El discurso, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, lo va a partir José Manuel Caballero Bonald (Jerez, 1926) en dos mitades. La primera, como es tradición, la dedicará a Cervantes, pero a un Cervantes casi desconocido, el Cervantes oscuro, solitario, cautivo, el perdido en la Italia renacentista, el que vagaba por la Sevilla babilónica a finales del XVI y principios del XVII, autor todavía entonces de un solo libro, La Galatea. “Voy a hablar -dice Caballero- de las zonas en penumbra de su biografía, de sus trabajos oscuros, que siempre me han interesado. El propio Cervantes lo dijo: Durante una década larga abandoné la pluma porque tenía otras cosas'. ¿Cuáles eran todas esas cosas?”.
La otra mitad del discurso la dedicará el premiado a la poesía y a su valor cauterizante, casi terapéutico “ante las ofensas de la vida”. Hablará Caballero Bonald de la poesía “como autodefensa, como lenitivo, de esa poesía consoladora, salvadora, sí, de la poesía como salvación”, remata el poeta con energía.
PERDIDA DE TIEMPO
En la palabra tiempo anida
una gran ave blanca, una consecutiva
privación de pretéritos
y ciertos excedentes de la fugacidad.
En la palabra tiempo se intercalan
otras palabras de su misma estirpe:
el lento mar perpetuo y su inconmensurable
usura, el azar siempre errático
y el sideral boquete de la luz.
La única estrategia que puede más que el tiempo
es conseguir perderlo impunemente.
La noche no tiene paredes, J.M. Caballero Bonald, editorial Seix Barral
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