sale a la palestra para que la muerte de Gabo no le pille a nadie desprevenido, volvemos a ser ese lector que confía en los milagros y necesita que le hagan la trampa, el truco de magia: el lector que necesita que le saquen la moneda de detrás de la oreja. Pero ya sabemos que los milagros no existen y que los magos –sobre todo los prestidigitadores del lenguaje, los que hacen salir elefantes de la bañera y le dan tres vueltas de tuerca al mismo final espectacular- son una pandilla de embaucadores. También sabemos que Gabriel García Márquez no es un escritor de esa especie.  
La realidad poliédrica
Aunque a veces pienso que no hay más allá de la sociología de la literatura, me imagino la cabeza de Gabriel García Márquez esculpida en piedra con rayos que le salen de la frente. Como un Zeus olímpico con mucha imaginación y un gran sentido del humor. Tonante y selvático. Cosmogónico.
El escritor construye una realidad compuesta de vivos y muertos, relatos y hechos inamovibles, rumores y certezas, folletines y actas notariales, paisajes evocados y enmascarados por nombres que al mismo tiempo existen y no existen, explotados y explotadores, mujeres y hombres que empiezan a copular casi desde el mismo momento en que se miran a los ojos: Aurelianos y José Arcadios, en conocimiento bíblico, incestuoso y endogámico, copulan con Amarantas, Úrsulas, con Remedios la Bella y con esa Rebeca que se come la tierra y la cal de las paredes y, con el ruido de su masticación, nos trae a la memoria a la Blimunda del Memorial del convento de Saramago quien, a su modo, fue practicante de un realismo ibérico-mágico…
Los libros de García Márquez recogen el magisterio de William Faulkner: la cartografía de un espacio mítico –Yoknapatawpha o Macondo- y una lengua que es capaz de revelar simultáneamente el fuera y el dentro de los personajes. García Márquez escribe con una lengua precisa, autóctona y universal, antiquísima y ultramoderna, que se mezcla extrañamente para enfocar lo real con una luz nunca imaginada. Trescientos cincuenta vatios de potencia.
Con sus novelas el Nobel colombiano coloniza un territorio que conoce bien y lo refunda para descubrirlo y transformarlo. Construye una realidad poliédrica que, no obstante, está recorrida por la indeleble conciencia de la Historia y de todas las historias que la van tejiendo. También de las historias de amor más sobresalientes: como el triángulo entre Fermina Daza, Juvenal Urbino y Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera.
Muchas son las novelas de García Márquez: La hojarasca, El coronel no tiene quien lo escriba, El general en su laberinto... Tal vez hoy sea un buen momento de recuperar alguna. Leyendo Cien años de soledad, no se sabe si Aureliano es uno y trino, o una sucesión de Aurelianos que se descomponen y se reafirman dentro de un reflejo. La identidad de la saga o la saga de la identidad.
La descomposición de los límites entre el yo y el nosotros, lo que se recuerda y se vive, el individuo y la comunidad, el paisaje y el país. Todo eso está en la literatura de Gabriel García Márquez. Aunque Dios no exista, pueden servirnos las supersticiones, una especie de fe en la cultura o en la energía que no se destruye y solo se transforma: tal vez leer un libro de Gabriel García Márquez hoy funcione como un conjuro capaz de devolvérnoslo.

