La periodista
Nellie Bly llega en 1889 a París y se reúne con Julio Verne en la casa del escritor francés. Durante su encuentro, Bly le explica al novelista que quiere batir la plusmarca que él mismo trazó en su novela “La vuelta al mundo en 80 días”. Verne y Bly tienen una tensa conversación sobre si la reportera estadounidense –una mujer sola y sin la sempiterna protección masculina, en pleno siglo XIX- culminará o no su proeza.
Verne se interesa por el itinerario. La periodista le responde que partió el 14 de noviembre de 1889 del muelle de Hoboken (Nueva Jersey) en un barco rumbo a Europa y que luego viajará a ciudades como Suez, Adén, Singapur, Hong Kong o Yokohama, para regresar de nuevo, vía San Francisco, a Nueva York. Todo, en menos de 80 días.
El escritor, con cierta ironía, tal vez, le pregunta que por qué no hace parada en Bombay, como así lo hizo su personaje Phileas Fogg en su vuelta al mundo literaria. Bly, con cierto enfado, le contesta que prefiere ahorrar tiempo en su periplo que “salvar a una joven viuda” (en relación al personaje femenino de Aouida en la novela). Verne, con sorna, le corrige y le dice que quizás pueda salvar “a algún joven viudo” antes de su regreso a Estados Unidos.
“Sonreí, condescendiente, como siempre hacen las mujeres solteras y sin compromiso ante este tipo de insinuaciones”, relataría Bly, posteriormente, en sus cuadernos de viaje.
Esta es una de las escenas que se recogen en “La vuelta a mundo en 72 días”, un libro que Ediciones Buck publica este mes de febrero y que rescata la personalidad y las travesías transoceánicas de esta reportera. La historia de su aventura alrededor del mundo comienza unos meses antes.
Elizabeth Jane Cochran (Pensilvania; 1864 - Nueva York; 1922) es la predecesora del denominado periodismo encubierto. Firma con el seudónimo de Nellie Bly, con el que se ha labrado una reputación (y bastantes problemas con los anunciantes) por su defensa de los derechos civiles y laborales de las mujeres. Después de despedirse del “Pittsburgh Dispatch”, recala en el diario amarillista “The New York World”, del que era propietario el mismísimo Joseph Pulitzer.
Es cuando Bly llega al culmen de su carrera periodística, gracias “Diez días en un manicomio”, las crónicas de su incursión en un siquiátrico para mujeres donde se interna y narra en primera persona la dureza de estos centros.
Poco después, el éxito en Estados Unidos de la novela de Julio Verne, “La vuelta al mundo en 80 días”, le da una idea.
Tras una noche de bloqueo ante un papel en blanco, a la mañana siguiente, Bly le propone a su redactor jefe que un reportero haga el recorrido literario de Verne para demostrar que la realidad puede superar a la ficción. En un tira y afloja con su jefe, ella pide afrontar el reto por sí misma. “The New York Word” acepta.
Bly se pertrecha para la aventura. En una minúscula bolsa de mano logra, con ingenio, acumular dos gorros de viaje, tres velos, un par de zapatillas, un juego completo de accesorios de tocador, tintero, plumas y lápices, papel de copia, agujas e hilo, una bata, una chaqueta de tenis, una pequeña petaca y un vaso, varias mudas de ropa interior, una amplia reserva de pañuelos y cintas nuevas; y algo sobre lo que se muestra inflexible, según narran sus crónicas: “un tarro de crema hidratante” para los diversos climas del viaje.
En noviembre de 1889, Bly toma el barco rumbo a Europa en un viaje circular de más de 40.000 kilómetros. Comenzaba una carrera contrarreloj para pulverizar el récord de Verne. Era así porque Bly recibió noticias de que otro viajero le pisaba los talones, emulando su aventura.
“Si fracaso, no pienso regresar nunca a Nueva York. Preferiría llegar muerta y victoriosa antes que con retraso”, narraría mientras cruzaba el Pacífico.
Sin embargo, la reportera conquista la hazaña antes que su rival: 72 días, 6 horas, 11 minutos y 14 segundos después, llega a las costas de Estados Unidos y es recibida como heroína nacional en su país. Ha logrado el récord mundial y vencido al personaje masculino de Julio Verne.
Meses más tarde, Bly perdería la plusmarca. Sería el hombre de negocios George Francis Train quien en tan sólo 67 días obtendría un mejor reconocimiento. No obstante, las crónicas de Bly habían servido para demostrar que una mujer sola y sin acompañante podía viajar por diferentes culturas en aquel mundo machista de la época victoriana, y en menos de 80 días.
La aventura no tiene un final feliz como en las novelas rosas. Al contrario. Gracias a Bly, las ventas de “The New York World” aumentan, pero ella no recibe a cambio ninguna gratificación. Se despide del periódico, aunque regresa al periodismo años después. Cuando estalla la Primera Guerra Mundial, viaja a Europa para cubrir el frente bélico. Aquella guerra también merecía sus crónicas para el World. Pero ésta es otra historia.
(Artículo de David González Torres,
Avión de papel)
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