"Así me convertí en el narrador atractivo y aturdido, incapacitado para el amor o la bondad. Así fue como me convertí en el joven calavera tarado que deambula entre las ruinas con la nariz goteando sangre, haciendo preguntas que no necesitan respuesta. Así fue como me convertí en el chico que nunca entendió cómo funcionaba nada. Así fue como me convertí en el chico que no salvaría a un amigo. Así fue como me convertí en el chico que no podía querer a la chica". Basta esta cita de las primeras páginas de Suites imperiales (Mondadori), el último libro de Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964), para saber que el autor de American psycho ha vuelto al lugar de la nostalgia, al frío escenario de su primera novela, Menos que cero. Publicada hace 25 años, convirtió a su autor en la voz de una generación tan descreída como asustada.
Bastó aquel libro sobre su mundo y sus amigos -en el que "voceaba nuestros fracasos secretos al mundo entero, escenificando la indiferencia juvenil, el nihilismo deslumbrante, infundiendo glamour al horror de todo ello"- para situarle de un solo golpe en el mapa de la literatura estadounidense. Pero fue la voz de una generación que se tendió una trampa a sí misma y quizá por eso hoy el ya no tan joven escritor mantiene una extraña tensión cuando habla. "No soy tan cruel como Clay [protagonista de Menos que cero]. Pero me identifico plenamente con su romántico masoquismo, en realidad quería volver a él porque extrañaba ese masoquismo", dice en referencia a su álter ego en ambos libros, ese joven cínico que hoy es un cuarentón que vive en Hollywood, desapegado, más que frío, casi congelado, y entre los fantasmas de otro tiempo. "Un día me pregunté por él. ¿Qué haría? ¿Qué sería de su vida?".
Easton Ellis asegura que escribe para exhortar fantasmas, para curarse de su propia rabia. Los límites entre ficción y autobiografía son difusos. "Mis novelas son el depósito de mis venenos. Soy el escritor y el lector de mis libros. Cada uno de ellos nace de un dolor, y el de este libro tiene que ver con mi experiencia en Hollywood", dice en referencia al gran fracaso que supuso su película Los confidentes. "El dolor se transforma en un escenario que me interesa mucho y que de otra manera no sabría expiar. Lo cierto es que cuando termino cada libro el desastre que lo impulsó se va, desaparece con él". Durante años fue la sombra de su padre, el centro de ese dolor. "Cuando escribí Lunar park quería hacer un libro a lo Stephen King; sin embargo, lo que hice fue resolver la relación con mi padre. Había muerto hacía ocho años y todavía seguía peleándome con él. No me dio la oportunidad en vida, la última vez que nos vimos tuvimos una discusión terrible y yo me levanté de la mesa, no volví a verle jamás. En ese libro escribí que quería a ese bastardo, y tirar sus cenizas en aquella ficción me liberó. Cerré la herida".
Bret Easton Ellis pisa con sus zapatillas deportivas el hotel más caro de Madrid, se ríe cuando le preguntan "¡otra vez!" si vive en el Chateau Marmont de Los Ángeles ("Solo pasé allí unos meses, y era horrible") y frunce el ceño cuando se le increpa por su brindis vía Twitter por la muerte ("¡Por fin... hagamos una fiesta!") de Salinger. "Uno tiene una cuenta de Twitter precisamente para no dar explicaciones. Pero bueno, si quiere saber la verdad pues no sé por qué lo hice, fue un impulso, no fue para conseguir seguidores ni nada parecido... Los agentes y la familia se pusieron en contacto conmigo y me llamaron de todas partes, aunque no quise dar entrevistas. Evidentemente, había ironía en todo aquello, compararon mi libro con el suyo, El guardián entre el centeno de la generación MTV, pero lo hicieron como lo hacen para vender cualquier libro, porque evidentemente el mío era mucho menos sentimental
ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS EL PAIS
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