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FOTOGRAFÍAS
 
Las fotografías tienen la virtud de captar el instante, de helar para siempre unos segundos que fueron vida y, según Roland Barthes, pueden preservar, de una manera plástica, la sombra de los signos que, un día perdido de la tierra, alguien pronunció. Con Barthes, ya se sabe, ni te cases ni te embarques. Sin embargo en las fotografías hay algo de la realidad pasada que queda como prendido por alfileres, algo que nos conmueve -más allá de cualquier narcisismo- y que nos devuelve por lo menos parte de lo que pasó. Es extraña la denominación popular que le damos los asturianos a la fotografía. A la fotografía en mi país se le llama "semeya". La realidad que se ve no es exactamente como fue: tan solo se asemeja. Este escepticismo cuadra bastante bien con cierta forma de ser: de la misma manera que hemos aprendido a no desesperar con el tiempo que haga ( si por la mañana luce el sol es muy probable que por la tarde llovizne, truene o sople el cierzo), aprendimos también que las fotos son como un espejo mágico, pero falible, que solo reflejan días pasados. Las cosas no fueron como ahora las vemos reveladas ni seguramente fueron como entonces las vimos. La objetividad, en Asturias, es siempre un principio de incertidumbre: todas las cosas son, por lo menos, dos cosas distintas.
Digo todo esto porque repaso, en un álbum de fotos, todos los que he sido y todos los que han sido conmigo. No me quiero recrear en el indefectible paso del tiempo. Apartando la nostalgia para un lado intento extraer alguna conclusión moral que justifique, al menos, este afán de conservarnos para la posteridad en imágenes en las que posamos o en las que nos pillaron despistados. Hagamos lo que hagamos, del pasado solo obtenemos un simulacro, y el pasado comienza ya con la última sílaba qe apunto en este cuaderno.

Xuan Bello, La nieve y otros complementos circunstanciales, Xordica.

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