Este es un relato corto que el escritor estadounidense escribió en los años cincuenta del siglo XX. Es una clase magistral de química y bioquímica en clave de humor (bioquímica un poco alocada, naturalmente) y habría que aclarar que aunque en los países latinos decimos la expresión “Matar a la gallina de los huevos de oro” cuando nos queremos referir a desaprovechar una ocasión ventajosa, en el ámbito anglosajón se refieren a “Matar a una oca de los huevos de oro” para la misma situación; que es como lo escribió Esopo originalmente en sus fabulas. Si no sabéis de qué estoy hablando leed el relato y disfrutad un rato con el genio de Asimov. No les podría decir mi verdadero nombre aunque quisiera, y dadas las circunstancias, no lo deseo.
No soy buen escritor, así que he hecho que Isaac Asimov escriba esto en mi lugar. Le he elegido a el por varias razones. Primero, porque es un bioquímico y puede comprender lo que digo; en parte al menos. Segundo, porque sabe escribir; al menos ha publicado bastantes relatos, lo cual puede que no signifique lo mismo, naturalmente.
No fui yo la primera persona en tener el honor de conocer a la Oca. Ese honor le corresponde a un cosechero de algodón de Texas, llamado Jan Angus MacGregor, que era su dueño antes de que pasara a ser propiedad del Gobierno.
Hacia el verano de 1955 había mandado una docena de cartas al Ministerio de Agricultura pidiendo una información sobre la incubación de huevos de oca. El Ministerio le envió todos los folletos disponibles que trataban esa cuestión, pero sus cartas se fueron haciendo cada vez más exigentes y aumentaban las referencias a su «amigo» el representante local en el Congreso.
Mi relación con este asunto radica en que estoy empleado en el Ministerio de Agricultura. Puesto que iba a asistir a un congreso en San Antonio en Julio de 1955, mi jefe me pidió que me detuviera en la finca de MacGregor y viera en que podía ayudarle. Estamos al servicio del público y además habíamos recibido, por fin, una carta del congresista amigo de MacGregor.
El 17 de julio de 1955 vi por primera vez a la Oca. Primero conocí a MacGregor. Tenía unos cincuenta y tantos años, era un hombre alto, de rostro arrugado y lleno de desconfianza. Repase toda la información que se le había proporcionado; luego le pregunte cortésmente si podía ver sus gansos.
- No son gansos, señor – replico -; es una oca.
- ¿Puedo ver esa oca? – pregunte.
- Lo siento, pero no.
- Bueno, pues no le puedo ayudar más. Si no se trata mas que de una oca, entonces quiere decirse que las cosas van mal. ¿A que preocuparse por una oca? Cómasela.
Me levante y cogí el sombrero.
- ¡Espere! – dijo, y me quede donde estaba mientras el apretaba los labios y arrugaba loa ojos luchando en silencio consiga mismo -. Venga conmigo.
Salí con el a un corral cercano a la casa, rodeado de alambre de espino, con una verja con cerradura, en donde guardaba su oca: la Oca.
- Esta es la Oca – dijo.
Por la forma en que lo dijo pude entender hasta las letras mayúsculas.
La mire. Parecía una oca corriente, gorda, satisfecha de si misma e irascible.
- Y aquí tiene uno de sus huevos – dijo MacGregor -. Lo he tenido en la incubadora. Esta igual que estaba – se lo sacó de un amplio bolsillo de su mono de trabajo. Hacía un esfuerzo extraño, como si le costara sostenerlo.
Fruncí el ceño. Había algo raro en este huevo. Era más pequeño y más esférico de lo normal.
- Cójalo – dijo MacGregor.
Alargue la mano y lo cogí. O intente cogerlo. Le calcule un peso que tendría un huevo normal como este, y se quedo donde estaba. Tuve que hacer más fuerza, y entonces lo levante.
Ahora comprendía la extraña manera de sostenerlo de MacGregor. Pesaba casi un kilo...
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