Hotel Freeman
-Élmer Mendoza-
Habitación 706. Me gusta porque puedo ver la ciudad, el mar, los ovnis y a los pescadores de bahía en sus lanchas torpederas. A lo lejos, los barcos camaroneros se mueven lentamente. Dos veces al día avisto el ferry lleno de gringos camino a la península de Baja California o de regreso. Van y vienen, les gusta, mientras nosotros usamos la ventana, el balcón o vamos a pescar picudos. Traigo bronca con los peces vela. El año pasado, uno de dos punto sesenta y tres metros casi me mata. Me lanzó una estocada artera que por poco me cercena un huevo. Le apliqué la picana y lo cacheteé; luego le dejé claro que si no se comportaba atraparía a sus padres y los haría ceviche. Se orinó de angustia.
El hotel Freeman es para imaginar. Está en Mazatlán, Sinaloa, México, en el paseo Klausen. No es verdad que lo hayan comprado los narcos; lo que sí es que el 27 de junio de 1963 llegó Jack Kerouac vestido de vaquero. Camisa a cuadros, botas picudas, máquina de escribir. Ocupó la habitación 706 y la vio normal: cama, baño, toallas, clóset, balcón, ventanas y una ciudad, una playa y una cuadrilla de ovnis entrando y saliendo del mar al atardecer. En un tugurio cercano, unos músicos desafinados tocaban Do you want to know a secret?, de Los Beatles, la primera rolita que cantó George Harrison en el cuarteto. Fue al bar, que está en el piso once, al aire libre, al lado de la alberca, se tomó tres cervezas, llevó dos a la habitación y se quedó dormido. Despertó a medianoche. Bebió media cerveza, fumó un churro y bajó. ¿Dónde consigo un bistec con papas?, preguntó al hombre que atendía la administración. Tome el malecón, primera calle a la derecha, tres cuadras hasta el café Altazor, la mejor carne del puerto.
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