Los finalistas del premio de novela Vargas Llosa, Bonilla, Chirbes y Vásquez rastrean sus primeras lecturas y su vocación de escritores.
Por Winston Manrique Sabogal
Una
luciérnaga. Eso es el origen o el soplo de inspiración o lo que habrá de
acompañar la escritura de una novela. Los elementos están en la mente del
escritor, que nunca sabe en qué momento se encenderá ese diminuto y pasajero
destello que iluminará el destino del libro. Vladimir Maiakovski, Benito Pérez
Galdós y Émile Zola y Ricardo Rendón y Henry James fueron las luciérnagas de
Juan Bonilla en Prohibido entrar sin pantalones (Seix Barral), de Rafael
Chirbes en En la orilla (Anagrama) y de Juan Gabriel Vásquez en Las
reputaciones (Alfaguara).
Son los tres
escritores y libros finalistas de la I Bienal de
Novela Mario Vargas Llosa que ayer inauguraron (salvo Chirbes, que
no pudo viajar desde España) en el Museo de Arte Contemporáneo de Lima, con la
presencia del Nobel peruano. El ganador a esa mejor novela publicada en español
en los años 2012 y 2013 se dará a conocer el jueves 27 de marzo. Mientras
tanto, cuatro días en los que más de treinta escritores de América Latina y
España debatirán en una quincena de mesas redondas y coloquios.
Antes de los
análisis sobre el presente y los derroteros de la novela en
español en el siglo XXI, Bonilla, Chirbes y Vásquez evocaron para EL
PAÍS la semilla de su pasión por la lectura y la escritura y las claves de sus últimas
novelas.
El hechizo
de la lectura
Son tres
obras distintas, de tres escritores muy diferentes, pero con génesis literarias
parecidas y una sola vocación unida por la huella dejada por la lectura en sus
infancias y adolescencias. Seis años tenía Chirbes (Tavernes de la Valldigna,
Valencia, 1949) cuando quedó hechizado, siete Vásquez (Bogotá, 1973) y unos 14
Bonilla (Jerez, 1966). En el caso del escritor valenciano, ocupan un lugar
especial unos Cuentos de la jungla de Java que lo maravillaron. Una
conquista para la lectura asegurada con los relatos de Calleja, Clark Kent,
Diego Valor, Nils Hoggersson, Miguel Strogoff, La isla del tesoro, Ivanhoe,
Quo vadis... "libros y películas juntos, aún casi
indistinguibles".
Tierras
aventureras iguales y colindantes fueron las que sedujeron al niño Vásquez. El
primer flechazo del que tiene conciencia es Shadow, de Enid Blyton. A su
alrededor, Los tres mosqueteros, Veinte mil leguas de viaje submarino, Sandokán…
Él no recuerda un momento de su vida en Colombia sin estar leyendo.
La poesía es
el caso de Bonilla. Cursaba el bachillerato cuando lo sedujeron las lecturas de
Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, César Vallejo, Luis Rosales, Fernando Pessoa…
Y entre las novelas que lo sacaron de este mundo cita con emoción El árbol
de la ciencia, de Pío Baroja, y Últimas tardes con Teresa, de Juan
Marsé. Luego el deslumbramiento de Cortázar y Borges y la visita que hizo a su
colegio Agustín García Calvo.
El elíxir de
la escritura
Sus vidas
continuaron, dos en España y uno en Colombia. De los tres, fue Vásquez quien
atisbó primero que quería ser escritor. Tenía 8 años. Entonces ganó un concurso
de cuentos escolares, y supo que no quería hacer nada más. Cuando tenía 20
años, mientras estudiaba Derecho, decidió dejar todo, la carrera e incluso el
país, para tratar de ser escritor. Pero es Chirbes que sin saberlo llevaba
dentro su destino. Quería “contar las aventuras de un niño entre piratas, de
una ballena blanca, de un fiel correo del zar, o de unos leones que se comían a
hombres y mujeres llorones; escribir o hacer cine. De pequeño no distinguía muy
bien: en los libros y en el cine pasaban cosas extraordinarias”. La ruta de
Bonilla vino por el lado del periodismo. En la adolescencia “tenía esa visión o
esperanza romántica en el oficio de rascar en la realidad para descubrir una
historia".
