Considerado el padre de la narrativa estadounidense contemporánea, el próximo 21 de abril se cumple el primer centenario de la muerte de
Mark Twain, cuyo nombre y novelas se asocian irremediablemente al ingenio y la aventura. José Antonio Gurpegui revisa su influencia decisiva en Hemingway, Faulkner o Bellow.
“Toda la literatura norteamericana moderna viene de un libro de Mark Twain titulado Huckleberry Finn. Si lo lees, detente justo cuando al negro Jim se le separa de los chicos, ése es el verdadero final. El resto es un simple engaño. Pero es el mejor libro que tenemos. Toda la literatura norteamericana empieza con él. No había nada antes. No hay nada tan bueno después.” La apreciación se refiere, obviamente, a Huckleberry Finn de Mark Twain -seudónimo de Samuel Langhorne Clemens (1835-1910)- y fue realizada por Ernest Hemingway en Las verdes colinas de África (1935). Y eso que no es precisamente el autor de El viejo y el mar una fuente fiable y objetiva en sus apreciaciones literarias, ya que son más que conocidas sus filias y fobias -algo tendrían que decir al respecto Scott Fitzgerald y Sherwood Anderson-. Sin embargo, lo que resulta evidente es que Las aventuras de Huckleberry Finn (1885) marca el punto cumbre de las letras norteamericanas, consagrando definitivamente la “independencia cultural” que reclamara James Kirke Paulding a comienzos del XIX, e iniciada con La letra escarlata (1850) de Hawthorne y Moby Dick (1851) de Melville. No en vano, en una conferencia en Japón, en 1955, William Faulkner afirmó que Twain es “el padre de la literatura norteamericana… el primer escritor verdaderamente norteamericano, y todos nosotros somos sus herederos”.
Lo sorprendente, sin duda, es cómo un huérfano de doce años llamado Samuel Clemens, que abandonó sus estudios para trabajar como aprendiz en un modesto periódico local, piloto de barcos, soldado y viajero, se convirtió en una leyenda para millones de lectores, escritores y críticos gracias a sus crónicas periodísticas y a novelas tan populares como el ya mencionado Huckleberry,
Las aventuras de Tom Sawyer o Un yanqui en la Corte del rey Arturo.
William Dean Howells, editor del influyente Atlantic Monthly y gran pope de la literatura norteamericana de entresiglos (XIX-XX), alabó efusivamente la publicación de
Huckleberry Finn llegando a afirmar que se trataba de la primera obra de ficción que reflejaba con fidelidad la realidad e idiosincrasia norteamericanas. Howells, en estas cuestiones críticas mucho más fiable que Hemingway, abogaba por un modelo cultural literario norteamericano más próximo al regionalismo -en lo que vino a denominarse “color local”- que al urbanismo de Henry James, que acababa de publicar
Washington Square (1881). Y de alguna forma la dicotomía Twain-James o James-Twain parece tener una sombra tan alargada que se proyecta hasta el siglo XXI. En cierta ocasión escuché a mi querido maestro Leopoldo Mateo mencionar cómo había constatado que aquéllos que sentían pasión por Twain aborrecían a James, y viceversa.
En el caso de Twain su influencia se circunscribe casi exclusivamente a Huckleberry Finn, pues el resto de sus obras, si exceptuamos algún que otro cuento incluido en La afamada rana saltarina del condado de Calaveras (1867), no logra ni tan siquiera aproximarse a las cotas artísticas alcanzadas en la historia del pícaro Huck y el esclavo Jim.
Con anterioridad a Twain, escritores como Francis Bret Harte, autor del divertido volumen The Outcasts of Pokerflat (1869) y Joel Chandler Harris y sus Historias del tío Remus (1880) ya habían explorado las posibilidades literarias del ambiente rural y fronterizo, de acuerdo a formas y modelos literarios distintos, no necesariamente antagónicos, al romanticismo de la primera mitad del siglo, pero es Mark Twain quien confiere su auténtica categoría al género.
