Blogger Template by Blogcrowds

PREFERIRÍA NO HACERLO




Una vez más, tenemos que lamentar una muerte.
Tristes días estos.
Sensación de orfandad, de que nada volverá a ser igual mientras la vida discurre como siempre. La muerte es el columpio donde se mece la vida. ¿O era lo contrario?

Juan Cruz escribe en El país:
"En el mundo que vivo, en el que me he hecho, se está produciendo una devastación. En los dos últimos días hemos perdido sucesivamente a dos personas fundamentales en la historia literaria a la que nos acercamos a principios de los años setenta. El viernes murió Rafael Conte y anoche murió José-Miguel Ullán. He escrito para el periódico una semblanza de José-Miguel y empiezo precisamente por señalar esta devastación. Como señala hoy Elvira Lindo en su columna dominical de EL PAÍS, uno de los defectos de las necrológicas es atribuir al fallecido la identidad del que lo describe.

Es algo contra lo que se debe luchar, e intento hacerlo. Confieso que es difícil hacerlo así a veces, porque muchas veces la propia identidad se ha ido haciendo con o gracias a otras identidades. Ullán fue el primer escritor no canario que conocí; enviaba colaboraciones precisas, exactas, escritas con una enorme profundidad literaria, al periódico en el que yo entonces estaba, El Día de Tenerife, y luego le conocí en París, quizá en 1972, camino de Neuchatel, Suiza, donde hubo un encuentro literario en el que también conocí a Ignacio Gómez de Liaño y a Saúl Yurkievich. Ullán fue para mi un deslumbramiento especial. Su inteligencia se juntaba con su ironía, y ambos factores eran un arma poderosísima ante la que tú tenías muy poco que hacer. Era muy emocionante su relación con su madre, y con Vilarino de los Aires, su pueblo de Salamanca. En París vivía un exilio peculiar: había dejado España en 1966 (la fecha no la he puesto en mi crónica de EL PAÍS, lo siento) porque no quiso hacer aquí el cuartel, que hizo más tarde, en la democracia, diez años más tarde, y en Tenerife, además. En ese exilio parisino fue un agitador cultural, un periodista, un poeta... Bueno, muchas de esas cosas las cuento hoy en EL PAÍS. Ahora registro aquí la emoción reiterada de la pérdida este día en que de nuevo la devastación hace sombra sobre el paisaje. Y es una sombra cruel, una nube negra y definitiva, concreta. Como decía mi madre cuando se producía un suceso del que no había regreso: de aquí adelante no hay más puerto".

JUAN CRUZ RUÍZ
(http://blogs.elpais.com/juan_cruz/2009/05/jos%C3%A9miguel-ull%C3%A1n-una-devastaci%C3%B3n-.html)

A LA HORA DE ESCRIBIR



George Orwell escribió un ensayo titulado La política y la Lengua inglesa (1946), en el que estableció 6 reglas para una escritura eficaz. El autor remarca que no considera el empleo literario de la lengua, sino simplemente el lenguaje como un instrumento para la comunicación. ¿Cómo comunicar de una manera eficiente nuestras ideas?

1.- Nunca use una metáfora, un símil, u otra figura retórica de las que estamos acostumbrados a leer o escuchar. Sobre todo las frases hechas demasiado manidas que han dejado de transmitir alguna emoción. Cuando utilicemos imágenes, han de ser frescas y poderosas.

2.- Nunca use una palabra larga donde pueda emplear una corta. Este recurso no hace parecer más culto si no se usa hábilmente. Puede ofrecer el resultado inverso y resultar pedante o arrogante, además de que probablemente dificultará la comprensión por parte del receptor.


3.- Si es posible recortar una frase, eliminar una palabra, siempre hay que hacerlo. Cualquier palabra que no contribuya a dar el significado exacto en un paso más corto, diluye su poder. Menos es siempre mejor.

4.- Nunca use la pasiva donde se pueda usar la voz activa. Aunque en castellano el uso de la pasiva es más limitado, al igual que en inglés las formas verbales activas son mejores en tanto que más cortas y directas.

