Esta conversación de nuestro amigo a las musas graves nos dio lugar a reflexionar cuánto era reprensible el celo de aquellos ceñudos literatos que, deseosos de ennoblecer la poesía, reprenden como indigna de ella toda composición en que tenga alguna parte el amor. Yo, sin aprobar los abusos a que conduce este género, que así como los demás tiene sus extravíos, creo que una narración no tendrá jamás poetas épicos ni didascálicos, si antes no los tuviese eróticos y líricos. Aetatis cujusque notandi sunt tibi mores decía Horacio. El hombre siente en su primera juventud, proyecta y ambiciona en la edad robusta, y madura ya su razón en la declinación de la vida, se entra en la jurisdicción de la filosofía, busca con preferencia los conocimientos útiles y se alimenta con las altas verdades que pueden conducirle a la verdadera felicidad.
Esta misma graduación se nota en el gusto de la lectura. Anacreonte y Catulo son las delicias de un joven; Homero y Virgilio de un hombre hecho; y Euripides y Horacio de un anciano. Es, pues, consiguiente que los amigos de las musas sigan este orden establecido por la naturaleza misma; que escriban de amores cuando la razón enmudece y el corazón sólo siente las arrebatadas impresiones de esta pasión halagüeña. Es natural que traten de guerras y conquistas, de grandes y estupendas revoluciones, cuando el deseo de mando y gloria enciende su imaginación, arrebata su espíritu, y le encarna a una esfera ideal llena de encantos y peligros. Y en fin, es natural que se entreguen del todo a la investigación de su origen y obligaciones y al conocimiento de las verdades universales y profundas de la metafísica y la moral, cuando sosegado el tumulto de las pasiones, sólo habla en su interior el conato de su existencia, sustituyendo al gusto de sentir y gozar los placeres, el de conocerlos y juzgarlos.
Ahora bien el talento poético, así como todos los demás, se debe desenvolver y cultivar desde la juventud, y aun este con mayor razón no sólo porque pide gran fuerza de imaginación sino porque la poesía es un arte y sólo se puede perfeccionar con el hábito.
Carta del viaje de Madrid a León
Gaspar Melchor de Jovellanos, Cartas a Ponz, Ediciones KRK
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