EL CONFIDENCIAL  17/04/2014

ELENA PONIATOWSKA PREMIO CERVANTES 2014

Soy la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes, creado en 1976. (Los hombres son treinta y cinco.) María Zambrano fue la primera y los mexicanos la consideramos nuestra porque debido a la Guerra Civil Española vivió en México y enseñó en la Universidad Nicolaíta en Morelia, Michoacán.
Simone Weil, la filósofa francesa, escribió que echar raíces es quizá la necesidad más apremiante del alma humana. En María Zambrano, el exilio fue una herida sin cura, pero ella fue una exiliada de todo menos de su escritura.
La más joven de todas las poetas de América Latina en la primera mitad del siglo XX, la cubana Dulce María Loynaz, segunda en recibir el Cervantes, fue amiga de García Lorca y hospedó en su finca de La Habana a Gabriela Mistral y a Juan Ramón Jiménez. Años más tarde, cuando le sugirieron que abandonara la Cuba revolucionaria respondió que cómo iba a marcharse si Cuba era invención de su familia.
A Ana María Matute, la conocí en El Escorial en 2003. Hermosa y descreída, sentí afinidad con su obsesión por la infancia y su imaginario riquísimo y feroz.
María, Dulce María y Ana María, las tres Marías, zarandeadas por sus circunstancias, no tuvieron santo a quién encomendarse y sin embargo, hoy por hoy, son las mujeres de Cervantes, al igual que Dulcinea del Toboso, Luscinda, Zoraida y Constanza. A diferencia de ellas, muchos dioses me han protegido porque en México hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte. Contamos con un dios para cada cosa y no con uno solo que de tan ocupado puede equivocarse.
Del otro lado del océano, en el siglo XVII la monja jerónima Sor Juana Inés de la Cruz supo desde el primer momento que la única batalla que vale la pena es la del conocimiento. Con mucha razón José Emilio Pacheco la definió: “Sor Juana/ es la llama trémula/ en la noche de piedra del virreinato”.
Su respuesta a Sor Filotea de la Cruz es una defensa liberadora, el primer alegato de una intelectual sobre quien se ejerce la censura. En la literatura no existe otra mujer que al observar el eclipse lunar del 22 de diciembre de 1684 haya ensayado una explicación del origen del universo. Ella lo hizo en los 975 versos de su poema “Primero sueño”. Dante tuvo la mano de Virgilio para bajar al infierno, pero nuestra Sor Juana descendió sola y al igual que Galileo y Giordano Bruno fue castigada por amar la ciencia y reprendida por prelados que le eran harto inferiores.
Sor Juana contaba con telescopios, astrolabios y compases para su búsqueda científica. También dentro de la cultura de la pobreza se atesoran bienes inesperados. Jesusa Palancares, la protagonista de mi novela- testimonio “Hasta no verte Jesús mío”, no tuvo más que su intuición para asomarse por la única apertura de su vivienda a observar el cielo nocturno como una gracia sin precio y sin explicación posible. Jesusa vivía a la orilla del precipicio, por lo tanto el cielo estrellado en su ventana era un milagro que intentaba descifrar. Quería comprender por qué había venido a la Tierra, para qué era todo eso que la rodeaba y cuál podría ser el sentido último de lo que veía. Al creer en la reencarnación estaba segura de que muchos años antes había nacido como un hombre malo que desgració a muchas mujeres y ahora tenía que pagar sus culpas entre abrojos y espinas.
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Mi madre nunca supo qué país me había regalado cuando llegamos a México, en 1942, en el “Marqués de Comillas”, el barco con el que Gilberto Bosques salvó la vida de tantos republicanos que se refugiaron en México durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas. Mi familia siempre fue de pasajeros en tren: italianos que terminan en Polonia, mexicanos que viven en Francia, norteamericanas que se mudan a Europa. Mi hermana Kitzia y yo fuimos niñas francesas con un apellido polaco. Llegamos “a la inmensa vida de México” —como diría José Emilio Pacheco—, al pueblo del sol. Desde entonces vivimos transfiguradas y nos envuelve entre otras encantaciones, la ilusión de convertir fondas en castillos con rejas doradas.
Las certezas de Francia y su afán por tener siempre la razón palidecieron al lado de la humildad de los mexicanos más pobres. Descalzos, caminaban bajo su sombrero o su rebozo. Se escondían para que no se les viera la vergüenza en los ojos. Al servicio de los blancos, sus voces eran dulces y cantaban al preguntar: “¿No le molestaría enseñarme cómo quiere que le sirva?”
Aprendí el español en la calle, con los gritos de los pregoneros y con unas rondas que siempre se referían a la muerte. “Naranja dulce,/ limón celeste,/ dile a María/ que no se acueste./ María, María/ ya se acostó,/ vino la muerte/y se la llevó”. O esta que es aún más aterradora: “Cuchito, cuchito/ mató a su mujer/ con un cuchillito/ del tamaño de él./ Le sacó las tripas/ y las fue a vender./ —¡Mercarán tripitas/ de mala mujer!”
Todavía hoy se mercan las tripas femeninas. El pasado 13 de abril, dos mujeres fueron asesinadas de varios tiros en la cabeza en Ciudad Juárez, una de 15 años y otra de 20, embarazada. El cuerpo de la primera fue encontrado en un basurero.
Recuerdo mi asombro cuando oí por primera vez la palabra “gracias” y pensé que su sonido era más profundo que el “merci” francés. También me intrigó ver en un mapa de México varios espacios pintados de amarillo marcados con el letrero: “Zona por descubrir”. En Francia, los jardines son un
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pañuelo, todo está cultivado y al alcance de la mano. Este enorme país temible y secreto llamado México, en el que Francia cabía tres veces, se extendía moreno y descalzo frente a mi hermana y a mí y nos desafiaba: “Descúbranme”. El idioma era la llave para entrar al mundo indio, el mismo mundo del que habló Octavio Paz, aquí en Alcalá de Henares en 1981, cuando dijo que sin el mundo indio no seríamos lo que somos.
¿Cómo iba yo a transitar de la palabra París a la palabra Parangaricutirimicuaro? Me gustó poder pronunciar Xochitlquetzal, Nezahualcóyotl o Cuauhtémoc y me pregunté si los conquistadores se habían dado cuenta quiénes eran sus conquistados.
Quienes me dieron la llave para abrir a México fueron los mexicanos que andan en la calle. Desde 1953, aparecieron en la ciudad muchos personajes de a pie semejantes a los que don Quijote y su fiel escudero encuentran en su camino, un barbero, un cuidador de cabras, Maritornes la ventera. Antes, en México, el cartero traía uniforme cepillado y gorra azul y ahora ya ni se anuncia con su silbato, solo avienta bajo la puerta la correspondencia que saca de su desvencijada mochila. Antes también el afilador de cuchillos aparecía empujando su gran piedra montada en un carrito producto del ingenio popular, sin beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y la iba mojando con el agua de una cubeta. Al hacerla girar, el cuchillo sacaba chispas y partía en el aire los cabellos en dos; los cabellos de la ciudad que en realidad no es sino su mujer a la que le afila las uñas, le cepilla los dientes, le pule las mejillas, la contempla dormir y cuando la ve vieja y ajada le hace el gran favor de encajarle un cuchillo largo y afilado en su espalda de mujer confiada. Entonces la ciudad llora quedito, pero ningún llanto más sobrecogedor que el lamento del vendedor de camotes que dejó un rayón en el alma de los niños mexicanos porque el sonido de sus carritos se parece al silbato del tren que detiene el tiempo y hace que los que abren surcos en la milpa levanten la cabeza y dejen el azadón y la pala para señalarle a su hijo: “Mira el tren, está pasando el tren, allá va el tren; algún día, tú viajarás en tren”.