5.- Nunca use una frase extranjera, una palabra científica, tecnicismo o una palabra de jerga si puede utilizar un equivalente de la lengua habitual. Hay que pensar en un receptor medio y no especializado si queremos que nuestras ideas lleguen a un mayor número de público.

6.- Rómpase cualquiera de estas reglas en cuanto den como resultado una expresión extraña.


Ya lo sabéis: a la hora de escribir, todos los consejos pueden ser válidos, pero al final sólo estamos la hoja en blanco y nosotros.

Microficciones IV

Uno de los aspectos claves de la narración es ¿quién cuenta? La decisión del escritor de narrar en primera, segunda o tercera persona no es fortuita.
La fuerza del yo radica en su verosimilitud.
En la segunda persona se sobresalta al lector que se siente aludido.
La tercera persona cuenta desde fuera la acción, conoce cada pensamiento y cada acción de los personajes.


Reescribir en primera persona el siguiente texto del libro “Nada que hacer, Monsieur Baruch” de Julio Ramón Ribeyro.

“El cartero seguía echando por debajo de la puerta una publicidad a la que Monsieur Baruch permanecía completamente insensible. En los últimos tres días había deslizado un folleto de la Sociedad de Galvanoterapia en cuya primera página se veía la fotografía de un hombre con cara de cretino bajo el rótulo “Gracias al método del doctor Klein ahora soy un hombre feliz”; había también un prospecto del detergente Ajax proponiendo un descuento de cinco centavos por el paquete familiar que se comprara en los próximos diez días; se veía por último programas ilustrados que ofrecían las memorias de Wiston Churcill pagaderas en catorce mensualidades, un equipo completo de carpintería doméstica cuya pieza maestra era un berbiquí eléctrico y finalmente un volante de colores particularmente vivos sobre “El arte de escribir y redactar”, que el cartero lanzó con tal pericia que estuvo a punto de caer en la propia mano de Monsieur Baruch. Pero éste, a pesar de encontrarse muy cerca de la puerta y con los ojos puestos en ella, no podía interesarse por esos asuntos, pues desde hacía tres días estaba muerto.”








LA VOZ DE BENEDETTI


HA MUERTO MARIO BENEDETTI





Ha muerto Mario Benedetti, poeta del amor, del compromiso; narrador de lo cotidiano. Creador de personajes antihéroes. Se ha ido como vivió, con sencillez y discreción. Nos deja una extensa obra compuesta de ochenta novelas, ensayos, cuentos y poemarios.


HASTA MAÑANA

Voy a cerrar los ojos en voz baja voy a meterme a tientas en el sueño.
En este instante el odio no trabaja
para la muerte, que es su pobre dueño la voluntad suspende su
latido y yo me siento lejos, tan pequeño que a Dios invoco, pero no le pido nada, con tal de
compartir apenas este universo que hemos conseguido por las malas y a veces por las buenas.
¿Por qué el mundo soñado no es el mismo que este mundo de muerte
a manos llenas?
Mi pesadilla es siempre el optimismo:
me duermo débil, sueño que soy fuerte, pero el futuro aguarda. Es
un abismo.
No me lo digan cuando me despierte.




A continuación os ofrecemos el artículo que el escritor Luis García Montero ha publicado hoy en el periódico "El Pais en relación al escritor Urugayo.




Textos como espacios públicos, artículo de Luis García Montero en el periódico El País

Mario Benedetti solía repetir una frase que Octavio Paz aplicó a Antonio Machado: "conciencia de la poesía y poesía de la conciencia". Su manera de contar y de cantar, su modo de perseguir una claridad ética y una música coloquial para sus versos, entroncaba con una tradición fuerte de la lírica hispana, que Mario conoció en la obra del poeta argentino Baldomero Fernández Moreno. Uno no es personal por escribir desde la nada. Al contrario, la voz personal sólo se consigue cuando alguien acierta a encontrar sus influencias adecuadas. Y eso consiguió Mario Benedetti al leer en serio a Machado, Lugones y Fernández Moreno.


