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NO TAN INCENDIARIO; MARTA SANZ

LA MISIÓN IMPOSIBLE

Por Peio H Riaño   El Confidencial 23/3/2014

Algo ha pasado para que Marta Sanz se agarre a la libreta y levante un corpus sobre la necesidad de la independencia económica y moral de la cultura. Escrito sin cordialidad, lejos del protocolo y la ternura: “Tendría que ser más dulce. Un cordero de los que tienen la boca llena de colmillos y el paladar forrado del pelo de la bestia. Alguien que da gato por liebre. O que las mata callando”. Un pequeño apunte estilístico irónico que aclara el jarabe de palo con el que ha escrito No tan incendiario, un breve ensayo publicado por la editorial Periférica que descubre a la Sanz menos correcta, más asertiva. Ha pasado del “yo creo que” al “debería”.
¿Y cuál es la misión (imposible) de la cultura? Dejar de ser inofensiva e intrascendente. Sin amarguras, ni antipatías, Marta Sanz afila su agudo sentido crítico para montar un ideario contra el autor que elude, a favor del que alude. Un manifiesto sin pancarta. Una proclama de la palabra que compromete. Un discurso sobre las condiciones morales de las políticas culturales frente a las industrias culturales. Una reivindicación del discurso abiertamente político. Un gozo para la inteligencia. Una declaración contra la (aparente) neutralidad, contra lo inofensivo y lo intrascendente. Una aclaración de lo que es cultura y lo que es ocio.
Marta Sanz propone que escribamos textos, no sólo 'historias'. Que sorteemos la trampa posmoderna de la idolatría del entretenimiento sin caer en el polo contrario de la 'cultura erudita'
Y un cierre que demuestra que lo poético y político no se llevan mal: “El mundo ha cambiado, pero no tanto como nos quieren hacer creer; siguen existiendo los ricos y los pobres, los explotados y los explotadores, los alienados, los usureros, los que se lavan la conciencia, los que buscan ser coherentes y encuentran cada vez más dificultades y, en este mundo que no ha cambiado tanto como pretenden hacernos creer, ciertos modos literarios han adquirido la textura del cartón piedra y la curvatura complacida del estómago agradecido”.
EL BUENO: LA MOLESTIA
Marta Sanz, colaboradora de este periódico, reclama restaurar el vínculo entre la cultura y su dimensión social y educativa. Le resulta llamativo que no nos escandalicemos ante la idea de halagar al público, y educarlo sea impensable. “La cultura popular no es lo mismo que la cultura basura. La cultura popular es aquella capaz de reflejar problemáticas que afectan a las comunidades, las hacen visibles entre las interferencias del televisor”. Vamos, que la cultura popular no es la cultura fácil, que la popular no tiene por qué ser un objeto de consumo.



“Dormimos sobre camas de pinchos; vivimos en contractura permanente; asumimos la normalidad del estrés”. Y tan ricamente. ¿Y la cultura qué dice de todo esto? “No molestar”. Asumimos que la cultura ha de ser un bálsamo, que no nos toque las narices porque suficiente tenemos con lo que tenemos. Queremos un alivio, un analgésico, por favor. No necesitamos una experiencia cultural que se refiera a la solidaridad, a la libertad, a la igualdad, a la fraternidad, a la humanidad y al humanismo. Que no nos recuerde todas las tareas que tenemos pendientes.
“La urgencia de complacer al mercado –es decir, al lector que compra en grandes superficies- limita la capacidad de asunción de riesgos, de observación, de reflexión, el sentido crítico, los intentos de desvelar una realidad angustiosa”. Así que no debe extrañarnos que el producto cultural sea efímero y volátil, algo leve que al tirar de la cadena desaparezca por ahí.
EL FEO: LA COMPLACENCIA
Uno de los aciertos del ensayo es degenerar el género. Tan poco académico como solvente. En su intención de acercar los postulados, de renegar del clientelismo retórico endogámico, son las fuentes que utiliza para avanzar con sus pensamientos. Cita a la televisión, entrevistas de revistas de  moda, cita a Humpty Dumpty, el huevo de Lewis Carroll: “Lo importante no es lo que las palabras significan, lo importante es saber quién es el que manda. Eso es todo”.
El que manda es el que hace de su ideología la dominante. Sin embargo, Marta Sanz se queja de la falta de conciencia crítica contra ese discurso impuesto: “Cada vez se asume con mayor naturalidad la connivencia entre cultura y negocio, así como la noción demagógica del lector como consumidor cultural, como cliente a quien el artista-bufón complace, recrea, deleita, impermeabiliza de las agresiones de la vida cotidiana”.
Dejar de complacer es dejar de sobrevivir, es tener un acceso mucho más difícil el acceso al mercado y a la comunidad. Todo acceso de rebeldía contra el discurso dominante es entendido como incómodo y molesto. Y es expulsado de inmediato. Porque molesta. Un ejemplo para mostrar cómo se abren las aguas de la complacencia: ¿Es preferible Albert Pla a la exposición de PIXAR en CaixaForum? La blasfemia es la política, pero no la de los políticos, la política que refleja nuestras carencias, nuestros defectos, la que nos muestra lo feos que somos. Y que podríamos mejorar.
EL MALO: LA POSMODERNIDAD
Marta Sanz ha limitado todo cuidado y asepsia. El exceso de higiene mancha. Y debilita la salud. Este es un pequeño artefacto que mancha, porque la cultura, lo cultural, profana, jode, alumbra, revela y rebela, descubre. No confirma, no complace, no entretiene. O sí, pero esa no es su única intención.

Propone escribir “textos que duelan”. Frente a las visiones “edulcoradas” de la realidad. Dulces e inofensivas como una tostada de… Nocilla. “Toda literatura debería doler”. La autora propone el rechazo de esas “bonitas perspectivas irónicas”, que no son más que cortinas de humo que no causan molestias. La quintaesencia de la “corrección política”.
“Propongo que escribamos textos, no sólo “historias”. Que sorteemos la trampa posmoderna de la idolatría del entretenimiento sin caer en el polo contrario de la “cultura erudita”, de la cultura ladrillo, endogámica y endoliteraria, la cultura de círculos viciosos que, hablando de ella misma, evita hablar de cualquier otra cosa –la vida, la realidad, el mundo-, esa cultura tan reconocible en las poéticas actuales”.
La autora de Daniela Astor y la caja negra (Anagrama) asegura que nadie salió indemne de la posmodernidad y que ahora toca reivindicar la desprestigiada figura del autor y recuperar la verdad. Guarda una bala más contra el “enemigo”: “Los productos culturales propios de una deshonesta ideología que juega a no serlo –la posmodernidad- apuntalan valores como el desprestigio de la racionalidad, invalidez de los lenguajes”.

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