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Tina Modotti llegó de Italia pero bien podría considerarse la primera fotógrafa mexicana moderna. En 1936, en España cambió de profesión y acompañó como enfermera al doctor Norman Bethune a hacer las primeras transfusiones de sangre en el campo de batalla. Treinta y ocho años más tarde, Rosario Ibarra de Piedra se levantó en contra de una nueva forma de tortura, la desaparición de personas. Su protesta antecede al levantamiento de las Madres de Plaza de Mayo con su pañuelo blanco en la cabeza por cada hijo desaparecido. “Vivos los llevaron, vivos los queremos”.
La última pintora surrealista, Leonora Carrington pudo escoger vivir en Nueva York al lado de Max Ernst y el círculo de Peggy Guggenheim pero, sin saber español, prefirió venir a México con el poeta Renato Leduc, autor de un soneto sobre el tiempo que pienso decirles más tarde si me da la vida para tanto.
Lo que se aprende de niña permanece indeleble en la conciencia y fui del castellano colonizador al mundo esplendoroso que encontraron los conquistadores. Antes de que los Estados Unidos pretendieran tragarse a todo el continente, la resistencia indígena alzó escudos de oro y penachos de plumas de quetzal y los levantó muy alto cuando las mujeres de Chiapas, antes humilladas y furtivas, declararon en 1994 que querían escoger ellas a su hombre, mirarlo a los ojos, tener los hijos que deseaban y no ser cambiadas por una garrafa de alcohol. Deseaban tener los mismos derechos que los hombres.
“¿Quien anda ahí?” “Nadie”, consignó Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”. Muchos mexicanos se ningunean. “No hay nadie” —contesta la sirvienta. “¿Y tú quien eres?” “No, pues nadie”. No lo dicen para hacerse menos ni por esconderse sino porque es parte de su naturaleza. Tampoco la naturaleza dice lo que es ni se explica a sí misma, simplemente estalla. Durante el terremoto de 1985, muchos jóvenes punk de esos que se pintan los ojos de negro y el pelo de rojo, con chalecos y brazaletes cubiertos de estoperoles y clavos arribaban a los lugares siniestrados, edificios convertidos en sándwich, y pasaban la noche entera con picos y palas para sacar
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escombros que después acarreaban en cubetas y carretillas. A las cinco de la mañana, ya cuando se iban, les pregunté por su nombre y uno de ellos me respondió: “Pues póngame nomás Juan”, no sólo porque no quería singularizarse o temiera el rechazo sino porque al igual que millones de pobres, su silencio es también un silencio de siglos de olvido y de marginación.
Tenemos el dudoso privilegio de ser la ciudad más grande del mundo: casi 9 millones de habitantes. El campo se vacía, todos llegan a la capital que tizna a los pobres, los revuelca en la ceniza, les chamusca las alas aunque su resistencia no tiene límites y llegan desde la Patagonia para montarse en el tren de la muerte llamado “La Bestia” con el sólo fin de cruzar la frontera de Estados Unidos.
En 1979, Marta Traba publicó en Colombia una “Homérica Latina” en la que los personajes son los perdedores de nuestro continente, los de a pie, los que hurgan en la basura, los recogedores de desechos de las ciudades perdidas, las multitudes que se pisotean para ver al Papa, los que viajan en autobuses atestados, los que se cubren la cabeza con sombreros de palma, los que aman a Dios en tierra de indios. He aquí a nuestros personajes, los que llevan a sus niños a fotografiar ya muertos para convertirlos en “angelitos santos”, la multitud que rompe las vallas y desploma los templetes en los desfiles militares, la que de pronto y sin esfuerzo hace fracasar todas las mal intencionadas políticas de buena vecindad, esa masa anónima, oscura e imprevisible que va poblando lentamente la cuadrícula de nuestro continente; el pueblo de las chinches, las pulgas y las cucarachas, el miserable pueblo que ahora mismo deglute el planeta. Y es esa masa formidable la que crece y traspasa las fronteras, trabaja de cargador y de mocito, de achichincle y lustrador de zapatos —en México los llamamos boleros—. El novelista José Agustín declaró al regresar de una universidad norteamericana: “Allá, creen que soy un limpiabotas venido a más”. Habría sido mejor que dijera “un limpiabotas venido a menos”. Todos somos venidos a menos, todos menesterosos, en reconocerlo está nuestra fuerza. Muchas veces me he preguntado si esa gran masa que viene caminando lenta e inexorablemente desde la Patagonia a Alaska se pregunta hoy por hoy en qué grado depende
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de los Estados Unidos. Creo más bien que su grito es un grito de guerra y es avasallador, es un grito cuya primera batalla literaria ha sido ganada por los chicanos.
Los mexicanos que me han precedido son cuatro: Octavio Paz en 1981, Carlos Fuentes en 1987, Sergio Pitol en 2005 y José Emilio Pacheco en 2009. Rosario Castellanos y María Luisa Puga no tuvieron la misma suerte y las invoco así como a José Revueltas. Sé que ahora los siete me acompañan, curiosos por lo que voy a decir, sobre todo Octavio Paz.
Ya para terminar y porque me encuentro en España, entre amigos quisiera contarles que tuve un gran amor “platónico” por Luis Buñuel porque juntos fuimos al Palacio Negro de Lecumberri —cárcel legendaria de la ciudad de México—, a ver a nuestro amigo Álvaro Mutis, el poeta y gaviero, compañero de batallas de nuestro indispensable Gabriel García Márquez. La cárcel, con sus presos reincidentes llamados “conejos”, nos acercó a una realidad compartida: la de la vida y la muerte tras los barrotes.
Ningún acontecimiento más importante en mi vida profesional que este premio que el jurado del Cervantes otorga a una Sancho Panza femenina que no es Teresa Panza ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona que tanto le gustaba a Carlos Fuentes, sino una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan.
Niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes caminan al lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, “ir más allá de la propia vida, estar en las otras vidas”.
Por todas estas razones, el premio resulta más sorprendente y por lo tanto es más grande la razón para agradecerlo.
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El poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos.
A mi hija Paula, su hija Luna, aquí presente, le preguntó: —Oye mamá, ¿y tú cuántos años tienes?
Paula le dijo su edad y Luna insistió:
—¿Antes o después de Cristo?
Es justo aclararle hoy a mi nieta, que soy una evangelista después de Cristo, que pertenezco a México y a una vida nacional que se escribe todos los días y todos los días se borra porque las hojas de papel de un periódico duran un día. Se las lleva el viento, terminan en la basura o empolvadas en las hemerotecas. Mi padre las usaba para prender la chimenea. A pesar de esto, mi padre preguntaba temprano en la mañana si había llegado el “Excélsior”, que entonces dirigía Julio Scherer García y leíamos en familia. Frida Kahlo, pintora, escritora e ícono mexicano dijo alguna vez: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”.
A diferencia de ella, espero volver, volver, volver y ese es el sentido que he querido darle a mis 82 años. Pretendo subir al cielo y regresar con Cervantes de la mano para ayudarlo a repartir, como un escudero femenino, premios a los jóvenes que como yo hoy, 23 de abril de 2014, día internacional del libro, lleguen a Alcalá de Henares.
En los últimos años de su vida, el astrónomo Guillermo Haro repetía las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Observaba durante horas a una jacaranda florecida y me hacía notar “cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”. Esa certeza del estrellero también la he hecho mía, como siento mías las jacarandas que cada año cubren las aceras de México con una alfombra morada que es la de la cuaresma, la muerte y la resurrección.
Muchas gracias por escuchar.

