En ocasiones me propongo ese sueño de escribir como una loca. Una falsa loca. O una escritora que se imagina sin obra, sin dioses y sin Cervantes a los cuales parecerse. Y es entonces, para escribir justamente como una loca, cuando entierro en mi cabeza todos mis conocimientos previos. Cocinas de escritora y esas cosas. Hago como que las olvido. No existen. Sólo la voz de loca me está permitida, la que nace, cuando nace, de un hilo quisquilloso de silencios. La mayoría de las veces se queda paralizada y nada surge de ese hueco escondido que llamo locura de escritora. Entonces invoco las palabras con los dedos. Las palabras del misterio. Escribo posesa, como si estuviera loca, pero es sólo ruido lo que sale de mis manos, jeroglíficos serenos, inservibles. Persigo el estado de gracia de loca aunque sea apenas un segundo de ese estado enfebrecido, el tiempo suficiente para estirar el hilo insatisfecho del silencio. Tiempo de decir incongruencias con sentido. Esto es lo que más se puede parecer al estado de gracia de la escritura de loca, pero tampoco es eso exactamente pese al mérito que significa el arte de colocar las cosas en un texto sin nombrarlas. No es ésa la escritura de loca a la que me refiero. Aquélla sería como pintar un cuadro surrealista con las palabras. La que yo digo tiene su espacio de cuna y nacimiento en el pliegue recogido entre la perplejidad y el silencio.
LETRA HERIDA Nuria Amat, Editorial Alfaguara
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