Ni siquiera aquí, en la habitación oscura que para algunos es todavía una estación principal pero para otros hace tiempo que es una vía muerta: se nos ve entrar y salir, de uno en uno y eligiendo casi siempre el lateral, y marchar de aquí como proyectiles, porque detenerse, siquiera aflojar el paso, significa perder ritmo, descolgarte ser pisoteado por los que corren detrás, no llegar, caer. La proyección parece acelerada pero esta vez no hay intención de pasar deprisa las imágenes, no es otro time-lapse: es el ritmo real de aquel tiempo, tan reciente aunque parezca lejano, cuando pedaleábamos con más furia que nunca porque presentíamos lo que acabó ocurriendo: de repente la máquina prodigiosa empezó a ralentizar su marcha, por mucho que nos esforzábamos en hacer girar las biela, en empujar, en arrojar nuevas paladas, el mecanismo se atacaba, perdía velocidad, nuestros movimientos siendo raudos, compulsivos para mantener la ilusión de vértigo, pero alrededor, todo iba frenándose, las grúas que hilvanaban edificios cada vez más despacio hasta que un día encallaron; las puertas acristaladas que como parpadeos abrían y cerraban automáticas ahora endurecían su engranaje hasta atascarse; los enormes rótulos luminosos que señalaban el horizonte se volvieron intermitentes, débiles, algunos no tardaron en fundirse; en los raíles había tropiezos, descarrilamientos, atropellos, elementos desorientados que caminaban hacia atrás;
La habitación oscura, Isaac Rosa, Seix Barral
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