Nunca perdió en los debates políticos su capacidad de sentir. No separó las ideas de la vida
La sencillez del verso de Mario invitaba a dar una imagen suya ingenua, simple, marcada por la falta de complejidad. Sin embargo, sus apuestas surgieron de un conocimiento profundo de la cultura occidental. Una de las cosas que más echaba de menos en el itinerario perpetuo de su exilio era la biblioteca que había reunido cuando trabajaba en Montevideo y dirigía el Departamento de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Humanidades y Ciencias. La biblioteca, de unos siete mil volúmenes, disfrutados después de 30 años de lector, le otorgaba la compañía de Martí, Rubén Darío, Vallejo, Neruda, y de Faulkner, Henry James, Kafka, Proust o Marguerite Duras.
Decía Mario que una biblioteca no es nunca la historia de la literatura universal, sino la historia privada de quien la ha ido forjando. El humanista minucioso, de formación germánica, que demostró un conocimiento real de la mejor tradición literaria a lo largo de sus numerosos ensayos, fue también el poeta que decidió apostar por una tradición. Y en sus versos, en la voz de Poemas de la oficina (1995) o de Poemas de otros (1974), intentó la misma apuesta que, cada cual a su manera y en sus tiempos, otros muchos autores españoles e hispanoamericanos, como José Hierro, Ernesto Cardenal, Juan Gelman, Ángel González, Roque Dalton, José Emilio Pacheco o Jaime Gil de Biedma. Quiso elaborar una poesía en la que el lenguaje lírico no fuese distinto al vocabulario de la sociedad.
Una de las claves de la obra lírica de Mario Benedetti fue tratar el lenguaje como un espacio público, fundar la ética literaria en el diálogo que un escritor puede establecer con sus lectores ideales. El lector es una figura elaborada por la conciencia del autor, y el diálogo con el lector está presente incluso en la soledad del trabajo. Quien reduce este diálogo al número de ejemplares vendidos desconoce la apuesta literaria profunda que hay en la consideración del texto como espacio público. Es cierto que la poesía pierde su rigor cuando desciende al populismo barato. Pero si es peligroso que el escritor se abandone al halago de las masas, más daño hace a la literatura el autor que se entrega a las fugaces elucubraciones elitistas de los críticos fascinados por el empeño de la moda.
La verdadera consecuencia del impacto de la sociedad industrial en la literatura fue la sacralización, a la contra, del texto literario y de la figura del poeta. Benedetti había estudiado este proceso, y se arriesgó a tomar postura contra él. Es verdad que hay mala poesía nacida de la simplicidad, pero en los desvanes contemporáneos ocupa más lugar la quincallería de las rupturas llamativas, los experimentalismos y los sacerdotes de la élite. La poesía de Mario Benedetti, sin embargo, consiguió entrar en la educación sentimental de muchos lectores, y supo hablarle a la gente del amor, del miedo, de la melancolía, de la soledad, sentimientos que, por fortuna, no son patrimonio de los poetas, sino de los seres humanos en general.
La canción supuso siempre un modo seguro de abrir las ventanas de la poesía para que entrara aire limpio. Los poetas buscan complicidad en la canción cuando el género huele a cerrado y está a punto de convertirse en ejercicio de arqueología lingüística. Los poemas de Mario Benedetti se acercaron paulatinamente a la canción, y su musicalidad fue un recurso más para establecer el diálogo con el lector, convocado a la imaginación de la vida cotidiana a través de la ironía, el humor, los vocabularios inventados, las asociaciones imprevistas y la tonalidad narrativa.
Algo que también le agradecieron siempre sus lectores fue la necesidad de llevar su compromiso cívico más allá de los dogmas y de las consignas. Sabía que era obligado tomar postura contra el capitalismo real, igual que contra el socialismo real. Pero lo más importante es que no perdió nunca en los debates políticos su capacidad de sentir. No permitió que las ideas se separaran de la vida, mezcló la poesía amorosa con la conciencia cívica, y supo intentar en sus poemas, lo mismo que en narraciones como La tregua (1960), una épica de los seres comunes. Los ciudadanos normales tienen las mismas ilusiones y las mismas inquietudes que los héroes, porque los héroes no son más que personas normales puestas por la historia en una situación en la que se debe demostrar la dignidad humana. De eso trataban los libros de Mario. Así fue su vida.








