1.-Lenguaje: no es la herramienta del escritor.
Es más bien un terreno de juego. O un campo de batalla. En el que llevamos las
de perder. El lenguaje hegemónico se impone con nuestro descuido, cargado de
significados que tal vez no deseábamos. Si no te acercas a él con tensión, con
desconfianza, al final solo reproduces ese lenguaje. Que siempre es el del
poder. Crees que el lenguaje te sirve, y acabas sirviendo tú al lenguaje. (Y lo
dice alguien que más de una vez ha sido siervo cuando creía ser señor).
2.-Tiempo: la materia prima de toda narración
es el tiempo. Y no hablamos de cronología, ni de cuidar que al lunes le siga el
martes. El tiempo es el que da densidad a lo narrado, lo dilata o contrae, lo
deforma, lo hace vivo. El tiempo narrativo, ajeno a las leyes físicas
habituales, un territorio cuyas dimensiones y leyes decides tú. (Y lo dice
alguien que todavía a veces confunde el tiempo narrativo con el cronológico).
3.-Voz: quién cuenta. Desde dónde cuenta.
Encontrar el punto de vista, y el tono de esa voz, es tener ya media novela. No
acertar en encontrarlo garantiza el fracaso. (Y lo dice alguien que ha vuelto a
la casilla de salida varias veces por ese motivo).
4.-Ritmo: el de la escritura, que será el de
la lectura. En las mejores novelas, hasta la escritura de apariencia más plana
se sostiene sobre un ritmo cuidado. La prueba de la lectura en voz alta sigue
siendo válida. (Y lo dice alguien que tiene decenas de páginas que no resisten
esa prueba).
5.-Diálogos: cuántas buenas historias se
malogran por un torpe uso del diálogo. Los personajes no dicen en los diálogos,
no más que con sus acciones. Cuando hablan sabemos de ellos, más que de lo que
cuentan. El buen diálogo caracteriza. El mal diálogo es meramente informativo.
En lo más bajo están esas conversaciones de dos personajes que hablan para que
el lector les oiga. (Y lo dice alguien que recuerda con sonrojo algún diálogo
propio).
6.-Itinerario: dónde vas. Desde dónde. No hace
falta una hoja de ruta minuciosa, pero es fundamental marcar la casilla de
inicio, la de llegada, algunas estaciones intermedias. Desconfía de los autores
que aseguran que el personaje se rebela y anda solo. Es mentira, nunca sale
bien. (Y lo dice alguien que, pese a llevar mapa, ha elegido la deriva alguna
vez y ha acabado perdido).
7.-Lector: está ahí, al otro lado de la
página. Hay que tener en cuenta su presencia. Y más importante: asumir que él
también sabe que nosotros estamos a este lado. A partir de ahí, no hay relación
en plano de igualdad, imposible, ni intentarlo. Pero hay que contar con él.
Saber que tiene expectativas, que nunca lee desde cero, en blanco, que se ha
educado en una forma de lectura donde a ciertas acciones siempre le siguen
ciertas consecuencias. Hay que decidir qué hacer con esas expectativas, si
satisfacerlas, demorarlas o traicionarlas. Las tres opciones son válidas,
siempre que se haga con honestidad. (Y lo dice alguien que no está seguro de
haber sido honesto en todos los casos).
8.-Lector
(2): cuidado con
la seducción. La tentación siempre es conquistar al lector por la vía más
rápida. Seducirlo. Y es tan fácil a veces, cómo resistirse a ello. Algo peor a
que el lector se sienta tratado como un tonto: que se sienta tratado como un
listo. Que descubra que tratamos de seducirlo intelectualmente: que escribimos con
claves que funcionan como miguitas de pan para que las vaya recogiendo y al
masticarlas sienta: “qué listo soy”. Si al final descubre el truco, se acabó.
(Y lo dice alguien que no siempre se ha resistido a seducir al más débil).
9.-Ironía: la figura triunfante de nuestro
tiempo. La más atractiva, la mejor acogida, la distintiva de tantos autores.
Pero también la más peligrosa, la peor manejada, la peor entendida.
10.-Leer/Releer:
hay que leer
a los clásicos, para saber que pertenecemos a una tradición, para elegir a qué
rama del árbol vincularnos, y para no caer en el adanismo. Hay que leer a los
contemporáneos, para saber que escribimos en nuestro tiempo y para nuestro
tiempo, y confrontar con ellos. Hay que leer a Virginia Woolf. Hay que releer
lo escrito, una y otra vez. En la relectura y reescritura está la otra mitad de
la novela (la primera mitad, recordamos, era la voz). Y eso de dejar unos días,
semanas, meses, y volver a releer, es cierto, funciona. ¿Dije ya que hay que
leer a Virginia Woolf? (Y lo dice alguien que ha leído a Woolf, sí, pero).
Y un último
consejo, el once, aunque rompa la redondez del decálogo: pasear. Andar con el
libro en la cabeza. Las novelas hay que pasearlas durante horas, durante
kilómetros. Pasearlas ayuda a enfrentar el lenguaje, manejar el tiempo,
encontrar la voz, dotar de ritmo a la prosa, eludir los diálogos innecesarios,
decidir el itinerario a seguir, respetar al lector, manipular con cuidado la
ironía. (Y lo dice alguien que, ahora sí, ha paseado mucho cada novela).
* Isaac
Rosa (Sevilla, 1974). Ha publicado las novelas La malamemoria (1999),
posteriormente reelaborada en ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! (2007);
El vano ayer (2004), que fue galardonado con el Premio Rómulo Gallegos,
el Premio Ojo Crítico y el Premio Andalucía de la Crítica, y llevada al cine
con el título de La vida en rojo; El país del miedo (2008); y La mano
invisible (2011). Su obra ha sido traducida a varios idiomas y acaba de
publicar La habitación oscura (también en Seix Barral).
El confidencial 11 de septiembre
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