El lector de Monet
Ignacio Echeverría, artículo aparecido en EL CULTURAL de El Mundo el 26/10/2012
Puede que lo que me propongo decir suene
insufriblemente elitista. Aun así, me arriesgo a volver sobre el tema (pues lo
traté ya en otra ocasión), desde la confianza de que vale la pena al menos
planteárselo. Para
comenzar, me remito otra vez a la memorable entrevista a Kurt Vonnegut
publicada por The Paris Review en 1976. Preguntado por la
situación supuestamente deplorable a la que, a juicio del entrevistador,
parecía estar abocándose la literatura estadounidense en aquellos años,
Vonnegut responde tajantemente: “No escasean los buenos escritores. Lo que nos
falta es una masa de lectores fiables”.
Me interesa, en boca de un escritor tan poco sospechoso de elitismo como
Vonnegut, esta idea de que escasean los lectores “fiables”. Pues mucho se ha
venido hablando en los últimos años, con acentos más o menos agoreros, de la
muerte del lector; cuando, lejos de extinguirse, lo cierto es que los lectores
no dejan de aumentar, y parece incuestionable que cada día se lee más. Cosa
distinta es que se lea peor. Pero habría que hablar, en este caso, ya no de la
muerte del lector, sino, más propiamente, de su decadencia. Habría que hablar
-como sugiere Vonnegut- de la proliferación de lectores de baja calidad,
responsables -tanto o más que los editores, y hasta que los propios escritores-
de que se escriban tantos libros mediocres, y bastantes menos obras admirables
de las que cabría esperar en un caudal tan abrumador de literatura como el que
no cesa de generarse.Lo
dice Paul Valéry en una anotación de sus cuadernos del año 1916: “No es nunca
el autor el que hace un obra maestra'. La obra maestra se debe a los lectores,
a la calidad del lector. Lector riguroso, con sutileza, con
lentitud, con tiempo e ingenuidad armada. Sólo él puede hacer obra maestra,
exigir la particularidad, el cuidado, los efectos inagotables, el rigor, la
elegancia, la duración, el impulso. Pero ese lector, cuya formación y cuyas
fluctuaciones constituyen el verdadero objeto de la historia de la literatura,
se está muriendo”.
Ya se hablaba entonces, vemos, de la muerte del lector. Pero no se trata aquí
de la muerte de los lectores en general, sino de una determinada franja de los
mismos: los lectores de calidad, capaces de enfrentar la obra con la actitud
que Valéry describe tan bien (“con sutileza, con lentitud, con tiempo e
ingenuidad armada”, qué bueno).
El mismo Valéry anota en otro lugar de sus cuadernos, varios años más tarde:
“Pensad en lo que hace falta para gustar a tres millones de personas.
Paradoja: hace falta menos que para
gustar a cien. No escribo para personas que no puedan darme una
cantidad de tiempo y una calidad de atención comparables a las que yo les doy”.
Llámenla arrogancia, si quieren. Hay que aplaudir, de todos modos, la actitud
de Valéry, por mucho que quepa también admirar otras actitudes quizá opuestas,
más adaptadas a las condiciones de producción y de consumo de la cultura
actual.
Se recordará cómo años atrás Philip Roth escandalizó a muchos al declarar que
en Estados Unidos la buena literatura apenas contaba con 25.000 lectores.
Entretanto, Roth se ha mostrado convencido de que esta cifra no cesa de
disminuir. “En unos años, los buenos lectores van a ser tan pocos que van a ser
como un culto; las 150 personas en los Estados Unidos que leen
Anna Karenina, por
ejemplo”, ha dicho. (??) Y añade: “Hablar de la muerte de la novela' es un
lugar común de cuarta y, además, es mentira.
Los que están muriendo en los Estados Unidos son los
lectores (¡y dale!). Yo podría mencionarle una veintena de mis
contemporáneos que son novelistas maravillosos e interesantes. Desde hace unos
sesenta años la novela realmente está viviendo un momento de esplendor en los
Estados Unidos, pero la gente no se da cuenta”.
Sin embargo, uno abre los suplementos culturales y -ya es un tópico señalarlo-
se encuentra cada semana con un puñado de libros que se celebran unánimemente
como obras maestras. ¿Será que los “novelistas maravillosos e interesantes” de
los que habla Roth no dejan de multiplicarse por todos lados, incluida España?
Pero no:
uno lee esos
libros y se encuentra con vulgares engendros de la cursilería y de la fatuidad.
Repasa luego el lenguaje que emplea la mayor parte de los críticos y se lleva
las manos a la cabeza. ¿Qué esperar, así, de los lectores comunes? ¿Cómo se
forman los lectores de calidad?
Algo no termina de encajar
Ignacio Echeverría, artículo aparecido en EL CULTURAL de El Mundo el 26/10/2012
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