LOS DERECHOS DEL LECTOR, SEGÚN PENNAC

NUEVO ROSTRO

Pedimos disculpas si no habéis conseguido entrar estos días en el blog.
Hemos querido hacer un cambio de imagen. Esperamos que os guste y que sigáis participando.

ALGO QUE CONTAR



Este es el lugar de encuentro y la creatividad. El lugar de escribir por el placer de escribir.

Todos tenemos algo que contar.

Este texto se guarda en el Museo Pedagógico de París. Es de un niño español de ocho años a quien su maestro pidió que describiera un mamífero o un ave. Es una delicia leerlo.

Vida Nueva, Madrid 10 de octubre de 1987

"El pájaro del que voy a hablar es el búho. El búho no ve de día y de noche es más ciego que el topo. No se gran cosa del búho, así que continuaré con otro animal que voy a elegir: la vaca. La vaca es un mamífero, tiene seis lados, el de la izquierda, el de la derecha, el de arriba y el de abajo. El de la parte de atrás tiene un rabo del que cuelga una brocha. Con esa brocha se espanta las moscas para que no caigan en la leche. La cabeza sirve para que le salgan los cuernos. Y además porque la boca tiene que estar en alguna parte. Los cuernos son para luchar con ellos. Por la parte de abajo tiene la leche. Está equipada para que se le pueda ordeñar. Cuando se le ordeña la leche viene y ya no se va nunca. ¿Cómo se las arreglará la vaca? Nunca he podido comprenderlo. Pero cada vez sale con mayor abundancia. El marido de la vaca es el buey, el buey no es mamífero. La vaca no come mucho, pero lo que come lo come dos veces, así que ya tiene bastante, cuando tiene hambre muge, y cuando no dice nada es que está llena de hierba por dentro. Sus patas le llegan al suelo. La vaca tiene el olfato muy desarrollado, por lo que se puede oler desde lejos, por eso es por lo que el aire del campo es tan puro".

Publicado el 15 de mayo de 1990 en periódico El Nacional.

Recordemos la frase de Oscar Wilde:
"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo"

UN ESCRITOR CERCANO



El jueves 7 de mayo, como ya se avisó, comentamos el libro "Derrumbe" en la Biblioteca de Oviedo. Ricardo Menéndez Salmón respondió a las preguntas que se le hicieron sobre su libro y su obra en general. Se habló del tema del MAL (¿es el mal casual o causal?), de la maldad humana, de la sordidez, presentes en "Derrumbe" y en las anteriores novelas de RMS. Del Mal con mayúsculas y de ese otro mal, gratuito e inexplicable, presente en esta sociedad sin valores, harta de todo y vacía al mismo tiempo. Con todo, Ricardo Menéndez Salmón nos adelantó que el siguiente libro que publique no tendrá la misma temática. Nos toca esperar.

PARA ESCRIBIR UN CUENTO EN CINCO MINUTOS


Para escribir un cuento en sólo cinco minutos es necesario que consiga -además de la tradicional pluma y del papel blanco, naturalmente- un diminuto reloj de arena, el cual le dará cumplida información tanto del paso del tiempo como de la vanidad e inutilidad de las cosas de esta vida; del concreto esfuerzo, por ende, que en ese instante está usted realizando. No se le ocurra ponerse delante de una de esas monótonas y monocolores paredes modernas, de ninguna manera; que su mirada se pierda en ese paisaje abierto que se extiende más allá de su ventana, en ese cielo donde las gaviotas y otras aves de mediano peso van dibujando la geometría de su satisfacción voladora.

