La tercera verdad
Javier Cercas, El País, 25 junio 2011
1¿Qué es una novela? Una novela es todo aquello que se lee como tal;
es decir: si algún lector fuese capaz de leer la guía de teléfonos de Madrid
como una novela, la guía de teléfonos de Madrid sería una novela. En este
sentido no hay duda de que mi libro Anatomía de un instante es una
novela. ¿Lo es también en algún otro? No lo sé. Lo que sí sé es que a algunos
lectores les ha parecido un libro raro.
Quizá lo es.
Anatomía explora el instante en que, durante la tarde del 23 de febrero
de 1981, un grupo de militares golpistas entró disparando en el abarrotado
Parlamento español y sólo tres de los parlamentarios se negaron a obedecer sus
órdenes y tirarse bajo los escaños: el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez;
el vicepresidente, general Gutiérrez Mellado; y el secretario general del
partido comunista, Santiago Carrillo. Tratar de agotar el significado del
instante en que esos tres hombres decidieron jugarse el tipo por la democracia
-precisamente ellos tres, que la habían construido tras haberla despreciado
durante casi toda su vida- obliga a indagar en sus biografías y en los azares
inverosímiles que las unen y las separan, obliga a explicar el golpe del 23 de
febrero, obliga a explicar la conquista de la democracia en España. La forma en
que el libro lo hace es peculiar. Anatomía parece un libro de historia;
también parece un ensayo; también parece una crónica, o un reportaje
periodístico; a ratos parece un torbellino de biografías paralelas y
contrapuestas girando en una encrucijada de la historia; a ratos incluso parece
una novela, tal vez una novela histórica. Es absurdo negar que Anatomía
es todas esas cosas, o que al menos participa de ellas. Ahora bien: ¿puede un
libro así ser fundamentalmente una novela? De nuevo: ¿qué es una novela?
2 La novela
moderna es un género único porque diríase que todas sus posibilidades están
contenidas en un único libro: Cervantes funda el género en el Quijote y
al mismo tiempo lo agota -aunque sea volviéndolo inagotable-; o dicho de otro
modo: en el Quijote Cervantes define las reglas de la novela moderna
acotando el territorio en el que a partir de entonces nos hemos movido todos
los novelistas, y que todavía no hemos terminado de colonizar. ¿Y qué es ese
género único? ¿O qué es al menos para su creador? Para Cervantes la novela es
un género de géneros; también, o antes, es un género degenerado. Es un género
degenerado porque es un género bastardo, un género sine nobilitate, un
género snob; los géneros nobles eran, para Cervantes como para los
hombres del Renacimiento, los géneros clásicos, aristotélicos: la lírica, el
teatro, la épica. Por eso, porque pertenecía a un género innoble, el Quijote
apenas fue apreciado por sus contemporáneos, o fue apreciado meramente como un
libro de entretenimiento, como un best seller sin seriedad. Por eso no
hay que engañarse: como dijo José María Valverde, Cervantes nunca hubiese
ganado el Premio Cervantes. Y por eso también Cervantes se preocupa en el Quijote
de dotar de abolengo a su libro y lo define como "épica en prosa",
tratando de injertarlo así en la tradición de un género clásico, y de
asimilarlo. Dicho esto, lo más curioso es que es precisamente esta tara inicial
la que termina constituyendo el centro neurálgico y la principal virtud del
género: su carácter libérrimo, híbrido, casi infinitamente maleable, el hecho
de que es, según decía, un género de géneros donde caben todos los géneros, y
que se alimenta de todos. Es evidente que sólo un género degenerado podía
convertirse en un género así, porque es evidente que sólo un género plebeyo, un
género que no tenía la obligación de proteger su pureza o su virtud
aristocráticas, podía cruzarse con todos los demás géneros, apropiándose de
ellos y convirtiéndose de ese modo en un género mestizo. Eso es exactamente lo
que es el Quijote: un gran cajón de sastre donde, atadas por el hilo
tenuísimo de las aventuras de don Quijote y Sancho Panza, se reúnen en una
amalgama inédita, como en una enciclopedia que hace acopio de las posibilidades
narrativas y retóricas conocidas por su autor, todos los géneros literarios de
su época, de la poesía a la prosa, del discurso judicial al histórico o el
político, de la novela pastoril a la sentimental, la picaresca o la bizantina.
Y, como eso es exactamente lo que es el Quijote, eso es exactamente
también lo que es la novela, y en particular una línea fundamental de la
novela, la que va desde Sterne hasta Joyce, desde Fielding o Diderot hasta
Perec o Calvino.