Los
escritores preferidos
Con los
años, estos tres lectores se convierten en escritores, y los libros y autores
leídos van cogiendo su lugar en la mente de cada uno de ellos. En silencio. En
secreto. Simplemente se quedan. En el caso de Chirbes son aquellos autores de
los que aprende algo “no solo con respecto al mundo, también con respecto a lo
que llaman la técnica literaria, o sea, a las posibilidades de la lengua para
expresar”. Los mejores para él son quienes reúnen ambas cosas, como Boris
Pilniak o Alfred Döblin. Y se deja envolver por un juego más literario aún:
“Pero ¿y Rabelais, Fernando de Rojas, Gracián, Melville, Proust o Musil?, ¿y
Mann o Conrad?, ¿y Queiroz, Galdós, Balzac o Flaubert?, ¿y ese Fielding del Tom
Jones?”.
Nabokov está
detrás de Bonilla y Vásquez. No solo como autor sino también como ideólogo.
Coinciden con su definición de lo que es o debe ser una lectura: “La que da ese
cosquilleo en la nuca”, según Vásquez, o “la que hace que la médula espinal sea
el órgano imprescindible para la lectura”, dice Bonilla. Y si al autor
colombiano le resulta difícil precisar nombres preferidos, porque son todos los
que le producen el mentado cosquilleo, en Bonilla salen en tropel Borges,
Nabokov, Nicanor Parra… Aunque prefiere hablar de libros más que de autores.
Compañías e
influencias
Pero todos
esos nombres no son siempre las principales influencias a la hora de escribir.
De todos lo que ha leído, Chirbes ha cogido algo, porque, admite, “a veces
influye alguien a quien ni reconoces”. En palabras de Bonilla “todo escritor es
un cóctel de voces de otros escritores adaptado a sus circunstancias”. En su
caso, la adolescencia y juventud son esenciales, “cuando el cemento del cerebro
está tan fresco que la pisada de un jilguero puede quedarse en huella impresa.
Más tarde, el cemento se endurece y ya no dejaría huella ni una manada de ñus.
Así que mis principales influencias tienen que ver con mis lecturas de
adolescencia y juventud, las lecturas que me llevaron, más que a querer ser
escritor, a querer escribir”.
Una huella importante en Vásquez es la de los
latinoamericanos del boom y los que la luz de ese gran fulgor permitió
ver mejor: Borges, Onetti. Entre ellos, los que más le importan son los que le
enseñaron a leer a otros de diferentes tradiciones: “Flaubert, Conrad, Joyce,
Faulkner. Hay ciertos libros que asocio con el momento en que decidí dedicarme
a la literatura: Cien años de soledad, Ulises, La casa verde y… las
tragedias de Shakespeare”.
Rituales y
rutinas para escribir.
Precisamente
es el autor colombiano el único de los tres que ha sido capaz de establecer una
rutina a la hora de escribir: trabaja en ficción de 7:30 a 2 de la tarde. Y las
tardes las dedica a otras cosas (ensayos, columnas, lecturas); y con un plus:
trabaja “muy bien en aviones y hoteles, lo cual resulta útil, por decir lo
menos”.
Bonilla y
Chirbes, en cambio, son incapaces de establecer una rutina. “Como todo el que
ha tenido que escribir en redacciones”, dice Bonilla, se amolda sin dificultad
a las circunstancias. “No soy yo el que le impone una rutina al texto”, afirma,
“sino el texto el que me la impone a mí, es él el que me saca temprano de la
cama o me exige que me acueste tarde”. En Chirbes la rutina es el caos. “No hay
horario ni calendario. Tengo sitio, eso sí, mi casa. Soy incapaz de escribir
una línea "de novela" fuera de casa”.
