Una tarde tras la filmación, sin embargo, Montero me dijo,
de una manera algo despreocupada, que había leído “Aguas distintas”. Recuerdo
que intenté hacerme el despreocupado también y no le dije nada. Cuando salimos
a la rampa, Montero sacó el manuscrito, lo dejó a un lado, prendió un
cigarrillo y empezó a decirme su balance. Aún hoy puedo recordarlo perfectamente.
Lo primero que dijo fue que en el texto no había propiamente una historia. En
cualquier taller de narrativa me dirían que sin historia no hay cuento. Tampoco
había personajes claramente definidos; solo elucubraciones y una presencia
bastante afantasmada lanzada sobre el lector. El estilo era bastante
enrevesado, había muchos arrebatos líricos problemas con la adjetivación, giros
artificiosos. Sin embargo, me dijo, el texto era “potente”. Así lo dijo: “Tiene
nervio”
-Esto es más de lo te pueden enseñar en cualquier taller –me
dijo, prendiendo un cigarrillo con otro que tenía a su lado, también algo
nervioso-. Nadie te va revelar jamás cómo hacer un texto que emocione, que sea
honesto, que diga cosas ¿te das cuenta? Lo otro, las técnicas, los diálogos,
los puntos de vista o lo que sea que te
falta, lo aprenderás leyendo, copiando, ensayando, trabajando horas y horas
metido en tu cuarto… Pero, esto lo que hay en el fondo de este texto, su
“urgencia”, esto nació de ti y es tuyo. –Eso me dijo.
Contarlo todo, Jeremías Gamboa, Editorial Random House
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