Hamlin Garland fue uno de sus primeros y más aventajados discípulos y los cuentos de sus Main-Traveled Road (1891), y especialmente A Son of the Middle Border (1917) ofrecen una perspectiva de la América rural que complementa la del autor del Mississippi. También Charles W. Chesnutt en su injustamente olvidada The Marrow of Tradition (1901) mantiene interesantes deudas con Twain, tanto en lo referente al género literario como en lo sustancial del argumento al explorar la perversión social y personal que significa la esclavitud. Similar influencia a la que podemos encontrar en George Washington Cable, especialmente en obras como The Negro Question (1888).
En los autores del siglo XX la influencia de Twain resulta mucho más sutil. En el caso de Saul Bellow, por ejemplo, el título de una de sus más admiradas obras,
Las aventuras de Augie March (1953) ya indica de forma más bien explicita dónde encontraremos el referente. Pero no es solo el título: la progresión del héroe desde la infancia a la madurez o ese ambiente picaresco que sazona la novela nos remiten directamente a Huck. También Ralph Ellison, autor de
El hombre invisible (1952), afirmaba en un antológico ensayo que Twain “nos ha enseñado cómo capturar lo que es esencialmente norteamericano en nuestras costumbres y folclore”. Resulta interesante la valoración de este escritor afroamericano, sobre todo teniendo en cuenta las recientes valoraciones de jóvenes críticos que consideran a Twain un escritor racista…
Algo más objetiva resulta la también afroamericana Toni Morrison, premio Nobel, quien colaboró escribiendo la Introducción de Huckleberry Finn en el X volumen de The Oxford Mark Twain (1996), donde Shelley F. Fishkin editó los 29 volúmenes de sus obras completas. También Arthur Miller participó en el proyecto en los escritos pertenecientes a la Autobiografía: fue él quien me comentó que le habían contactado para escribir una de las introducciones y recuerdo perfectamente su comentario cuando, al hilo de lo que me acababa de decir, mencioné cómo el inmortal novelista parecía estar cuestionado a finales del siglo XX, “Natural -ironizó Miller-, nadie les prestaría atención si, como nosotros, dijeran que es el novelista más importante de las letras norteamericanas”. Esta enciclopédica edición de las obras de Twain resulta también ilustrativa al repasar la nómina de escritores que han participado. Además de los referidos Miller y Morrison, también han colaborado firmas tan prestigiosas y consagradas como E. L. Doctorow introduciendo Las aventuras de Tom Sawyer; Kurt Vonnegut en el volumen correspondiente a Un yanqui en la corte del rey Arturo; Bobbie Ann Mason, Malcolm Bradbury, Walter Mosley, Cynthia Ozick, Erica Jong; Lee Smith, Gore Vidal… Todos ellos reconocen no solo la importancia de Samuel Langhorne Clemens, Mark Twain, en la literatura norteamericana, sino en sus propias creaciones artísticas y en su concepción del arte y de los Estados Unidos.
José Antonio GURPE, El Cultural del Mundo
Lo descubrí de la mano de Blanca Oteiza y Miguel Ángel Solá, un verano en Mar del Plata, allá por los 90, en esa espectacular puesta en escena de su obra El diario de Adán y Eva. Blanca y Miguel inconmensurables, haciéndonos reír y llorar sin descanso a un público fervoroso que les agradeció el haberse dejado el pellejo en escena con años de reposiciones en todos los teatros de Argentina y luego de gira por España, donde los volví a ver en el Teatro de Bellas Artes de Madrid, y volví a llorar y reír sin interrupción.
Luego, fui a leer la obra y, aunque breve, no me decepcionó. Pero la historia ya se me había metido en el alma con las caras y las emociones a flor de piel de esa tremenda pareja de artistas que vive entre ustedes. Cuídenlos! En Argentina se los extraña.
Valeria Buono dijo...
25 de abril de 2010, 2:45