Discurso completo de Elena Poniatowska Premio Cervantes 2014


Rafael Chirbes, con su obra En la orilla, y Antonio Hernández con Nueva York después de muerto, han ganado hoy los Premios Nacionales de Crítica Literaria 2014 en las categorías de novela y poesía, respectivamente.
La alcaldesa de Logroño, Concepción Gamarra, y el presidente del jurado del Premio Nacional de Crítica Literaria, Ángel Basanta, han dado hoy a conocer el fallo de la 56 edición, en un acto en el que también han participado el secretario de la Junta Directiva de la Asociación Española de Críticos Literarios, Enrique Turpín; y la concejala logroñesa de Cultura, Pilar Montes.
La Asociación concede este galardón desde el año 1956 y se otorga a los mejores libros de narrativa y poesía publicados en España el año anterior, tanto en castellano como en gallego, euskera y catalán.
Así, en lengua catalana se ha premiado la novela de Pep Coll Dos taüts negres i dos de blancs (Dos ataúdes negros y dos blancos) y la obra de poesía Alba del vespre(Alba de la noche), de Carles Duarte.
Los premios en lengua gallega han correspondido a la novela de Anxos Sumai A lúa da colleita (La luna de la cosecha) y al poemario de Berta Dávila Raíz da fenda (Raíz de la grieta).
Por último, el galardón en narrativa vasca ha sido para Nevadako egunak (Días de nevada) de Bernardo Atxaga y para la obra poética en dos partes Heriotzarenataria dugu bizitza (La vida es el pórtico de la muerte) y Bizitzaren atea dukegu heriotza (Acaso la muerte sea el umbral de la Vida) de Joxan Artze.
En representación del jurado, José María Pozuelo ha detallado que la novela de Rafael Chirbes profundiza en la crisis moral y de valores que ha provocado la especulación inmobiliaria en la costa mediterránea, hasta dejar en la orilla a muchas víctimas y construir "una sociedad injusta y falsa".
Chirbes ha sabido representar las "angustias y zozobras" de los que han sufrido las consecuencias de esa crisis, con un estilo "cuidado", en el que alterna los discursos interiores y exteriores de unos personajes concebidos en su dimensión coral, ha agregado.
Según el jurado, ha sabido retratar la realidad social de este país como en su día Víctor Hugo reflejó la de París y Charles Dickens la de Londres.
Por su parte, el también componente del jurado Santos Domínguez ha explicado que Antonio Hernández, quien ha sido premiado por Nueva York después de muerto, es "uno de los autores más sólidos de la poesía española del último medio siglo".
Con este título recoge el proyecto frustrado con el que Luis Rosales pretendía cerrar su obra, pero una enfermedad se lo impidió, y, así, realiza un doble homenaje: al "maestro" y también a Federico García-Lorca, "maestro del maestro", ha detallado.
Nueva York después de muerto es un libro "sorprendente y arriesgado", en el que, según el jurado, el autor recoge un cruce de vidas y destinos que acaban en la ciudad de la muerte y de la aurora, con columnas de cieno y aguas podridas.
El presidente del jurado del Premio Nacional de Crítica Literaria, Ángel Basanta, ha recordado que este galardón es el único que se otorga a obras literarias publicadas en las cuatro lenguas oficiales del país y ha resaltado el gran trabajo desempeñado por los 21 miembros del jurado.

LA SED DE SAL; GONZALO HIDALGO BAYAL


 
 

Busqué por los entresijos de la memoria la continuación, pero no di con ella, pues no soy dado a rimas y ni a conjuntos de retórica, como decía un profesor que tuve, a rimes y ridetes. El espíritu está pronto, pero la mente es flaca y la lírica es esquiva. La vida sólo es soportable, decía, porque es combinación de comedia y drama: malo es que haya sólo drama y peor aún que sólo haya comedia(y yo diría que subrayaba con sorna la palabra comedia). Así que me limité a contemplar mi estado, los despojos de mi estado, sobre la maqueta aciaga que extendía a mis pies el anticipo de mi perdición. Todo esto será tuyo si postrado me adorares, dije abarcando con la mano tanto residuo de abastos. Al cabo de mucho rato, cuando la propia compasión me había llevado hasta tales abismos de abatimiento que ya no podía inspirarme más lástima (había hablado en voz alta dos o tres veces, me estoy volviendo loco, dije), se me ocurrió recoger del suelo una bola de papel, de forma mecánica, sin mayor interés, arrugada, estrujada, y la fui abriendo y alisando.

LA SED DE SAL, Gonzalo Hidalgo Bayal, Tusquets Editores.

DÍA DEL LIBRO

Con motivo del día del libro, el jueves 24 de abril, en el Salón de Actos de la Biblioteca Ramón Pérez de Ayala, la Asociación de AMIGOS DE LA BIBLIOTECA DE ASTURIAS celebrará los siguientes actos:.


18:00 HORAS Lectura de microrrelatos por parte de los integrantes de los talleres de la biblioteca.

19:00 horas  Proyección de un documental sobre Bolaño.

20:00 horas Lectura dramatizada de una obra inédita de Juan José Sánchez Martos  por parte del taller de lectura dramatizada del la biblioteca del Naranco.

Entrada libre hasta completar aforo.
 

AUDEN

SI PUDIERA DECIRTE

El tiempo dirá tan sólo: "Ya te lo dije."
Sólo el tiempo conoce el precio que hemos de pagar;
Si yo pudiera decírtelo, te lo haría saber.

Si debiéramos sollozar cuando los payasos hacen un número,
Si debiéramos tropezar cuando tocan los músicos,
El tiempo dirá tan sólo:" Ya te lo dije."

No hay fortunas que predecir, no obstante,
Porque te amo más de lo que puedo expresar,
Si pudiera decírtelo, te lo haría saber.

Los vientos deben venir de alguna parte cuando soplan
                                                      Debe haber razones por las que las hojas se pudren;
                                                      El tiempo dirá tan sólo: " Ya te lo dije".

                                                      Tal vez las rosas quieran crecer,
                                                      Tal vez la visión quiere en verdad permanecer
                                                      Si pudiera decírtelo te lo haría saber.

                                                       Supongamos que los leones se levantan todos y se fueran.
                                                       Y que todos los arroyos y los soldados huyeran;
                                                       ¿Dirá el tiempo algo que no sea ya te lo dije?
                                                       Si pudiera decírtelo te lo haría saber.