Es también necesario, aunque en un grado menor, que escuche música, cualquier canción de texto incomprensible para usted; una canción, por ejemplo, rusa. Una vez hecho esto, gire hacia dentro, muérdase la cola, mire con su telescopio particular hacia donde sus vísceras trabajan silenciosamente, pregúntele a su cuerpo si tiene frío, si tiene sed, frío-sed o cualquier otro tipo de angustia. En caso de que la respuesta fuera afirmativa, si, por ejemplo, siente un cosquilleo general, evite cualquier forma de preocupación, pues sería muy extraño que pudiera encaminar su trabajo ya en el primer intento. Contemple el reloj de arena, aún casi vacío en su compartimiento inferior, compruebe que todavía no ha pasado ni medio minuto. No se ponga nervioso, vaya tranquilamente hasta la cocina, a pasitos cortos, arrastrando los pies si eso es lo que le apetece. Beba un poco de agua -si viene helada no desaproveche la ocasión de mojarse el cuello- y antes de volver a sentarse ante la mesa eche una meada suave (en el retrete, se entiende, porque mearse en el pasillo no es, en principio, un atributo de lo literario).
Ahí siguen las gaviotas, ahí siguen los gorriones, y ahí sigue también -en la estantería que está a su izquierda- el grueso diccionario. Tómelo con sumo cuidado, como si tuviera electricidad, como si fuera una rubia platino. Escriba entonces -y no deje de escuchar con atención el sonido que produce la plumilla al raspar el papel- esta frase: Para escribir un cuento en sólo cinco minutos es necesario que consiga.
Ya tiene el comienzo, que no es poco, y apenas si han transcurrido dos minutos desde que se puso a trabajar. Y no sólo tiene la primera frase; tiene también, en ese grueso diccionario que sostiene con su mano izquierda, todo lo que le hace falta. Dentro de ese libro está todo, absolutamente todo; el poder de esas palabras, créame, es infinito.
Déjese llevar por el instinto, e imagine que usted, precisamente usted, es el Golem, un hombre o mujer hecho de letras, o mejor dicho, construido por signos. Que esas letras que le componen salgan al encuentro -como los cartuchos de dinamita que explotan por simpatía- de sus hermanas, esas hermanas dormilonas que descansan en el diccionario.
Ha pasado ya algún tiempo, pero una ojeada al reloj le demuestra que ni siquiera ha transcurrido aún la mitad del que tiene a su disposición.
Y de pronto, como si fuera una estrella errante, la primera hermana se despierta y viene donde usted, entra dentro de su cabeza y se tumba, humildemente, en su cerebro. Debe transcribir inmediatamente esa palabra, y transcribirla en mayúsculas, pues ha crecido durante el viaje. Es una palabra corta, ágil y veloz; es la palabra RED.
