La lectura es inútil. Por eso es gran cosa.
¿Por qué leer? es la autobiografía irónica de un lector caústico y provocador. El autor examina, en esta desenfada digresión, el acto de la lectura y la escritura, sus causas y consecuencias, sus escenarios, produciendo una ruptura con los tópicos habituales. Leer para encontrarse (sin haberse buscado), leer para deja de ser reina de Inglaterra, leer por los títulos o leer para hacer amigos son algunos de los provocadores capítulos que propone en este ingenioso examen de la lectura.
Charles Dantzig, escritor y editor, muestra su particular filosofía de la lectura desde la emoción y la pasión por los libros.
«¿Por qué leer? como una guía de alta montaña, es una buena guía de altas lecturas. Para empezar no tiene nada de didáctica. Dantzig no es un asesor literario, henchido de vanidad, que aconseja a patanes incultos sobre un saber que les permita brillar en sociedad. Es más sutil, más divertido, más personal. Dantzig habla de él, de sus razones para leer»
APRENDER A LEER
¿Por qué leo? leo lo mismo que ando, sin duda alguna. Por otra parte, leo mientras ando. ¡Si les hablara de la cantidad de encontronazos que semejante cosa me ha proporcionado! Más de un parquímetro de París se ha conmovido al oír que le pedía educadamente perdón después de haberme chocado contra él, leyendo algún libro. Por lo demás, no porque hagamos una cosa tan espontáneamente como andar o leer resulta inútil reflexionar sobre lo que se hace. La espontaneidad no lo legitima todo. Hay asesinatos espontáneos.
«Espontáneamente». En un primer momento había escrito «naturalmente». Ahora bien, la lectura no es más natural que caminar. Es incluso uno de los actos más adquiridos que existen. Difícil, en ocasiones. No todo el mundo aprende a leer con facilidad. Sería interesante hacer una encuesta sobre el tema. ¿Serán los grandes lectores gente que aprendió a leer fácilmente? A mí, me resultó fácil y fue casi inmediato. Me hicieron repetir la B con la A, BA durante unos cuantos días y, de pronto, todo se liberó. Leí. A lo mejor se debe a que fue algo tardío; cuando tenía ya cinco años. Vivía indignado desde hacía un año. La mayoría de mis compañeros habían aprendido a leer al final de parvulitos. «¿Por qué a mí no me enseñan?», les preguntaba sin parar a mis padres, un tanto incómodos. No podían contestarme nada salvo: «Es el método de tu escuela. Tienes que esperar al próximo curso». Y yo, señalando con el dedo todo lo que me encontraba escrito, carteles, vallas, anuncios, portadas de las revistas, preguntaba: «¿Qué pone?». Me parecía que estaban cometiendo conmigo una enorme injusticia. Que estaban retrasando mi ingreso en la comprensión del mundo.
Los niños de cinco años son muy inteligentes. Y cándidos. Para mí, lo escrito debía permitirme comprender lo que sucedía a mi alrededor. Todo ocurría abierta aunque misteriosamente. ¿Cuál era no ya la razón de aquellas cosas sino su articulación? ¿Cómo estaba imbricado todo aquello? Le concedía a lo escrito una confianza absoluta para aclarármelo. Mientras que desconfiaba de la palabra. En particular, de la de mis padres. Presentía su poder antes de admitir su sutileza, que ya discutía, pues. Siempre he tenido un problema con la autoridad. Aún ahora, nada me indigna más que eso que se llama argumentos de autoridad, que consisten como es sabido en invocar una supuesta autoridad para acallar las preguntas. Se oponen al razonamiento, al maravilloso razonamiento, maravilloso porque se basa en la confianza. Los argumentos de autoridad se basan en el desprecio. Mi desconfianza en la autoridad tenía por contrapeso a la casi mágica confianza en lo escrito. Una frase, según el bárbaro en miniatura que era yo, sería una llave.
APRENDER A LEER
¿Por qué leo? leo lo mismo que ando, sin duda alguna. Por otra parte, leo mientras ando. ¡Si les hablara de la cantidad de encontronazos que semejante cosa me ha proporcionado! Más de un parquímetro de París se ha conmovido al oír que le pedía educadamente perdón después de haberme chocado contra él, leyendo algún libro. Por lo demás, no porque hagamos una cosa tan espontáneamente como andar o leer resulta inútil reflexionar sobre lo que se hace. La espontaneidad no lo legitima todo. Hay asesinatos espontáneos.
«Espontáneamente». En un primer momento había escrito «naturalmente». Ahora bien, la lectura no es más natural que caminar. Es incluso uno de los actos más adquiridos que existen. Difícil, en ocasiones. No todo el mundo aprende a leer con facilidad. Sería interesante hacer una encuesta sobre el tema. ¿Serán los grandes lectores gente que aprendió a leer fácilmente? A mí, me resultó fácil y fue casi inmediato. Me hicieron repetir la B con la A, BA durante unos cuantos días y, de pronto, todo se liberó. Leí. A lo mejor se debe a que fue algo tardío; cuando tenía ya cinco años. Vivía indignado desde hacía un año. La mayoría de mis compañeros habían aprendido a leer al final de parvulitos. «¿Por qué a mí no me enseñan?», les preguntaba sin parar a mis padres, un tanto incómodos. No podían contestarme nada salvo: «Es el método de tu escuela. Tienes que esperar al próximo curso». Y yo, señalando con el dedo todo lo que me encontraba escrito, carteles, vallas, anuncios, portadas de las revistas, preguntaba: «¿Qué pone?». Me parecía que estaban cometiendo conmigo una enorme injusticia. Que estaban retrasando mi ingreso en la comprensión del mundo.
Los niños de cinco años son muy inteligentes. Y cándidos. Para mí, lo escrito debía permitirme comprender lo que sucedía a mi alrededor. Todo ocurría abierta aunque misteriosamente. ¿Cuál era no ya la razón de aquellas cosas sino su articulación? ¿Cómo estaba imbricado todo aquello? Le concedía a lo escrito una confianza absoluta para aclarármelo. Mientras que desconfiaba de la palabra. En particular, de la de mis padres. Presentía su poder antes de admitir su sutileza, que ya discutía, pues. Siempre he tenido un problema con la autoridad. Aún ahora, nada me indigna más que eso que se llama argumentos de autoridad, que consisten como es sabido en invocar una supuesta autoridad para acallar las preguntas. Se oponen al razonamiento, al maravilloso razonamiento, maravilloso porque se basa en la confianza. Los argumentos de autoridad se basan en el desprecio. Mi desconfianza en la autoridad tenía por contrapeso a la casi mágica confianza en lo escrito. Una frase, según el bárbaro en miniatura que era yo, sería una llave.
0 comentarios:
Publicar un comentario