Perder teorías. Enrique Vila-Matas
Prólogo de Liz Thernerson
Seix Barral (Barcelona, 2010)
“Porque, vamos a ver, pensó Riba, si uno tiene la teoría, ¿para qué quiere hacer la novela? Y en el momento mismo de preguntárselo y seguramente para no tener una sensación tan grande de haber perdido el tiempo, incluso de perderlo al preguntárselo, comprendió que haberse pasado tantas horas en el hotel escribiendo su teoría general le había en el fondo permitido desembarazarse de ella. ¿Acaso un hecho así era desdeñable? No, desde luego. Su teoría seguiría siendo lo que era, lúcida y osada, pero iba a destruirla tirándola a la papelera de su cuarto”.
(Enrique Vila-Matas, Dublinesca, Seix Barral, 2010)
Pero la teoría no se perdió. Muchos detectives la localizaron en Francia, y en España no dimos con ella hasta septiembre. Paul Auster la leyó, y en Seix Barral se barajó la posibilidad de incluirla como prólogo a Dublinesca, opción que el propio Vila-Matas descartó al considerar que era mejor dejarla a parte para no entretener demasiado al lector, yo añadiría para no desvelarle demasiadas pistas que producirían un efecto negativo, pues si tras lo teórico llega lo práctico es prácticamente inevitable querer comprobar la conexión entre ambas partes. Además, ya lo dice el propio Samuel Riba, lo mejor del mundo es viajar y perder teorías, perderlas todas. No encasillarse y progresar, usar el concepto como una premisa válida que no tiene ningún tipo de sentido si sólo se recoge sin aplicarlo a la novela. El escritor barcelonés lo hizo en Dublinesca, texto que inauguró una nueva etapa en su prosa tras el duro percance de la enfermedad. El tono se volvió menos alocado, más reflexivo, con una larga espera hacia el desenlace, congelación ritual en la preparación de un viaje hacia el salto inglés tras abandonar el pasado en un hotel galo y caminar por la misma ruta, pero con sentidos diferentes. El cambio de rumbo, intuido en Exploradores del abismo, se entiende mejor en las páginas del breve Perder teorías, donde curiosamente Vila-Matas da un nada banal paso al frente guardando a Riba en el cajón del escritorio y tomando la voz cantante, relegando al personaje para afirmar al autor, que aterriza en Lyon para participar en unos encuentros internacionales de literatura. Coge un taxi, y quizá en el mismo vehículo, conversando con el conductor, se da cuenta de no saber nada, lo que es indicio de sabiduría y renacimiento, borrón y cuenta nueva que incita a la transformación, intuida en el juego de máscaras.
Otro espacio ajeno al cotidiano es la excusa perfecta para ser lo que no somos, y sin embargo lo más triste es que cuando nuestro hombre llega al hotel sólo le atiende un sobre, nadie le da la bienvenida, es un desaparecido que con una inmejorable oportunidad de reencontrarse en una casi isla. La soledad y la espera, verdadera clave del relato, hacen que su cerebro maquine, y en ocasiones cuatro paredes de la neutralidad, como si el narrador se hallara en un no lugar, ayudan a formular pensamientos reforzados por la situación y el estímulo de un artículo sobre Julien Gracq y su novela El mar de las Sirtes, paradigmática y ejemplar, luz que alumbra los cinco rasgos esenciales, irrenunciables e imprescindibles de la teoría que nace durante esas horas. El primero es la “intertextualidad”, o cómo alimentar la novela, sin ser plagiario, con materiales de otros libros, no de manera directa, sino con el fluir de esas aportaciones de la tradición: no hay escritores sin inserción en una cadena de escritores ininterrumpida. Asimismo, ése legado puede distorsionarse, burlándose de la erudición académica para generar un discurso propio, único y singular. El segundo se centra en las conexiones con la alta poesía, y en cierto sentido anticipa los siguientes apartados de la teoría, pues el lirismo no es entendido simplemente como la adoración a mimar el lenguaje, sino más bien una especie de sugerencia atmosférica que dé a la trama una miríada de climas surcando el texto, que para cumplir las cinco propuestas vilamatianas ha de contemplar la escritura como un reloj que avanza y percibe el futuro. En mi modesta opinión éste postulado se enlaza naturalmente con la cuarta cita del elenco, la victoria del estilo sobre la trama, argumento irrefutable, pilar que libera al escritor del vetusto fardo del tema y le proporciona energía para consagrar sus esfuerzos a la estructura y a la plena libertad en su labor. Al fin y al cabo hay pocas tramas y muchos terreno por explorar con la forma, tejido capital en la construcción novelística, bálsamo para el narrador, que para completar, un reto titánico, el quinteto debe poseer la conciencia de un paisaje moral ruinoso, lo que no significa desplegar dones proféticos. Hubo una época en que se podía explicar el mundo con la literatura y algunos lo hacían con un espejo que se adelantaba. Flaubert, Kafka y Musil comprendieron la siempre mayor distancia entre el individuo y el Estado, entre el poeta y el gobernante. La separación entre ambas esferas fue agrandándose, la pretérita solidaridad se quebró y la fractura fue letal, derrumbándose definitivamente con la tormenta de la Segunda Guerra Mundial. Irrumpe Rimbaud. Todo ya pasó, la ciega ambición europea, su afán de conquista, agotó el combustible y nuestro ambiente se ha metamorfoseado en una enorme sala de espera donde, sin los tambores de antaño y esa exaltación delirante, lo inamovible y la nada se dan la mano, y ése desolador paisaje moral propicia a las letras una plataforma para desarrollar la utopía y la irrealidad, aunque sin perder de vista los elementos que configuran el universo en que vivimos. No hay una renuncia al realismo, sino una invitación clara a abordarlo como un cuerpo sin tautologías, carne con un horizonte infinito, enemigo de las restricciones.
Hay en Enrique Vila-Matas un poso de distinción, la nobleza de quien con su independencia es un rara avis en el panorama español. Leemos sus libros y bendecimos no asociarlos con una nacionalidad porque se dirigen y surgen desde un ámbito transnacional, la literatura. Una vez presentada la teoría insiste en la espera. Sí, siempre estamos al acecho. Lo importante es buscar un sentido a las cosas, y este cuaderno de bitácora lo consigue para el autor. Pone en orden sus ideas y se recicla, mudando ropaje, siendo lúcido al confesar que sus conjeturas no son ningún mandamiento, porque quien siga sólo una vía corre el peligro de extraviarse por culpa de lo unidireccional. Perder teorías es una vuelta de tuerca de la vuelta de tuerca que pasea en un aire donde los vocablos mencionan normas con significados que tienen por bandera el canto a una aplastante libertad creativa.
Jordi Corominas i Julián
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