Muchos autores confiesan hartazgo de materiales literarios
Los escritores son como cualquiera, eso está claro, y
en esa relación que a la vez es necesidad de decir y necesidad de estar tienen
también sus pájaras, sus momentos de duda, de extravío, de cansancio y de punto
final. Ahora les ha pasado, parece, a dos grandes de la literatura mundial,
Philip Roth, siempre en las listas de los aspirantes a Nobel, y ganador del
último Premio Príncipe de Asturias, e Imre Kertesz, que ganó el Nobel en 2002.
Casi al unísono, y por razones similares, uno y otro dijeron adiós a todo esto.
Adiós a los libros, sobre todo, pero también adiós a las promociones, a las
entrevistas, a los contratos, a la relación con los editores… Adiós, sobre
todo, adiós. La escritura es una especie de esclavitud hermosa, pues te permite
ser el rey del mundo, creando universos que antes no existieron; persigue a las
escrituras como la expresión dulce de la inmortalidad y es, como decía José Saramago y como dice Julio Llamazares, una mano
contra el tiempo: permite creer que el tiempo no existe, que se prolonga.
Roth ha dicho que ya tiene 79 años, y se le acaba el
tiempo, por lo que ya solo relee sus libros favoritos… Los que han leído más en
profundidad sus declaraciones (que aparecieron primero en un periódico francés
y finalmente fueron precisadas por él en una larga, y divertida, entrevista que
le dio a Charles McGrath, de The New York Times), saben que en realidad
el escritor norteamericano está jugando… a que se le ocurra algo. Antonio Muñoz Molina
escribió aquí, el último sábado en Babelia, una confesión de lector:
“Ahora Philip Roth dice que se retira, casi a los 79 años, que no escribirá más
novelas, que ni siquiera hablará de ellas. Cómo no estar cansado a esa edad,
después de tantos años de un trabajo tan asiduo, tan inmenso, tan incierto. Yo
solo quisiera que alguna vez, ya sin prisa, sin la urgencia de escribir una
novela, la Gran Novela, la Gran Novela Americana, Philip Roth se deje llevar
por un aire de inspiración, por la libertad y la desvergüenza y la liviandad
casi póstumas de algunos grandes viejos, y nos vuelva a contar una historia
verdadera y perfecta”.
“Yo no creo que un escritor deje voluntariamente de
escribir”, opina Muñoz Molina. “En la escritura de ficción los procesos son
demasiado inconscientes como para que uno, si es honrado, pueda decidir algo.
Es como si uno decidiera que no va a ponerse malo, o que no se va a enamorar más.
O al contrario. Tú qué sabes. Lo quiera o no, un escritor está esperando
siempre un libro, una historia. Las circunstancias exteriores pueden acelerar
el proceso, o pueden frustrarlo, pero el impulso sin el cual el libro no
llegará a existir no depende de uno mismo”.
Porque lo que le sucedía a Roth, y el novelista lo
advirtió, así como lo advirtió Muñoz Molina, su atento lector, era fatiga de
materiales. En el caso de escritores, pero también de otros artistas, del cine,
de la música, del teatro o de la danza, comentaba el autor de Pura alegría,
“extenuada o perdida la inspiración, queda el amaneramiento y el exhibicionismo
de la técnica”. En eso había caído, o estaba a punto de caer, Philip Roth,
aunque él diga que es tiempo lo que se le acaba. En esta entrevista con McGrath
lo que se advierte, porque el novelista lo dice, es que lo que tiene es tiempo,
que utiliza para aprender a usar teléfonos de última generación o para hacer
exactamente lo que le da la gana.
Muñoz Molina: “Sin inspiración queda el exhibicionismo de la técnica”
El caso del Nobel Kertèsz, de 83 años, es francamente
distinto. Acabado su soliloquio terrible con el pasado, que dio de sí libros
tan extraordinarios como Sin destino, en el que él es un joven en manos de los
nazis de uno de los campos de concentración a los que fue confinado este
húngaro de mirada ingenua y de timidez irremediable, Kertèsz, que ha publicado
en España su obra en El acantilado, ha declarado que ni tiene que ver (ya) nada
con Hungría, que es su patria, los campos de concentración ya no son asunto de
su memoria inmediata, que durante años fue la memoria de la guerra. Y como no
tiene qué decir, deja su legado a Berlín, donde se ha sentido siempre como en
su verdadera casa y abandona la escritura. Deja de escribir, ni siquiera le
sale espuma.
¿Le ha pasado a usted, Fernando Vallejo?, le
preguntamos al escritor colombiano, que muchas veces dijo que jamás volvería a
escribir una línea. “Sí, me ha pasado varias veces; y he prometido no escribir
un libro más después del libro en el que estaba cuando hice la promesa. Es la
única promesa que he incumplido en la vida. Pero lo grave no es que yo haya
dejado de escribir, porque yo nunca me he considerado escritor, eso es
secundario en mí. Lo grave es que haya dejado de leer. Porque los libros desde
mi infancia me habían llenado la existencia. Ahora que no leo quedé
completamente vacío”.
¿Y cómo siente usted esta declaración de Roth, a la
que siguió Kertèsz? “Pues lo mismo es que ya no tiene más que decir, a lo
mejor. Uno tiene que escribir cuando tiene algo que decir. Cuando ya lo ha
dicho, para qué sigue. Como no le doy importancia a los libros míos, y es una
especie de cansancio o desilusión saber que lo que uno escribe está condenado
al olvido y que desaparece incluso antes de que uno se muere, los libros
entonces son muy fugaces. Más que las vidas de los hombres”.
