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TOMÁS GONZÁLEZ; PRIMERO ESTABA EL MAR


Los días siguieron pasando desapacibles y lentos. De vez en cuando brillaba el sol sobre el mar y los árboles, y a J. se le calentaba un poco el corazón. Después empezaban otra vez los truenos, los profundos rugidos que volvían a traer la lluvia. Buscando compañía, J. había intentado continuar con el libro y apuntó en e´l varios hechos, minuciosamente escuetos como siempre: que el nuevo mayordomo se debía conservar mientras apareciera alguien mejor (Gilberto se había ido a trabajar con don Carlos y estaba contento); que ya estaba hasta la coronilla del invierno; que los aserraderos estaban funcionando mejor que nunca, pero no tanto como para pagarle a Ramiro lo que se le debía; que había venido Ramiro a cobrar los intereses de la deuda, demasiado acumulados, y que J. se lo sacó de encima como pudo; que don Eduardo "muy cansón con su Dios, pero alguien en quien en definitiva se podía confiar", le había traído cocos y piñas, y que un aserrador lo había aporreado malamente un árbol y se lo habían tenido que llevar para Turbo.


Tomás González, Medellín 1950.

Primero estaba el mar, Punto de Lectura

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