Pero ahora ocurría que mi volumen de trabajo había empezado a aumentar porque me daban más libros para corregir con agobiante premura, y ello implicaba esforzarme más y terminar algunos días no ya a las nueve o las diez, sino a las doce de la noche . A pesar de que estos libros urgentes habían comenzado a pagármelos, aún me debían las correcciones de meses anteriores. Me acordaba a veces de las pautas de la negociación de Win-Win, que aprendí también en aquel curso donde se nos enseñaba a los freelance a sacar partido de nuestra autonomía. Yo no tenía mucho que rascar, per me presentaba todo lo Win-Win, que podía para que Carmentxu estimara que las dos ganábamos algo con mi fidelidad. Se lo daba a entender con una solicitud que durante la época en la que trabajaba en la oficina no había mostrado. No obtenía ningún tipo de prebenda ni de satisfacción personal con mi estrategia. Semana tras semana salía del despacho de mi jefa humillada no solo por mis condiciones cada vez más penosas, sino también por algo que no me gustaba admitir. Los sellos de ficción del Grupo Editorial Término publicaban libros y autores de best seller y libros de autores literarios consagrados. Aunque yo no pertenecía a ninguna de las dos categorías y llevaba mucho tiempo afirmando que mi vocación de escritora había sido un espejismo, me sentía dolida por que mi jefa jamás hubiese mostrado el menor interés por lo que había hecho y por lo que tal vez restaba por hacer.
La trabajadora, Elvira Navarro, Literatura Random House
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