Auden, Poemas escogidos, versión de Antonio Resines, colección Visor de poesía

NO TAN INCENDIARIO; MARTA SANZ

LA MISIÓN IMPOSIBLE

Por Peio H Riaño   El Confidencial 23/3/2014

Algo ha pasado para que Marta Sanz se agarre a la libreta y levante un corpus sobre la necesidad de la independencia económica y moral de la cultura. Escrito sin cordialidad, lejos del protocolo y la ternura: “Tendría que ser más dulce. Un cordero de los que tienen la boca llena de colmillos y el paladar forrado del pelo de la bestia. Alguien que da gato por liebre. O que las mata callando”. Un pequeño apunte estilístico irónico que aclara el jarabe de palo con el que ha escrito No tan incendiario, un breve ensayo publicado por la editorial Periférica que descubre a la Sanz menos correcta, más asertiva. Ha pasado del “yo creo que” al “debería”.
¿Y cuál es la misión (imposible) de la cultura? Dejar de ser inofensiva e intrascendente. Sin amarguras, ni antipatías, Marta Sanz afila su agudo sentido crítico para montar un ideario contra el autor que elude, a favor del que alude. Un manifiesto sin pancarta. Una proclama de la palabra que compromete. Un discurso sobre las condiciones morales de las políticas culturales frente a las industrias culturales. Una reivindicación del discurso abiertamente político. Un gozo para la inteligencia. Una declaración contra la (aparente) neutralidad, contra lo inofensivo y lo intrascendente. Una aclaración de lo que es cultura y lo que es ocio.
Marta Sanz propone que escribamos textos, no sólo 'historias'. Que sorteemos la trampa posmoderna de la idolatría del entretenimiento sin caer en el polo contrario de la 'cultura erudita'
Y un cierre que demuestra que lo poético y político no se llevan mal: “El mundo ha cambiado, pero no tanto como nos quieren hacer creer; siguen existiendo los ricos y los pobres, los explotados y los explotadores, los alienados, los usureros, los que se lavan la conciencia, los que buscan ser coherentes y encuentran cada vez más dificultades y, en este mundo que no ha cambiado tanto como pretenden hacernos creer, ciertos modos literarios han adquirido la textura del cartón piedra y la curvatura complacida del estómago agradecido”.
EL BUENO: LA MOLESTIA
Marta Sanz, colaboradora de este periódico, reclama restaurar el vínculo entre la cultura y su dimensión social y educativa. Le resulta llamativo que no nos escandalicemos ante la idea de halagar al público, y educarlo sea impensable. “La cultura popular no es lo mismo que la cultura basura. La cultura popular es aquella capaz de reflejar problemáticas que afectan a las comunidades, las hacen visibles entre las interferencias del televisor”. Vamos, que la cultura popular no es la cultura fácil, que la popular no tiene por qué ser un objeto de consumo.



“Dormimos sobre camas de pinchos; vivimos en contractura permanente; asumimos la normalidad del estrés”. Y tan ricamente. ¿Y la cultura qué dice de todo esto? “No molestar”. Asumimos que la cultura ha de ser un bálsamo, que no nos toque las narices porque suficiente tenemos con lo que tenemos. Queremos un alivio, un analgésico, por favor. No necesitamos una experiencia cultural que se refiera a la solidaridad, a la libertad, a la igualdad, a la fraternidad, a la humanidad y al humanismo. Que no nos recuerde todas las tareas que tenemos pendientes.
“La urgencia de complacer al mercado –es decir, al lector que compra en grandes superficies- limita la capacidad de asunción de riesgos, de observación, de reflexión, el sentido crítico, los intentos de desvelar una realidad angustiosa”. Así que no debe extrañarnos que el producto cultural sea efímero y volátil, algo leve que al tirar de la cadena desaparezca por ahí.
EL FEO: LA COMPLACENCIA
Uno de los aciertos del ensayo es degenerar el género. Tan poco académico como solvente. En su intención de acercar los postulados, de renegar del clientelismo retórico endogámico, son las fuentes que utiliza para avanzar con sus pensamientos. Cita a la televisión, entrevistas de revistas de  moda, cita a Humpty Dumpty, el huevo de Lewis Carroll: “Lo importante no es lo que las palabras significan, lo importante es saber quién es el que manda. Eso es todo”.
El que manda es el que hace de su ideología la dominante. Sin embargo, Marta Sanz se queja de la falta de conciencia crítica contra ese discurso impuesto: “Cada vez se asume con mayor naturalidad la connivencia entre cultura y negocio, así como la noción demagógica del lector como consumidor cultural, como cliente a quien el artista-bufón complace, recrea, deleita, impermeabiliza de las agresiones de la vida cotidiana”.
Dejar de complacer es dejar de sobrevivir, es tener un acceso mucho más difícil el acceso al mercado y a la comunidad. Todo acceso de rebeldía contra el discurso dominante es entendido como incómodo y molesto. Y es expulsado de inmediato. Porque molesta. Un ejemplo para mostrar cómo se abren las aguas de la complacencia: ¿Es preferible Albert Pla a la exposición de PIXAR en CaixaForum? La blasfemia es la política, pero no la de los políticos, la política que refleja nuestras carencias, nuestros defectos, la que nos muestra lo feos que somos. Y que podríamos mejorar.
EL MALO: LA POSMODERNIDAD
Marta Sanz ha limitado todo cuidado y asepsia. El exceso de higiene mancha. Y debilita la salud. Este es un pequeño artefacto que mancha, porque la cultura, lo cultural, profana, jode, alumbra, revela y rebela, descubre. No confirma, no complace, no entretiene. O sí, pero esa no es su única intención.

Propone escribir “textos que duelan”. Frente a las visiones “edulcoradas” de la realidad. Dulces e inofensivas como una tostada de… Nocilla. “Toda literatura debería doler”. La autora propone el rechazo de esas “bonitas perspectivas irónicas”, que no son más que cortinas de humo que no causan molestias. La quintaesencia de la “corrección política”.
“Propongo que escribamos textos, no sólo “historias”. Que sorteemos la trampa posmoderna de la idolatría del entretenimiento sin caer en el polo contrario de la “cultura erudita”, de la cultura ladrillo, endogámica y endoliteraria, la cultura de círculos viciosos que, hablando de ella misma, evita hablar de cualquier otra cosa –la vida, la realidad, el mundo-, esa cultura tan reconocible en las poéticas actuales”.
La autora de Daniela Astor y la caja negra (Anagrama) asegura que nadie salió indemne de la posmodernidad y que ahora toca reivindicar la desprestigiada figura del autor y recuperar la verdad. Guarda una bala más contra el “enemigo”: “Los productos culturales propios de una deshonesta ideología que juega a no serlo –la posmodernidad- apuntalan valores como el desprestigio de la racionalidad, invalidez de los lenguajes”.