Más aún:
quizá cabría contar la historia de la novela como la historia del modo en que
la novela intenta apropiarse de otros géneros, igual que si nunca estuviese
satisfecha de sí misma, de su condición plebeya y de sus propios límites, y
aspirara siempre, gracias a su esencial versatilidad, a ser otra, luchando por
ampliar una y otra vez las fronteras del género. Esto es ya visible en el siglo
XVIII, cuando sobre todo los ingleses se apoderan de la novela (o a los
españoles se nos escapa literalmente de las manos), aprendiendo mucho antes y
mucho mejor que nosotros la lección de Cervantes, pero se hace evidente a
partir del XIX, que es el siglo de la novela porque es el siglo en que la
novela pelea a brazo partido por dejar de ser un mero entretenimiento y
conquistar un lugar entre los demás géneros nobles. Balzac aspiraba a equiparar
la novela a la historia, y por eso afirma famosamente que "la novela es la
historia privada de las naciones". Años después Flaubert, a la vez
principal seguidor y principal corrector de Balzac, no se conformaba con ello
y, según es posible advertir aquí y allá en su correspondencia, se obsesiona
con la ambición de elevar la prosa a la categoría estética del verso, con el
sueño de conquistar para la novela el rigor y la complejidad formal de la poesía.
Muchos de los grandes renovadores de la narrativa de la primera mitad del siglo
XX adoptan a Flaubert como modelo y, cada uno a su modo -Joyce regresando a la
multiplicidad estilística, narrativa y discursiva de Cervantes, Kafka
regresando a la fábula para construir pesadillas, Proust exprimiendo hasta el
límite la novela psicológica-, prolongan el propósito de Flaubert, pero
algunos, sobre todo algunos escritores en alemán -un Thomas Mann, un Robert
Musil-, pugnan por dotar a la novela del espesor del ensayo, convirtiendo las
ideas filosóficas, políticas e históricas en elementos tan relevantes en la
novela como los personajes o la trama. Tampoco el periodismo, uno de los
grandes géneros narrativos de la modernidad, se ha resistido al apetito omnívoro
de la novela. El New Journalism de los años sesenta pretendía, como
afirmaba Tom Wolfe, que el periodismo se leyera igual que la novela, entre
otras razones porque usaba las estrategias de la novela, pero el resultado no
fue sólo que el periodismo canibalizó la novela, sino también que la novela -A
sangre fría de Truman Capote, digamos- canibalizó el periodismo, digiriendo
los recursos de éste y convirtiendo la materia periodística en materia de
novela.
Épica,
historia, poesía, ensayo, periodismo: esos son algunos de los géneros
literarios que la novela ha fagocitado a lo largo de su historia; esos son
también algunos de los géneros de los que, a su modo, participa Anatomía,
un libro que, desde este punto de vista, quizá no quede más remedio que
considerar como una novela, aunque solo sea porque, de Cervantes para acá, a
este tipo de libros mestizos solemos llamarlos novelas. Por lo demás, vale
decir que Anatomía no es por supuesto un libro aislado o excepcional;
otros libros de autores contemporáneos exploran territorios colindantes con el
suyo. De hecho, la hibridación de géneros es, además de un rasgo esencial de la
novela, un rasgo esencial del postmodernism. Borges, acaso el fundador
involuntario del postmodernism, tardó casi cuarenta años en encontrarse
a sí mismo como narrador, y lo hizo con un relato titulado 'El acercamiento a
Almotásim' que se publicó en un libro de ensayos, Historia de la eternidad,
y que adoptaba la forma de un ensayo, la reseña de un libro ficticio titulado The
Approach to Al-Mu'tasim. Esta mezcla de ficción y realidad, de narración y
ensayo, es lo que le abre a Borges las puertas de sus grandes libros. Así, en
Borges el relato y el ensayo se confunden y fecundan; de igual modo lo hacen en
determinados autores contemporáneos -de Sebald a Magris, de Kundera a Coetzee-
que indagan en los confines del género y tratan así de expandir, o simplemente
de colonizar por completo, el territorio cartografiado por el Quijote.
En todo caso, a esa tarea de expansión o colonización del territorio de
Cervantes quiere sumarse modestamente Anatomía, y esa es otra razón por
la que el libro admite una lectura novelesca.
Pero no es
la última; ni desde luego la más elemental. La más elemental es que yo soy ante
todo un novelista, y que, aunque también he practicado el ensayo o la crónica,
en este libro no he operado como un cronista o un ensayista, sino como un
novelista: la estructura del libro es novelesca, muchos de sus procedimientos
técnicos son novelescos, elementos esenciales de la narración, como la ironía o
el multiperspectivismo, son consustanciales al género, igual que lo son la
visión ambigua y poliédrica de la realidad que a través de ellos se ofrece; mi
preocupación principal mientras escribía el libro, en fin, fue la forma, y un
escritor en general -y un novelista en particular- es alguien concernido ante
todo por la forma, alguien que siente que en literatura la forma es el fondo y
que piensa que sólo a través de la forma es posible acceder a una verdad que de
otro modo resultaría inaccesible.