Semillas de
su última novela
Ya sea en un
hotel, en la casa o en una redacción, cada uno de los tres escritores vivió
también de manera diferente el destello de la luciérnaga que vislumbró la
novela por la que aspiran a la I Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. Son la
prueba de lo que decía Proust de que todo libro está escrito y solo falta quien
lo traduzca. En ellos no hubo soplo de inspiración. Hubo semilla. Semillas. Y
la primera que prendió fue la de Vásquez. Todo “comenzó con el suicidio de
Ricardo Rendón, un caricaturista colombiano de principios del siglo pasado”.
Vásquez había crecido con sus libros y sabía que se había suicidado a tres
calles del lugar donde hizo sus estudios de Derecho. “Pensé en escribir una
novela sobre ese suicidio, y esa novela se fue convirtiendo en otra cosa: la
historia de un caricaturista de mi tiempo que tiene a Rendón como referente
moral y sufre él mismo su propia caída privada”. Así nació Las reputaciones.
La segunda
semilla en prender fue la de Bonilla. En 2001, durante su beca en Roma para
hacer una novela sobre los futuristas italianos que fueron a la Guerra Civil.
Un día apareció el enfrentamiento entre futuristas rusos -bolcheviques y
futuristas italianos -fascistas. “Entre los primeros se alzó gigantesca la
figura de Maiakovski, que enseguida se me apareció como un gran espejo en el
que reflejar toda su época y en el que combatían cuestiones importantes como el
papel del artista en la sociedad en sus dos vertientes: el papel del artista
contra el poder y el papel del artista al servicio del poder, además de esa
contradicción vital que marcó su destino de creer en el arte como instrumento de
transformación social pero necesitar, para ello, llegar a un público amplio.
Por debajo estaba su historia de amor con Lily Brik. Abandoné el proyecto que
me había llevado a Roma, y me decidí a escribir una novela
con/de/desde/sobre/para/trasMaiakovski, pero no encontré la manera hasta muchos
años después”. Y le daría por título: Prohibido entrar sin pantalones.
En cambio en Chirbes fue su labor de observador de la
vida: “Tenía que contar lo que veía, lo que (me) estaba ocurriendo, y daba
vueltas para encontrar la forma en que podía hacerlo... no hubo primer soplo,
sí que hubo semilla”; y la llamó En la orilla.
Influencias
y guardianes
Cuando llegó
el momento de escribir, en el caos o en el orden de las rutinas, aparecieron,
sin más, escritores padrinos o guardianes concretos para cada una de esas
novelas. En Juan Bonilla la conexión fue con su propio descubrimiento de la
pasión lectora: la poesía. Los poemas de Maiakovski se instalaron de manera
obvia y natural.
Chirbes
“pensaba en escritores que se han empeñado en contar el mundo así, a lo bestia.
Pensaba en Galdós, pero también en Balzac y Zola, en Tolstoi, en Dos Passos,
sólo para ver lo lejos que están”. Mientras, en Vásquez, aparecieron las
novelas cortas de Henry James, “con su ambigüedad y sus finales abiertos,
estuvieron tan presentes como las nouvelles de Chéjov y ciertas páginas
de Bellow”.
El fantasma
de dejar de escribir
Aun con el
éxito de estas y anteriores novelas las dudas o la crisis sobre el mismo acto
de la escritura siempre está al acecho. “Por supuesto que sí”, atina a decir
Bonilla. Cada vez que empieza una novela, Chirbes se lo dice, y se lo vuelve a
repetir cuando la lleva a medias, y cuando la termina también. Solo Juan
Gabriel Vásquez reconoce que nunca se le ha pasado por la mente no escribir, no
sabría qué hacer con su vida.
Un deseo y una vocación de tres
escritores levantada como uno de esos castillos o fortalezas de sus lecturas
infantiles, rodeados de fosos con profundas aguas peligrosas donde ningún
intruso entra o sale sin que ellos bajen el puente.
El País, 25de marzo de 2014
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