AMOR MÓVIL
La verdad es que el coche se lo merecía. Era tentador como un arcángel y con todas las prestaciones inimaginables, incluida la belleza. El motor no tenía ni una sola duda, ni la carrocería un solo defecto, espléndida, soberbia, ofensiva y con el color de los sueños y la dócil sensualidad de los postres dominicales. Cuando ella lo vio, acababa de salir de un episodio amoroso, que la había dejado tocada, porque tenía esa edad de los cuarenta años en que el amor mata, aunque se sea tan hermosa como ella. El encuentro casual fue un presagio de la felicidad y sucumbió al placer de la posesión, con la seguridad de que nunca la traicionaría. Tardaba unos segundos en pasar de cero a doscientos kilómetros a la hora. El suave contacto con su velocidad la enloqueció y fue crucificando con el acelerador todas sus frustraciones y desahogando su rabia contra la vida. El paisaje se le afantasmaba a su paso y huía a sus espaldas como la cabellera de un cíclope enloquecido, sin más huellas en el aire que su propia nostalgia. Podía recorrer el mundo en un par de semanas y todas las autopistas se le quedaban pequeñas a la primera de cambio. Cuando se concedía una pausa permitía que alguien pudiera verla al volante. Los asombrados espectadores no sabían qué admirar más si el coche o la chica, que llevaba el pelo revuelto de la mandrágora y la mirada encendida de los verdugos primerizos. Dios mismo estaba preocupado por aquella criatura bifronte, mitad mujer- mitad máquina, que se salía de los presupuestos de su creación. Era un coche con rostro de mujer con el acabado de un coche de lujo, que desde luego él no había diseñado ni se le hubiera ocurrido siquiera. Pero estaba acostumbrado a las decepciones que le producían los seres humanos, que no cesaban de maravillarle. Y los dejó ir, camino de su destino inexorable, con un poco de envidia, porque representaban la perfección suprema que él hubiera querido para sí. Tenían algo en común en su excepcionalidad de seres únicos, porque ella incluso había mejorado con el coche, aunque el coche no podía mejorar. Si alguna vez se ha podido hablar de tal para cual fue en relación con ellos y todos los testigos lo reconocieron en el estado en que quedaron, cuando se estrellaron en una carretera comarcal que no estaba preparada para aquellos excesos de originalidad y belleza.
LUCIANO G. EGIDO
Antología del microrrelato español (1906-2011) Irene Andres-Suárez. Catedra
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