En períodos de crisis económica como el que vivimos, los presupuestos públicos de la cultura tienen también que apretarse el cinturón. A nadie le gusta ver sus recursos disminuidos (el presupuesto de la BNE se verá recortado en un 10% el próximo año y nos retrocederá a 2005) pero soy de los que creen que las crisis deben ser abordadas como una oportunidad de gestionar mejor poniendo a prueba la creatividad, que tiende a aletargarse en tiempos de bonanza, y, de asegurar que nada fundamental se quede en la cuneta de la crisis. En mi opinión, la rentabilidad de la cultura no se puede medir sólo en términos de PIB estrictamente económico. ¿Cuál es el ingrediente fundamental del tan famoso I+D+i sino la creatividad, ese recurso natural tan bien repartido que es además renovable y no contamina? Soy una convencida de que el nuevo modelo de desarrollo en el siglo XXI será fruto de la creatividad, o no será.
En la era de la globalización todos los países compiten en todos los terrenos. También en el de las industrias culturales. La dificultad estriba en que no todos salen a la palestra compitiendo con las mismas armas. Es, pues, no sólo lógico sino deseable que los Estados apoyen a sus industrias culturales, con el fin de crear las condiciones que permitan a sus protagonistas desarrollar su musculatura creativa e intelectual, asegurando una vibrante diversidad cultural a nivel global. La pinza “globalización + tecnologías” debe encontrar respuesta en las políticas públicas de cultura. Hay una voluntad unánime de los Estados a favor de sus industrias culturales, que quedó expresada en la Convención sobre la Diversidad de los Contenidos Culturales (UNESCO, 2005). Tras 16 años de trabajar por esta causa desde la UNESCO, no ha dejado de sorprenderme que el público español no parezca ser consciente de esta necesidad y, en vez de apostar por nuestra literatura, nuestro cine, etc., es decir, por nuestro propio universo imaginario, parezca preferir los cantos de sirenas y hasta se escandalice de las ayudas públicas a la cultura. Claro está, es de vital importancia que la acción de apoyo estatal a las industrias culturales responda a una clara estrategia de inversión en las mismas y se desarrolle en un marco de total transparencia, ajeno a toda tentación de clientelismos. El apoyo de los Estados a la cultura debe tener la consideración de inversión y no de subvención. La inversión estimula porque incita al sector a asumir riesgos. Por el contrario, la subvención adormece y, a la larga, crea adicción.
MILAGROS DEL CORRAL (Directora de la Biblioteca Nacional)
(Fuente: El Mundo)
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