Dice Roth que ya no siente nada, que no siente ni
siquiera la pulsión de escribir. Se acabó. ¿Qué significa para usted ponerse a
escribir? “Llenar el tiempo vacío y molestar a los tartufos”. ¿Y leer? “Antes
me daban algo los libros, los de literatura y los de ciencia. Ya no me dan
nada. Ya no quiero saber nada más. Lo que quería saber ya lo sé, y me tiene sin
cuidado lo que me cuenten los demás. Yo tengo más que contar que ellos”.
“Es mucho mejor el silencio que la mediocridad”, dice Fernando Vallejo
—Ya que lo dice, Vallejo, ¿de todo lo que sabemos qué
no ha sabido explicar?
—Nunca he encontrado el secreto de la música,
entendiendo por música la de Mozart, Gluck, Debussy, José Alfredo Jiménez y
Franco Canaro, el argentino, el sol del sur, el otro es el sol del norte. Y
otras cosas que no podré entender porque la cabeza del hombre no da para tanto.
Para entender por ejemplo la luz, la gravedad, o cómo las neuronas del cerebro
producen el alma.
—¿No le parece un poco pretencioso que los escritores
se hagan noticia cuando escriben y también cuando ya no lo hacen?
—¡Y por qué! ¡De repente alguno descubre las palabras
mágicas que hagan volar esto!
Caballero Bonald: “Dije que dejaría de escribir. Pero, ¿y si te viene un
poema?”
No es para tanto, volverán a escribir, pero tienen
derecho a dejar de hacerlo. Lo insinúa Ángeles Mastretta, novelista mexicana.
“Creo que Roth y Kertèsz tienen todo el derecho a no querer escribir. No creo
que para ellos haya sido un placer escribir. Sin duda fue la búsqueda de un
alivio que tal vez consiguieron ya. Sin embargo, seguro que van a seguir
escribiendo. Por lo menos cartas. Y si están cansados y quieren ponerse a ver
el horizonte o la tele, hacen bien en hacerlo. Han dado tanto que es una
barbaridad preguntarse por qué se detienen”.
La autora de Arráncame la vida no ha tenido la
tentación de no escribir. “Tampoco la certeza de no volver a hacerlo. Escribo
por gusto. Y porque es lo que puedo hacer. También porque necesito contar lo
que veo y porque me urge hablar con otros. Si me dijeran que tengo que elegir
entre no volver a ver el mar y no volver a escribir, creo que elegiría no
volver a escribir. La muerte de los otros es el único dolor inexorable. Dejar
de escribir tiene remedios. Por fortuna a nadie le va a interesar pedirme que
deje de hacer una cosa o la otra, pero estamos en el absurdo”.
Le hice las mismas preguntas al colombiano Héctor Abad
Faciolince, que a veces pasa por épocas de pájara, como decimos en España, o de
pálida, como dicen en Medellín, su pueblo. Dice el autor de El olvido
que seremos: “Alguna vez Machado dijo que si uno no puede escribir bien, lo
mejor es no escribir, porque lo verdaderamente abominable es escribir mal. Hay
un libro clásico sobre el bloqueo del escritor, o sobre el bloqueo general con
el lenguaje, es Una carta, de Hugo von Hoffmansthal: el protagonista,
lord Chandos, siente que ha perdido la facultad de hablar o de escribir con coherencia
sobre cualquier cosa. Rulfo dejó de escribir después de Pedro Páramo
aunque siguió anunciando para el año siguiente una nueva novela: La
cordillera. El caso opuesto es el de Fernando Vallejo, que lleva unos seis
libros diciendo que ese es su último libro. En mi caso, si yo fuera capaz de
verdad de renunciar para siempre a escribir, creo que sería un gran descanso.
Pero tengo que llegar a una edad y a una situación más respetables para poder
tomar esa decisión. Por ahora seguiré escribiendo, pero si sale mal, que es
como me sale últimamente, no pienso publicar, porque es mucho mejor el silencio
que la mediocridad”.
Juan Villoro,
el autor mexicano de La casa pierde, trata de explicarse “el enigma de
por qué un autor deja de escribir”. En el caso de Roth y Kertèsz “no se trata
de una interrupción trágica, sino de una misión cumplida. Muchas veces he
pensado que se me puede acabar la gasolina o que, sencillamente, me vencerá el
agotamiento. Tal vez escribo en distintos géneros por la superstición de que al
menos conservaré uno y la certeza de que en mi caso nunca podrá darse por
cumplida”.
José Manuel
Caballero Bonald dijo en público en 2004 (ahora tiene 86 años) que
dejaba de escribir, después de haber publicado Manual de infractores, su
diatriba poética contra la herencia de Aznar. Volvió a hacerlo, y ahora mismo
publicará otra vez (en Seix Barral) textos literarios recopilados… “Dije que
dejaría de escribir, claro, ¿pero qué haces si te viene un poema?”. A él le
vino un largo poema autobiográfico y no se resistió. “Cuando lo dije no tenía
ni ganas ni tiempo, y luego volvieron. Un poema viene o no viene, no tiene en
cuenta tus declaraciones”. Ahora bien, dice, “claro que habría que guardar
silencio de vez en cuando, también los jóvenes que escriben y escriben sin
parar”.
César Vallejo dijo que le salía espuma al escribir.
Siguió diciendo: “Quiero laurearme, pero me encebollo. / No hay voz hablada,
que no llegue a bruma, / no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo. /
Vámonos, pues, por eso, a comer yerba, / carne de llanto, fruta de gemido, /
nuestra alma melancólica en conserva. / Vámonos! Vámonos! Estoy herido; /
vámonos a beber lo ya bebido, / vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva”.
Probablemente,
dirán algunos, entre ellos Fernando Vallejo, tenía razón el autor de Poemas
humanos: quería escribir y le salió espuma.
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