Y es esa palabra la que pone en guardia a todas las demás, y un rumor, como el que se escucharía al abrir las puertas de una clase de dibujo, se apodera de toda la habitación. Al poco rato, otra palabra surge en su mano derecha; ay, amigo, se ha convertido usted en un prestidigitador involuntario. La segunda palabra desciende de la pluma deslizándose a dos manos para luego saltar a la plumilla y hacerse con la tinta un garabato. Este garabato dice: MANOS.
Como si abriera un sobre sorpresa; tira de la punta de ese hilo (perdóneme el tuteo, al fin y al cabo somos compañeros de viaje), tira de la punta de ese hilo, decía, como si abrieras un sobre sorpresa. Saluda a ese nuevo paisaje, a esa nueva frase que viene empaquetada en un paréntesis: (Sí, me cubrí el rostro con esta tupida red el día en que se me quemaron las manos.)
Ahora mismo se han cumplido los tres minutos. Pero he aquí que no has hecho sino escribir lo anterior cuando ya te vienen muchas oraciones más, muchísimas más, como mariposas nocturnas atraídas por una lámpara de gas. Tienes que elegir, es doloroso, pero tienes que elegir. Así pues, piénsatelo bien y abre el nuevo paréntesis: (La gente sentía piedad por mí. Sentía piedad, sobre todo, porque pensaba que también mi cara había resultado quemada; y yo estaba segura de que el secreto me hacía superior a todos ellos, de que así burlaba su morbosidad.)
Todavía te quedan dos minutos. Ya no necesitas el diccionario, no te entretengas con él. Atiende sólo a tu fisión, a tu contagiosa enfermedad verbal que crece y crece sin parar. Por favor, no te demores en transcribir la tercera oración: (Saben que yo era una mujer hermosa y que doce hombres me enviaban flores cada día.)
Transcribe también la cuarta, que viene pisando los talones a la anterior, y que dice: (Uno de esos hombres se quemó la cara pensando que así ambos estaríamos en las mismas condiciones, en idéntica y dolorosa situación. Me escribió una carta diciéndome, ahora somos iguales, toma mi actitud como una prueba de amor.)
Y el último minuto comienza a vaciarse cuando tú vas ya por la penúltima frase: (Lloré amargamente durante muchas noches. Lloré por mi orgullo y por la humildad de mi amante; pensé que, en justa correspondencia, yo debía hacer lo mismo que él: quemarme la cara.)
Tienes que escribir la última nota en menos de cuarenta segundos, el tiempo se acaba: (Si dejé de hacerlo no fue por el sufrimiento físico ni por ningún otro temor, sino porque comprendí que una relación amorosa que empezara con esa fuerza habría de tener, necesariamente, una continuación mucho más prosaica. Por otro lado, no podía permitir que él conociera mi secreto, hubiera sido demasiado cruel. Por eso he ido esta noche a su casa. También él se cubría con un velo. Le he ofrecido mis pechos y nos hemos amado en silencio; era feliz cuando le clavé este cuchillo en el corazón. Y ahora sólo me queda llorar por mi mala suerte.)
Y cierra el paréntesis -dando así por terminado el cuento- en el mismo instante en que el último grano de arena cae en el reloj.

