Rendido ante ‘Masters of sex’
Ya ha
terminado Masters of sex. Ya podemos tomar aire y preguntarnos cómo lo
han conseguido. El título era horrible, y si te cuentan el tema echas a correr:
una serie sobre las investigaciones sexuales de Masters y Johnson. Pero
lograron que Showtime la aceptase, y que funcione, y que sea uno de los
mejores relatos de la temporada y de muchas temporadas. Naturalmente, va mucho
más allá de su enunciado. Es una gran crónica del lado oscuro de la América de
los cincuenta. Es brillante, emocionante, divertida, está maravillosamente
escrita e interpretada, y los personajes son memorables y complejos.
Se habla
mucho, con razón, de los guionistas de esta nueva edad de oro televisiva, pero
no lo bastante del enorme talento de sus directores de reparto. Yo me quito el
sombrero ante Michelle Ashford, la creadora de Masters of sex, y de
Thomas Maier, autor de la biografía que le dio origen y que también firma los
guiones, pero me lo vuelvo a quitar ante Risa Bramon García, responsable de un
elenco en estado de gracia. Hace falta un actor de enorme precisión y poderoso
carisma para encarnar a un personaje tan espinoso como el doctor William
Masters. Michael Sheen tiene una impresionante carrera teatral en Inglaterra y
unas cuantas películas, pero no era lo que se dice un gancho estelar. Y es
perfecto para el rol. Hay en su rostro algo infantil en la más inquietante
acepción del término: un niño obsesivo. Y animalesco, vulpino. De Lizzy Caplan,
que interpreta a Virginia Johnson, no sabía nada. Te atrapa al instante. No
solo por su atractivo: irradia luz, fuerza, determinación. Su personaje es un
motor, una heroína en la más rotunda acepción del término. Con Masters...
hay que esperar. Gélido, vanidoso, un capullo de consideración. Te dices:
veremos cómo logran que un tipo así me interese. La clave está en que su gran
pasión es esa investigación que ha de sacar adelante como sea.
Podría hablar durante horas de cada
uno de los personajes de la historia y de sus intérpretes, pero me quedo con los
cinco protagonistas. Libby, la esposa de Masters, es Caitlin Fitzgerald. Tan
desconocida para mí como Lizzy Caplan. Sus escenas, casi mudas, en el hotel de
Miami, son otra lección actoral. Una antena, frágil pero en constante alerta,
como una joven Joanne Woodward. Más hallazgos: encargarle el personaje de
Barton Scully, el rector universitario con una doble vida, a Beau Bridges,
durante demasiado tiempo condenado a ser, para muchos, el hermano soso y gordo
del gran Jeff. Un trabajo a contratipo, un dolor expresado con una sutileza
poco común, en la línea de lo que hizo Mitchum en La hija de Ryan. Pero
Risa Bramon García se ganó el cielo cuando le repartió el papel de su esposa a
la enorme Alison Jenney, uncida para siempre a C. J. Gregg, la jefa de prensa
de El ala oeste de la Casa Blanca. A partir de ahora será muy difícil
pensar en ella sin ver a esa dama sureña varada en la barra nocturna de un bar
de Saint Louis, esperando un poco de calor, unas palabras amables, un amor
tardío. ¿Quién dice que ya no se escriben grandes papeles para una actriz
madura? Tennessee Williams y Douglas Sirk hubieran firmado, a cuatro manos, el
formidable perfil de Margaret Scully.
Marcos Ordoñez, El País, enero de 2014
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