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(Sarolta Bán) |
Murió hace más de una década, pero la presencia del autor de Don de la ebriedad en la poesía española no ha dejado de crecer. Escritores y críticos recuerdan al poeta coincidiendo con la aparición de una antología de su obra
Si hay un poeta tocado por el genio en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX ese es Claudio Rodríguez. Ajeno a escuelas y generaciones (por más que no falte en ninguna de las antologías del grupo del 50), sin antecedentes claros y sin descendientes casi, la lectura de sus poemas produce la sensación de ir escribiéndose sin esfuerzo delante de los ojos del lector, de que el sonido de las palabras contiene ya su propio sentido, de que, por fin, forma y fondo son una misma cosa. Las cosas de un poeta innato que, laboriosamente, escribe en estado de gracia.
Rumoroso cauce. Nuevas lecturas sobre Claudio Rodríguez
Edición de Philip W. Silver.
Páginas de Espuma.
Madrid, 2010.
368 págins. 24 euros.
"Nunca publicó, quizás ni siquiera escribió -o más bien nunca terminó- un solo poema que no fuese la perfección misma", dice Philip W. Silver
Pero si la obra de Claudio Rodríguez (Zamora, 1934-Madrid, 1999) es un milagro, milagrosa es también su presencia dentro de la literatura española. Lejos de pasar por el limbo al que la muerte condena por un tiempo a la mayoría de los escritores, su desaparición hace más de 10 años no hizo sino acrecentar su presencia. Esta vez la poesía no pagó la factura de la falta del poeta. En 2001 Tusquets publicó su poesía completa y tres años más tarde hizo lo propio con sus escritos en prosa. Poco después la Fundación César Manrique reuniría en Poemas laterales los textos que el autor dejó fuera de los cinco poemarios que publicó en apenas cuatro décadas de escritura. A Don de la ebriedad (Premio Adonais en 1953), que le ganó para siempre un sitio en la historia de la literatura sin haber cumplido siquiera los 20 años, le seguirían Conjuros (1958), Alianza y condena(1965), El vuelo de la celebración (1976) y Casi una leyenda (1991). Hasta el libro inacabado que tenía entre manos cuando murió, Aventura, tuvo una edición facsímil en la editorial Tropismos. Con buen juicio, su viuda lo había dejado fuera de las poesías completas.
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