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EL JOVEN NATHANIEL HATHORNE; VÍCTOR SABATÉ

El joven Nathaniel Hathorne, de Víctor Sabaté, una nouvelle que alimenta una perversión literaria: el gusto por los libros que hablan de otros libros y por los escritores que escriben sobre otros escritores. La acumulación de referencias bibliofílicas crea un vértigo endogámico que, bien administrado, llega a convertirse en vicio. Sabaté ha escrito una historia de historias que utiliza referencias explícitas -Melville, Kafka, Hawthorne, Ocampo, Bioy Casares, Vargas Llosa, Borges- para avanzar, retroceder, intrigar y fascinar. El autor lo define como un juego literario autorreferencial, y, sin embargo, el juego también tiene que ver con la fuerza de las vocaciones y la naturaleza, a menudo irreal y azarosa, de decisiones vitales que, retroactivamente, disfrazamos de destino. Cuanto más vicioso sea el lector, más elementos tendrá para disfrutar las prestaciones de un texto escrito con una deliberada voluntad de género -el que, para entendernos, denominamos fantástico- pero que, al mismo tiempo, nos despeina con ráfagas de realismo introspectivo. El libro está editado por Rayo Verde, un sello editorial de los llamados pequeños (relativamente nuevo) que se consolida como proveedor fiable de alegrías para lectores (viciosos o no). Son libros que, en función del grado de depravación de cada uno, conviene leer con un lápiz en la mano, dispuesto a experimentar la irrefrenable urgencia de subrayar frases (frases que, dentro de unos años, no sabremos por qué subrayamos). SERGI PAMIES


La literatura no era nada; mis ilusiones de juventud habían sido vanas, una mentira, y el contacto con aquel mundo irreal, el mundo  de fuera de los libros, así lo había confirmado: "Es una buena y dura lección, para un hombre que ha soñado con la fama literaria, salir del círculo estrecho en el que se le reconocen estas pretensiones y descubrir hasta qué punto está vacío de significado, fuera de este círculo, todo lo que consigue  todo lo que se propone", corrobora fraternalmente Hatwthorne desde dos siglos atrás, transformando mi antipatía inicial primero en familiaridad y luego, a medida que avanzaba en la lectura de sus libros, en una especie de identificación que rozaba la camaradería: su desesperación encarnizada ante los trabajos de subsistencia que lo alejaban de la escritura; su tendencia al aislamiento y a una vida tranquila; el reconocimiento de los defectos de mis textos en los defectos de los suyos, como la inclinación irrefrenable de la alegoría, que Poe le reprocha en un famoso ensayo, o la rigidez de sus personajes ( No son creaciones, son expedientes ", escribió sobre ellos el crítico W.C Brronwell); el pudor superlativo e insustancial de sus diarios, de los que Henry James dijo que parecían cartas dirigidas a sí mismo por un escritor temeroso de que en Correos pudieran leerlas y que, en consecuencia, decidiera no contar en ellas nada comprometedor.

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