Y hay más.
Sin duda los géneros literarios se distinguen por sus rasgos formales, pero tal
vez también por el tipo de preguntas que plantean y por el tipo de respuestas
que dan. Así, las preguntas centrales que ante el golpe del 23 de febrero
formularía un libro de historia, o un ensayo, podrían ser estas: ¿qué ocurrió
el 23 de febrero en España?; o ¿quién fue en realidad Adolfo Suárez? En cambio,
es muy improbable que un libro de historia o un ensayo formulase la pregunta
central que formula Anatomía: ¿por qué permaneció Adolfo Suárez sentado
en su asiento el 23 de febrero mientras las balas de los golpistas zumbaban a
su alrededor en el hemiciclo del Congreso? Para intentar responder a esta
última pregunta son desde luego indispensables los instrumentos del
historiador, del periodista, del ensayista, del biógrafo, del psicólogo, pero
la pregunta es una pregunta moral; una pregunta muy parecida a la que se
plantea, por ejemplo, Soldados de Salamina: ¿por qué durante la Guerra
Civil un soldado republicano salvó la vida de Rafael Sánchez Mazas cuando todas
las circunstancias conspiraban para que lo matase? Dado que son preguntas
morales, tanto la pregunta central de Soldados como la de Anatomía
son preguntas esencialmente novelescas, y resultan impertinentes o carecen de
sentido como preguntas centrales en un libro de historia o un ensayo. Pero
además, como digo, un género literario no sólo se distingue por las preguntas
que formula sino también por las respuestas que da a esas preguntas. Pues bien,
al final de Soldados, después de la larga búsqueda en que consiste el
libro, no sabemos por qué el soldado republicano le salvó la vida a Sánchez
Mazas, ni siquiera estamos seguros de quién era ese soldado: la respuesta a la
pregunta es que no hay respuesta; o mejor dicho: la respuesta a la pregunta es
la propia pregunta, la propia búsqueda, el propio libro. Lo mismo ocurre en Anatomía:
después de la larga búsqueda en que consiste el libro, no sabemos por qué Adolfo
Suárez permaneció inmóvil en su asiento mientras las balas zumbaban a su
alrededor en el hemiciclo; durante la búsqueda, el libro responde desde luego a
las preguntas que se hubieran hecho el historiador o el ensayista -por ejemplo:
el 23 de febrero fue el principio de la democracia en España y el final del
franquismo y de la Guerra Civil; por ejemplo: Adolfo Suárez fue un
colaboracionista del franquismo y un trepador social y político convertido
finalmente en héroe de la democracia-; pero la pregunta novelesca, la pregunta
central, queda sin respuesta o, de nuevo, la respuesta es la propia pregunta,
la propia búsqueda, el propio libro. En suma: si es posible definir la novela
como un género que persigue proteger las preguntas de las respuestas, esto es,
como un género que rehúye las respuestas claras y unívocas y que sólo admite
formularse preguntas que no pueden ser contestadas o preguntas que exigen
respuestas ambiguas, complejas, plurales y en todo caso esencialmente irónicas,
entonces, si es posible definir así la novela, no hay duda de que Anatomía
es una novela.
3 Admitamos
entonces que, tal vez, Anatomía de un instante es una novela. No hay
duda, sin embargo, de que no es una ficción. ¿Significa esto que a fin de
cuentas mi libro no es una novela? ¿Están obligadas todas las novelas a ser
ficción? ¿Por qué no es una ficción Anatomía?
En marzo de
2008 yo llevaba más de dos años trabajando en una novela donde mezclaba ficción
y realidad para narrar el golpe de Estado del 23 de febrero y el triunfo de la democracia
en España a partir del mismo instante en torno al cual gira Anatomía. De
hecho, por entonces acababa de terminar un segundo borrador de la novela, pero
no estaba satisfecho con él: algo esencial fallaba y no sabía lo que era.