POR RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN

 EL CONFIDENCIAL 29/03/2014

 

'True Detective' o el mal como contaminación


 

 
 

 

 
 
A menudo, desde que publiqué La ofensa en 2007, se me ha interrogado acerca de la razones de mi interés por el problema del mal. De dónde surge esa obsesión. Por qué su recurrencia en la escritura. Mi respuesta ha abundado en una doble consideración: antropológica por un lado, psicológica por otro. Estoy convencido de que la pregunta por el mal es inseparable de la pregunta por nuestra condición como especie, de que la radicalidad de su presencia en el mundo tiene que ver con nuestra más íntima sustancia, de que el mal es inalienable de aquello que, acaso ingenua y fallidamente, podríamos llamar "la naturaleza humana".
Y si la literatura no es otra cosa que un inmenso expediente acerca de esa naturaleza, de sus condiciones de posibilidad, de sus luces y sombras, de sus logros y miserias, entonces la pregunta por el mal resulta ineludible. La existencia objetiva del mal, su tangibilidad, su fisicidad, su encarnación histórica, tanto a nivel colectivo como individual, es una evidencia en la aventura del homo sapiens. Pero junto a esta terquedad antropológica, existe una dimensión psicológica que hace de la pregunta por el mal un tema delicadísimo. Me refiero al doble movimiento de proximidad y lejanía, de fascinación y repulsión, de familiaridad y ajenidad que en nosotros provoca la existencia del horror. Porque el horror nos acoge y nos expulsa; el horror es comunista y solipsista; el horror nos congrega y nos atomiza.
David Fincher rodó dos películas que ilustran tanto la dimensión antropológica de la maldad como su impacto psicológicoEl cine, como depósito por antonomasia del imaginario de nuestro tiempo, ha hecho de esta filiación simbólica uno de sus centros de escrutinio. Basta pensar en la obra de autores tan dispares como Michael Haneke, Abel Ferrara o David Cronenberg, situados en antípodas estilísticas, para entender lo que insinúo. O considerar la obra de uno de los grandes directores de la industria de Hollywood, cuyas películas disponen de enormes presupuestos y se enmarcan en lo que podríamos denominar el mainstream del cine americano. Estoy hablando de David Fincher, autor de dos películas paradigmáticas y hasta cierto punto complementarias que ilustran tanto la dimensión antropológica de la maldad como su impacto psicológico.
Seven y Zodiac conforman una bilogía sobre la huella indeleble que la maldad inscribe en la conciencia humana. De hecho, ambas películas admiten ser contempladas como haz y envés de una investigación detallada y fecunda en torno al problema de problemas.
En Seven, una película deslumbrante desde una perspectiva operística, la naturaleza estética del crimen somete, subordina y al final asfixia la reflexión moral del proyecto. La estética de la película es tan afilada que los clímax que cada asesinato procura, la ritualización de los siete pecados capitales, termina por devorar el profundo pesimismo y la meditación agonística que la película atesora. Seven continúa siendo un gran espectáculo, pero su voluntad estética defenestra las posibilidades de su discurso filosófico.
Fincher, que la filmó en 1995, pudo salvar ese conflicto entre plasmación e idea años más tarde, cuando en 2007 rodó Zodiac, la cara paradójicamente oscura de la anterior orgía de sangre. Y escribo paradójicamente porque, si bien Zodiac es una película de la que la violencia está prácticamente ausente, resulta mucho más angustiosa y perturbadora que su predecesora. Fincher ilustró con esta película que el entramado del horror es más demoledor cuando sus consecuencias no se muestran de facto, sino que son sugeridas en la vida de quienes se ven afectados, aunque sea de modo tangencial, por su clima.
La superioridad como obra de arte de Zodiac se funda sobre esa evidencia. El discurso intelectual de su desarrollo hace que su contenido sea mucho más intenso que cualquier demostración de crueldad al uso. Las sombras hieren más que los cuerpos. La angustia de los periodistas y policías cuyas vidas se ven abducidas por un carrusel de crímenes provoca en el espectador un reconocimiento preclaro de lo que el mal provee. Fincher muestra así en esta inmensa película el elemento capital y devastador del mal: su poder contaminante, su fuerza de irradiación, la evidencia de su capacidad pandémica.
El último éxito de la cadena HBO, entre cuyas series de producción propia figuran Los Soprano y The Wire, ha sido la primera temporada de True Detective, la lectura del escritor y guionista Nic Pizzolatto a propósito del problema de la maldad, un nuevo hito en la consideración de semejante motivo como crisol de la condición humana.
True Detective es una magnífica representación del mal como abismo, y una no menos fiel réplica de las bondades y defectos sugeridos en torno a la bilogía de Fincher. El interés de la obra, que aborda la peripecia de dos policías a lo largo de más de una década, dos hombres vinculados por una serie de crímenes y desapariciones de niños, adolescentes y jóvenes en el estado de Luisiana, concita nuestra mirada en torno a lo que sucede en el interior de las personas obligadas a convivir con la maldad. El detective metafísico (Rusty Cohle/Matthew McConaughey) y el detective pragmático (Marty Hart/Woody Harrelson) reproducen, a su manera, la estructura de la buddy movie: dos caracteres distintos, en puridad antitéticos, que permiten un registro amplio, prolijo y contradictorio de la realidad mientras intentan desentrañar un misterio.

En su última novela, la notable Los hemisferios, Mario Cuenca Sandoval propone una interesante tesis: "Las tramas son mercados de emociones en los que el vendedor regatea con el comprador y no le permite marcharse sin comprar algo […]. Las tramas son capitalismo puro […]. Las tramas son falsificaciones, imposturas de la inteligencia humana, porque transmiten al mundo la idea de que la existencia tiene significado, dirección, propósito".
El nudo intelectual de la serie es la semántica del terror, su capacidad para redimensionar cada acto y decisión en las vidas que se vinculan a su presenciaEs notable advertir cómo en True Detective los acentos argumentales —herméticos, enrevesados, a menudo engorrosos— distraen, debilitan y vulneran el fenomenal contrapunto que la cosmovisión de los personajes procura. La conclusión de la serie, en ese sentido, confirma aquel diagnóstico de Borges en virtud del cual la solución al enigma es siempre inferior al enigma planteado. Porque lo que menos importa en True Detective es quién y cómo ha urdido los crímenes que vertebran la peripecia. La caracterización del enésimo psicópata no aporta nada, o muy poco, salvo un cierto color local, el habitual patois de cada submundo de oscuridad, al nudo intelectual de la película: la semántica del terror, su capacidad para redimensionar cada acto y decisión en las vidas que se vinculan a su presencia, la plasticidad psicológica de los perseguidores.
True Detective es inolvidable como competición filosófica y prescindible como obra de misterio. Cuando la acción se aquieta y la obsesión por resolver su trama queda fuera de campo, la potencia conceptual de su escritura y el trabajo de dos actores en estado de gracia estalla en una figuración admirable. La serie cobra entonces un sentido fascinante. Para ello se necesita muy poco, apenas dos hombres en el interior de un coche, un bar o una habitación, hablando en un espaciotiempo inajenable: la conciencia confusa pero al tiempo diáfana de que la vida es un lugar oscuro y fatal.
True Detective funciona desde esa óptica como un drama bergmaniano sobre esa hora del lobo que a todos acecha, y como espectador he tenido la sensación, por momentos mágica, de que la serie podría haberse articulado como un conjunto de sucesivos cuadros meditativos sin afuera, sin suspense, sin finalidad, como un simposio platónico que, en vez de reflexionar sobre el amor, la belleza o la virtud, lo hiciera sobre el mal, la muerte y el sinsentido, un ruido de fondo en torno al malestar casi cósmico que acosa a dos espíritus muy distintos, a los que en la impecable escena de clausura, bajo la bóveda de las estrellas, acaba uniendo un sentimiento cercano a la amistad, la forma más bella y tolerable de la piedad.