Bernardo Atxaga,
Obabakoak.

PROHIBIDO LEER




1.- Quienes leen mucho acaban ciegos. Primero son esas gafitas de intelectual, luego las de culo de vaso y acabas como Galdós o Borges, contratando a una tierna manceba que te lea a los pies de la cama.
2.- Quienes leen mucho acaban trastornados. Como don Quijote, o Cela. Una alumna mía me decía que hay por ahí un tonto ambulante que se quedó así de tanto estudiar. Al parecer se tomaba todo tipo de psicotrópicos para mantenerse despierto mientras leía y leía.
3.- Leer agota tu economía. Los libros son caros y no se pueden bajar con el emule. Los que están en internet son clásicos y por tanto largos, así que si los lees en la pantalla todavía te quedas más ciego (ver punto 1).

4.- Leer complica la vida doméstica. Acumular libros se convierte en una obsesión que requiere espacio, metros de estanterías desordenadas, dolorosas cajas en el trastero, mesitas de noche polvorientas... Con la amenaza de cónyuges o hijos: Elige, los libros o nosotros. Y esa pregunta estúpida de las visitas no lectoras: ¿Te los has leído todos?
5.- Leer complica la vida amorosa. ¿Todavías estás leyendo? Pues me duermo...
6.- La lectura suele ser fuente de toda infelicidad. Quienes no leen no tienen más punto de vista que el que les ofrece su cadena de televisión habitual, su peluquero, su estanquera o su compañero de cañas. No necesita contrastar visiones distintas de un hecho, ni ponerse en lugar del otro. Asume que la realidad es plana. Y es feliz.
7.- Los libros generan frustración. La lectura te muestra vidas que nunca llegarás a vivir y lugares que nunca conocerás. Te permite imaginar a los personajes y lugares de las historias del modo que tú quieres. Luego vienen los de Hollywood y te plantan al guapo de turno en unos paisajes de Nueva Zelanda que te cagas, y ya está, tu gozo imaginado en un pozo, porque cómo les explicas tú a los espectadores de la sala que lo que tú habías imaginado era mejor.
8.- La lectura es algo lento y repetitivo. A ver, ¿qué ha cambiado en la lectura en los últimos dos o tres milenios? ¿Leemos más rápido? ¿Se lee a través, renglón sí, renglón no? Nada. Siempre igual, una línea detrás de otra. Y encima hay que esperar más de una hora (una semana, un mes) para que nos cuenten el encuentro amoroso de una pareja, el remordimiento por un crimen, la frustración por una vida anodina, la conquista de una libertad.
9.- Leer no sirve para obtener admiración. Por si alguien no se ha enterado, ser buen lector no cotiza en la bolsa de la vida social. Que alguien cite a buenos lectores que salgan en la tele: ... (silencio prolongado). Antes, con lo de mayo del 68 y todo eso, aún se ligaba citando a Camus, a Brecht, a Quevedo. Pero ahora, como no cites a Jaime Peñafiel...
10.- La lectura no está al alcance de todos. Digan lo que digan, el placer de leer está reservado a unos pocos. Son esos pocos los que gozan casi pecaminosamente cuando descifran un clásico, cuando sienten las pasiones que se imaginaron hace siglos para que les lleguen a ellos casi en exclusiva, cuando se quedan varios días en estado de shock después de leer buenas novelas, cuando se estremecen leyendo un poema, cuando lloran o ríen entre líneas, cuando recomiendan furtivos lecturas que no se venden en Carrefour, cuando no pueden salir de casa sin un libro en el bolsillo, cuando miden sus vidas por los libros que leyeron en cada época... Son una élite, peligrosa y exquisita, que procura captar miembros para su secta, pero que también sabe que muy pocos serán los elegidos. ¿Lo eres tú?

(Encontrado en: http://repasodelengua.blogspot.com/2007/12/prohibido-leer.html)

36 IMPOSIBLES PARA UN LIBRO DIGITAL


1. Imprimirle millares de huellas digitales.
2. Forrarlo de papel manila morado.
3. Sacarlo del agua y todavía leerlo.
4. Ocultar fotos viejas entre sus páginas.
5. Abrirlo en una página al azar.
6. Quitarle con lujuria la envoltura de plástico.
7. Llevárselo a una isla desierta.

8. Usar algún separador coqueto.
9. Saber a simple vista si ha sido leído.
10. Promoverlo quemando la primera edición en una plaza pública.
11. Darse el gustazo de comprarlo en pasta dura.
12. Preservar los ahorros a salvo de los ojos de los palurdos.
13. Enviarlo por correo con una carta perfumada dentro.
14. Hacer de su portada seña de identidad.
15. Apilarlo con otros: escultura fugaz.
16. Ensalivar sus hojas, hasta que se deshoje.
17. Guardarlo en una caja, ya deshojado.
18. Pagarse el lujo de reencuadernarlo.
19. Arrancarle algún prólogo infumable.
20. Fumárselo.
21. Leerlo cuasientreabierto, para no maltratarlo.
22. Imprimirle la huella de un beso en la última página.
23. Ahorrar mediante la edición de bolsillo.
24. Camuflarlo bajo la cubierta de un catecismo.
25. Toparse con un cheque sin cobrar dentro de la solapa.
26. Cambalacharlo en una librería de viejo.
27. Despatarrarlo un poco, de los puros nervios.
28. Lanzarlo en llamas a la casa del autor.
29. Envenenar sus hojas con pétalos cautivos.
30. Leerlo durante un baño de burbujas.
31. Olisquear el perfume de su última lectora.
32. Echarlo por la ventana y correr a rescatarlo.
33. Masajear las encías de un cachorro bibliófago.
34. Olvidarlo en un tren y comprarlo otra vez, sin mayor drama.
35. Aplastar a un mosquito impertinente.
36. Inspirar más incisos de esta lista de atavismos.

Entradas más recientes Entradas antiguas Inicio