¡Cuántas flores mueren en el bosque
o se marchitan en la colina
sin el privilegio de saber
que son hermosas!
¡Cuántas entregan su anónima semilla
a una brisa cualquiera,
ignorantes del cargamento escarlata
que a otros ojos lleva!
Emily Dickinson, EL VIENTO COMENZÓ A MECER LA HIERBA. Nordicalibros
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