CHEMA MADOZ


REGAR LO ESCONDIDO un documental dirigido por  Ana Morente. En él se alterna los testimonios de amigos y colaboradores de Chema Madoz con diversas sucesiones de imágenes del fotógrafo y apariciones de Chema Madoz. 

ESCRIBIR UNA NOVELA POR FERNANDO ARAMBURU

Cinco consejos de Fernando Aramburu para escribir una novela sobre la marcha



 
 
Ya me gustaría a mí saber confeccionar decálogos, pero no soy montañero. Ni me ha sido dado escalar el Sinaí ni les profeso afición, en cualesquiera materias, incluyendo la estética, a las tablas de la ley. Si no dispongo de reglas, ¿cómo voy a ofrecer mandamientos? Lo único que tengo son recetas y acaso un método. Con ambos me las apaño mal que bien en la cocina literaria. Y para no hacer un feo a quienes me han pedido que descubra mis trucos de novelista, aquí van los pocos que conozco.
Pero antes una cosa. Considero legítimo concebir una historia, si no completa, al menos en sus partes principales, y luego trasladarla a texto. Así trabajaba Émile Zola, según me han dicho. O sea, que el experimentado novelista elaboraba un esquema del argumento, establecía de antemano la división de los capítulos, ideaba un desenlace, reunía notas y a continuación se lanzaba a redactar. En el proceso de veinte días despachaba la tarea.
Yo no trabajo (¿trabajo?) así. La naturaleza me hizo rumiante, parsimonioso, repasador, y llevo mi libro por dentro como las vacas. Conque mis pocas recetas para escribir novelas sin argumento previo alcanzan a lo sumo para un pentálogo. ¿Cómo transformar en páginas escritas una historia de la que uno no conoce sino las ganas de escribirla? ¿Cómo culminar tan peregrino proyecto sin confiárselo a la caprichosa y mal gobernable improvisación? Le revelaré a usted cinco arbitrios que me suelen ayudar a recorrer el camino.


1.- Discurra lo primero de todo un motivo generador de episodios. He aquí el famoso hilo, tirando del cual se obtiene la madeja. Piense, si necesita modelos, en las maravillosas Crónicas de Indias. Llegan unos esforzados individuos a un territorio ignoto. Acto seguido, usted los pone a protagonizar en forma escrita, de acuerdo con una estructura (división en partes, proporción de los capítulos, turnos de los narradores, etc.), interesantes peripecias hasta el adecuado desenlace. O imagine a un hidalgo de pueblo que sale al campo, convencido de ser un caballero de novela, en compañía de un aldeano parlanchín. Haga que conversen y les sucedan aventuras, y burla burlando tendrá usted materia para al menos dos novelas.

2.- Adopte una perspectiva de la narración. O lo que es lo mismo, busque quien le cuente su novela. Puesto que hay mucha gente en paro, dé trabajo a más de uno; no sea cicatero. Evite el error de confundirse con sus narradores. No son usted. Usted no es Cide Hamete Benengeli. Menos humos. Elija con cuidado al personal, ya que un relato consiste por fuerza en la voz que narra.

3.- Obligue a su narrador o narradores a transmitir una determinada personalidad a la escritura. No me sea seco, copista de copistas, subalterno de los hábitos lingüísticos de su ciudad. Asigne a quien le cuente su novela algún estado de ánimo, sométalo a unas determinadas circunstancias, aun cuando el texto no mencione ni una cosa ni otra. Imagine, por ejemplo, que su narrador acaba de enviudar y está murrioso (o alegre), o que tiene nueve años y se expresa con candor infantil. Si no me cree, lea el Lazarillo, lea La plaza del Diamante, lea Pedro Páramo, y pregúntese por qué estos textos tienen un encanto especial.

4.- Escoja asimismo, en consonancia con la cláusula precedente, un registro lingüístico específico, si es preciso creado para la ocasión. Desconfíe de los comisarios de la literatura, aficionados a podar cuanto sobresalga de la estricta línea de sus certidumbres. No se crea la filfa del estilo transparente. Sea libre, denos algo que sin usted no habría existido en el mundo, no se resigne a escribir toda su vida como hablan Manolo y Pepi la del cuarto, ni siquiera en el supuesto de que usted sea Manolo o Pepi la del cuarto. Para hacer lo que hace todo el mundo, mejor apúntese a un coro.

5.- Pueble convenientemente su novela. No empiece sin haber suscitado en sus pensamientos cierta familiaridad con los personajes principales. Hágase el ánimo de que los conoce desde hace largo tiempo. Los secundarios ya se irán agregando por el trayecto. Puesto que no tiene usted prefijados el planteamiento, el nudo ni el desenlace, fíe la trama entera a las acciones, diálogos y pensamientos que se deriven de las relaciones que establezcan entre sí sus personajes. Considere que de dichas relaciones (sobre un fondo, claro está, de problema, conflicto, enigma, conquista o deseo por satisfacer) irá surgiendo paulatinamente su historia, la que usted, como sus lectores, desconocía al principio a pesar de ser el autor. No se preocupe si la referida historia le sale descompensada o defectuosa puesto que no actúa usted ante un público. Ya corregirá.
Colocados los utensilios y los ingredientes encima de la mesa, puede usted empezar a cocinar su novela. No olvide que se afana para otros. De no ser así, si prevé usted comerse su propio guiso, entonces olvide este pentálogo, haga lo que le salga de los.

Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) es autor de novelas como Viaje con Clara por Alemania (Tusquets, 2010) y de libros de cuentos como Los peces de la amargura (Tusquets, 2006). Su última novela, Ávidas pretensiones (Seix Barral), ganó el premio Biblioteca Breve 2014.

