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GEORGE PEREC

"Quiero escribir un libro que pueda leeerse tirado en la cama"







Hay veces que para muestra vale una foto. Una foto de un señor con los pelos parados y una barba casi jasídica mirando con ojos transparentes de loco. Porque Perec estaba loco y angustiado, como les pasa a los locos conscientes. Y para paliar la angustia, quien nació Georges Peretz, un judío hijo de polacos asesinados por el nazismo, dedicó su vida a escribir en clave de ausencias con una ferocidad, tenacidad y obsesión dignas de una persona que tiene que llenar vacíos dejando una de las obras más geniales de la segunda mitad del siglo pasado.
Se murió de cáncer de pulmón el 3 de marzo de 1982, a los 45 años, y ya había escrito más de treinta libros, entre novelas, poemas, ensayos, obras de teatro y otros tantos escritos inclasificables. En 1965 obtuvo el premio Renaudot por la novela Las cosas, que fue integrada y bien aceptada por el nouveau roman. Pero Perec no era un nuevo novelista francés, o sí lo fue pero eligió otro club al cual pertenecer. De ellos tomó sólo lo que lo sedujo: la mirada exhaustiva, el fetiche por los objetos, la capacidad de narrar en planos. Todo eso que para los franceses fue toda una revolución narrativa para este joven autor no era suficiente: había que llegar más lejos, cambiar la literatura desde adentro, hacerla explotar, recoger los pedazos y armarlos como un puzzle. Y encontró una familia.
Dos años después de la publicación de su primera novela, se unió al OuLiPo (Taller de Literatura Potencial, por sus siglas en francés), creado por Raymond Queneau y François Le Lionnais en 1960, y del que formaban parte escritores como Italo Calvino, matemáticos y artistas plásticos, entre ellos Marcel Duchamp. Lo que el OuLiPo le dio a Perec, además de un sistema para escribir, fue una identidad, algo que para un huérfano criado por los tíos no era poca cosa. El grupo partía de la negación de los preceptos del surrealismo de azar e irracionalismo creador. Según Queneau, la experimentación poética no nace de una musa inspiradora o de esa masa viscosa llamada inconsciente, sino de fórmulas, de restricciones y juegos, que lejos de acotar estimulan y hacen explorar y explotar la creatividad.
Georges Perec se tomó todo esto muy en serio y con muchísimo humor. Fue, sin duda, el exponente más salvaje del grupo y quizá el más talentoso. Con la aparición en 1969 de su primera novela en clave oulipiana, El secuestro, hizo una entrada triunfal a su club con un relato de intriga, en el que no aparece ni una sola vez la letra e, la vocal más frecuente en francés. Y luego escribió Les revenentes (“Las que vuelven”), algo así como una venganza de la letra “e”, ya que en toda esta novela es la única vocal que utiliza.
Lo primero que el lector avisado puede pensar frente a este despliegue de locura verbal es que son libros carentes de sentido, simples divertimentos de uno de los mejores crucigramistas de Francia (que lo fue) pero sin espesor literario. Lejos de ser así, son obras de una profundidad admirable, que pueden ser leídas en varios grados, en varias claves, dependiendo de las ganas y la curiosidad del lector.
En 1978, luego de diez años de trabajo, publicó La vida, instrucciones de uso,novela total si las hay, comparable, por la ruptura estructural, experimentación, juego metaliterario y especular, a Rayuela, de Julio Cortázar. Libro-enciclopedia, encierra todo el mundo Perec: su pasión por la pintura, por los rompecabezas, por los enigmas, por el naturalismo y, por sobre todas las cosas, por la literatura. Una novela llena de trampas y de juegos y de plagios (¡!) o “implicitaciones”, como le gustaba decir al autor.
“Quiero escribir un libro que pueda leerse tirado en la cama”, decía Perec, y lo que logró fue un monstruo que puede leerse en la cama, pero que hará saltar al lector al encontrarse pasajes textuales –sin comillas– de novelas de Flaubert, de cuentos de Borges, de textos de Melville, Michel Butor, entre otra decena de autores. Pastiche, collage o como se quiera, Perec quiso meter todo y a todos en su libro, pero se toma el trabajo de avisarnos de eso al final en uno de los múltiples anexos.
(Moleskine Literario)

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