Desesperado, para olvidarme unos días de mi novela fracasada me marché de
vacaciones con mi familia. Fue entonces cuando leí en un artículo de Umberto
Eco que, según una encuesta publicada en el Reino Unido, la cuarta parte de los
ingleses pensaba que Winston Churchill era un personaje de ficción. Y fue
entonces cuando creí comprenderlo todo. El golpe del 23 de febrero es en España
una ficción, una gran ficción colectiva construida durante los últimos 30 años
a base de especulaciones noveleras, recuerdos inventados, leyendas, medias
verdades y simples mentiras. La explicación de este delirio es compleja, pero
guarda relación con un hecho simple: el golpe del 23 de febrero fue un golpe
sin documentos o sin eso que gran parte de la historiografía suele llamar
documentos, de manera que los historiadores han dejado el trabajo de contar el
golpe a los propios golpistas, a periodistas con muchas prisas y pocos
escrúpulos y a la fantasía popular, con el resultado de que durante décadas han
circulado impunemente por España las más disparatadas versiones del golpe. Una
gran ficción colectiva, repito, algo quizá sólo comparable a lo que el
asesinato de Kennedy representa en Estados Unidos. Eso es lo que creí
comprender durante aquellas vacaciones. Eso y también, de inmediato, que escribir
una ficción sobre otra ficción era una operación redundante, literariamente
irrelevante; lo que podía ser literariamente relevante era realizar la
operación contraria: escribir un relato cosido a la realidad, desprovisto de
ficción, despojado de todas las novelerías, leyendas y disparates que a lo
largo de tres décadas se habían ido adhiriendo al golpe. Y eso es lo que en
definitiva intenta hacer el libro (y de ahí que su primera frase sea la frase
de Eco). Partiendo del principal y casi único documento del golpe de Estado -la
grabación televisiva de la entrada de los golpistas en el Parlamento, un
documento tan evidente que nadie lo ha considerado un documento y que en mi
opinión es sin embargo la guía mejor para entender aquellos hechos-, Anatomía
trata de contar el golpe del 23 de febrero y el triunfo de la democracia en
España con la máxima veracidad, como los contarían un historiador o un
cronista, aunque sin renunciar por ello, insisto, a determinados instrumentos y
virtudes de la novela, ni por supuesto a que el resultado sea leído como una
novela.
4¿Significa
esto que, a mi juicio, la novela puede contar la historia mejor que la
historia? ¿Significa que la novela puede sustituir a la historia? Mi respuesta
es no. La historia y la literatura persiguen objetivos distintos; ambas buscan
la verdad, pero sus verdades son opuestas: según sabemos desde Aristóteles, la
verdad de la historia es una verdad factual, concreta, particular, una verdad
que busca fijar lo ocurrido a determinadas personas en determinado momento y
lugar; por el contrario, la verdad de la literatura (o de la poesía, que es
como llamaba a la literatura Aristóteles) es una verdad moral, abstracta,
universal, una verdad que busca fijar lo que les pasa a todos los hombres en
cualquier momento y lugar. Es cierto que Anatomía persigue al mismo
tiempo esas dos verdades antagónicas, porque busca una verdad factual, que
atañe sobre todo a determinados hombres de la España de los años setenta y
ochenta, pero también busca una verdad moral, una verdad que atañe sobre todo a
quienes, con un oxímoron, el libro denomina héroes de la traición, esos
individuos que, como los tres protagonistas del libro -Suárez, Gutiérrez
Mellado y Carrillo: dos antiguos franquistas y un antiguo estalinista-, poseen
el coraje de traicionar un pasado totalitario para ser leales a un presente de
libertad por el que, llegado el caso, en el instante decisivo, aceptan jugarse
la vida. Y asimismo es cierto que, visto así, como un libro que ambiciona
reconciliar las verdades irreconciliables de la historia y la literatura, Anatomía
puede parecer, además de un libro raro, un libro contradictorio, otro oxímoron.
Quizá también es eso: un libro donde, idealmente, la verdad histórica ilumina a
la verdad literaria y donde la verdad literaria ilumina a la verdad histórica,
y donde el resultado no es ni la primera verdad ni la segunda, sino una tercera
verdad que participa de ambas y que de algún modo las abarca. Un libro
imposible, dirán ustedes. No digo que no. Pero me pregunto si no serán los
libros imposibles los únicos que merece la pena intentar escribir, y si un
escritor puede aspirar a cosechar algo mejor que un fracaso decente; también me
pregunto si yo hubiera buscado la verdad histórica del 23 de febrero si los
historiadores no hubieran olvidado hacerlo, o si no la hubiesen considerado
irrelevante o inasequible, regalándome así la posibilidad de este extraño
libro. Sea como sea, una cosa es segura: yo sólo soy un novelista, no un
historiador, y es posible por ello que incluso en Anatomía, donde he
buscado con el mismo empeño dos verdades opuestas, la verdad histórica esté al
servicio de la verdad literaria, y que ambas nutran aquella tercera verdad
conjetural. No lo sé. Lo que sí sé es que, de ser así, ésta sería quizá la
razón definitiva para considerar Anatomía una novela. Pero que eso
también lo decida el lector.
Javier Cercas (Ibahernando,
Cáceres, 1962) es autor, entre otros libros, de Soldados de Salamina
(Tusquets, 2001; premios Salambó, Llibreter e Independent Foreign Fiction) y Anatomía
de un instante (Mondadori, 2009: Premio Nacional de Narrativa).
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