Por Eduardo Jordá  Revista digital fronterad


Gil de Biedma escribió esta sextina a finales de 1961 o principios de 1962. Su estado de ánimo por aquella época era gloomy, lúgubre, por decirlo con una de esas palabras inglesas que tanto le gustaba usar en su conversación. El poeta tenía 32 años y vivía un momento vital complicado (aunque uno puede preguntarse si hubo algún momento en la vida de Gil de Biedma que no fuera complicado). A comienzos de los 60, no había ninguna esperanza racional de que la oposición democrática fuera capaz de derribar el franquismo. Gil de Biedma también estaba cansado de su trabajo como ejecutivo en la Compañía de Tabacos de Filipinas. Era consciente de que se había terminado su juventud y de que ya no podía vivir como la “joven promesa de la literatura”. Además, su situación sentimental era tan inestable y confusa como siempre. En aquellos años mantenía una relación amorosa con un hombre al que Miguel Dalmau llama Jorge Vicuña en su biografía Jaime Gil de Biedma (Circe, 2004), pero la relación tampoco pasaba por sus mejores momentos. El poeta sentía una mezcla de rabia, impotencia y desesperación. Estaba insatisfecho con la asfixiante política española, con su vida y con su trabajo.
       Conocemos el estado de ánimo de Gil de Biedma por sus maravillosas cartas a Juan Ferraté, un hombre de una inteligencia tan deslumbrante como la del poeta (las cartas están publicadas por El Acantilado en 2009). “En cuanto a mí -escribía Gil de Biedma-, 1962 ha sido hasta ahora desastroso y complicado en todos los aspectos –desde el fisiológico hasta el sentimental- y tengo cada vez más la sensación de hundirme en este pantano deprimente de la falta de ganas”.
       Gil de Biedma eligió una sextina para expresar su opinión política porque desconfiaba de la poesía demasiado directa o declamatoria. No quería ser un poeta social con un megáfono en la boca, sino otra cosa, algo más complejo y más sutil. De hecho, su análisis de la situación política de aquellos años era de una clarividencia apabullante, tanto que ni uno solo de sus comentarios ha perdido actualidad cincuenta años más tarde. En abril de 1962, por ejemplo, le escribió a Ferraté este retrato de la España de entonces: “Parece que España, que es un país feudal que no ha tenido feudalismo, y un país burgués que jamás ha hecho la revolución burguesa, se prepara a ser un país neocapitalista sin gran capitalismo. Vamos a la economía de consumo, pero de un consumo mínimo: nuestro porvenir consiste en convertirnos en el menos desarrollado de los países desarrollados. Es decir: adquiriremos nuevas miserias y nuevos defectos sin perder ninguno de los antiguos”. Es difícil encontrar un análisis tan certero de la historia de España, incluso de la España actual que Gil de Biedma no pudo llegar a conocer.
       Cuando Gil de Biedma le envió esta sextina por carta a Juan Ferraté, éste le manifestó una cierta reticencia hacia el contenido político. Ferraté era un liberal escéptico que había vivido la Revolución Cubana y que no se hacía muchas ilusiones sobre las efusiones revolucionarias. Gil de Biedma quiso explicarle por qué había escrito esta sextina y por qué había elegido una forma estrófica tan complicada: “Sólo mediante un esquema formal enrevesado, y lo más gratuito posible, puede hoy un poeta español escribir un poema sobre España que no resulte absolutamente tonto, por la sencilla razón de que es imposible escribir sobre España un buen poema moderno”. Gil de Biedma no quería escribir un poema más con unas cuantas consignas políticas y un grito más o menos desesperado con el que desahogarse. No quería ser un poeta tonto. Quería un poema complejo que le permitiera dar su opinión sobre una realidad muy compleja. Y si no fuera por la complejidad técnica del poema, nunca habría escrito esta Apología y petición.
       La sextina es una forma estrófica medieval inventada por el trovador provenzal Arnaut Daniel. Consta de seis estrofas de seis endecasílabos blancos, que terminan siempre con las mismas seis palabras, sólo que en un orden distinto en cada estrofa. Cada nueva estrofa empieza por la misma palabra con que termina la estrofa anterior. Y en la contera final de tres versos tienen que aparecer las seis palabras que han sido usadas como rimas. En España escribieron sextinas Fernando de Herrera y Cervantes, pero Gil de Biedma se inspiró más bien en una sextina renacentista inglesa de Sir Philip Sydney y en una moderna de Ezra Pound.
       La sextina de Gil de Biedma tuvo mala suerte. Formaba parte del volumen Moralidades, pero la censura lo prohibió y tuvo que ser editado en México en 1966. Nada más salir de la imprenta, el almacén de la editorial Joaquín Mortiz donde se guardaba la primera edición se inundó y se perdieron casi todos los ejemplares. Los pocos que se salvaron los tuvo que distribuir el propio Gil de Biedma entre sus amigos y conocidos. La sextina no se publicó en España hasta la edición de Poemas póstumos en 1968. Quizá no haya un destino más ajustado para un poema dedicado a “este país de todos los demonios”.
       Leído hoy en día, el poema resuena con nuevos ecos y nuevas inflexiones. Y los demonios, por desgracia, todavía están ahí.


 
 
 
Apología y petición                                                                                                                             
 
      
Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia? 

De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza. 

Nuestra famosa inmemorial pobreza,
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres. 

A menudo he pensado en eso hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo h epensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí importa un mal gobierno. 

Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
debe y puede salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios. 

Porque quiero creer que no hay demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia,
son hombres quienes han vendido al hombre,
los que le han convertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España. 

Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia.

 Jaime Gil de Biedma
                                                    

CICLO "ENSAYO:LEER,ESCRIBIR"

Ciclo «Ensayo: leer, escribir»
 
Presenta y modera: Miguel Casado

Mesa redonda «Ensayo y crítica literaria»

con Walter Cassara, Antonio Ortega y Esther Ramón
Jueves 3 de abril a las 19:30 horas en Enclave de libros, c/ Relatores, 16


 

prácticas. Ahí se situaría esta mesa redonda, en la preocupación por el tipo de relaciones que la

crítica establece con las obras de las que se ocupa y en la posibilidad de que la crítica se constituya

también, con variable autonomía, como escritura.

Los participantes:


Walter Cassara es poeta, crítico y editor. Sus últimas publicaciones son Nostalgia y otros poemas

(2011) y el libro de ensayos El oído del poema (2011).

Antonio Ortega es poeta y crítico. Es autor de la antología poética La prueba del nueve (1995) y del

libro de poemas Arenario (1998).

Esther Ramón es poeta, crítica y profesora de literatura creativa. Su último libro de poesía es Caza

con hurones (2013).




 
Organiza: Libros de la resistencia




 

 

 
 

 

 

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