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LUIS MATEO DÍEZ

LUIS MATEO DÍEZ Escritor y académico

Escritor prolífico y creador de un mundo literario que compagina la ironía con cierta frustración, el académico Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) participó ayer en Oviedo en el ciclo de conferencias de la cátedra Alarcos, donde habló de vida y ficción con referencias a su último libro, «Azul serenidad o la muerte de los seres queridos», una reflexión con la que trata de entender la muerte desde la imposibilidad de comprenderla. 

-Nació en Villablino (León), ¿se siente cómodo en Madrid? 

-Antes de llegar ahí está la experiencia de un niño que vivió en el valle de Laciana, muy peculiar, donde estaba ese pasado ancestral de un mundo ganadero, muy astur-leonés. Después llegó el contraste del progreso con el mundo de la mina, de la industrialización, el contraste didáctico de que allí estuvo la Institución Libre de Enseñanza y la Fundación Sierra Pambley, un mundo especial y peculiar. Esos orígenes están en mi literatura, en un topónimo que es el Valle, ese sitio originario mítico de la infancia perdida. Luego, una ciudad de provincias, el León de los años 50 y 60, una ciudad enormemente precaria, lastrada por las cosas que pasaban en aquellos años, gris, poco atractiva, con muchos curas; una urbe que era como una ciudad antigua que hubiera perdido todos los esplendores de la antigüedad para convertirse en un ciudad vieja y pendeja, fea y un poco siniestra. -¿Cómo fue el salto a Madrid? 

-Fue recuperar la idea de que el aire de la ciudad te hace libre. Era la gran urbe, donde te sientes más amparado que en ningún sitio. Tengo un afecto enorme por Madrid, es una ciudad que no cambiaría por ninguna otra y luego tuve el destino de vivir muchísimos años trabajando en la plaza Mayor, que es el corazón de la ciudad. Es como un espacio diminuto donde se encierra la totalidad, no ya de la ciudad, sino del universo. Allí he visto de todo: el Madrid antiguo, el galdosiano, el del franquismo, el de la transición, la movida, la droga, el Madrid disparatado de los conciertos rock... toda esa cosa de un cierto Madrid convulso, las manifestaciones, los mítines... todo eso tenía en la plaza una resonancia especial, tanta que le dediqué un libro, «Balcón de piedra». 

-¿Oviedo también tiene un hueco en su historia? 

-En Oviedo fui universitario y fueron unos años muy intensos. Aquí un jovenzuelo despistado y un poco enfermo como yo encontró unos grandes amigos, unas horas infinitas en Los González bebiendo mucho vino, hablando de muchas cosas, y eso me abrió mucho la vida y la experiencia de la amistad, del conocimiento y de la cultura. Fue para mí una ciudad muy importante que además entró en mi literatura. Encontré en aquellos años el trasunto literario de la ciudad, la Vetusta, Pilares y esa idea también de vivir en un mundo que estaba en la irrealidad de la ficción, en unas novelas que me fascinaban especialmente. 

-¿Conserva alguna de aquellas amistades? 

-Sí, hay amigos que van y vienen, siempre hay un punto de conexión y de referencia. Luego he tenido la suerte de encontrar en Madrid a un escritor ovetense autor de una de las novelas para mí fundamentales de la literatura contemporánea como es «Jugadores de billar», de Pepe Avello. Eso resume muchas cosas, es una novela espectacular que retrata un determinado mundo de provincias con más hondura e intensidad y más al límite. 

-¿Conoció también en aquellos años a Emilio Alarcos? 

-Sí, claro. De aquella yo era un jovenzuelo por ahí perdido, pero está en las resonancias de lo que era la Universidad de aquellos años. Estudiaba Derecho pero estaba en la aureola de los grandes profesores que estaban en Filosofía: Emilio Alarcos, Josefina Martínez..., andaban por ahí Víctor García de la Concha y estaba Gustavo Bueno. Yo me pasaba mucho por sus clases y seminarios aunque no tenía vocación de estudiante de letras, tampoco la tenía de jurista pero por tradición familiar parece que podía encontrar en el Derecho un destino. Tuve compañeros muy brillantes en la Facultad de Derecho, y muy generosos conmigo. Con Alarcos tuve un encuentro muy intenso más tarde a través de la amistad que él tenía con Ricardo Gullón. 

-También tuvo como profesor a Aurelio Menéndez. 

-Fue la posibilidad casi estrambótica de que yo pudiera llegar a sentir cierta conmoción intelectual estudiando la letra de cambio. Solo un profesor tan mago como era Aurelio Menéndez podía ser capaz de algo así. En una ocasión detectó en un examen mío que allí había un chic y me llamó a su despacho. Me había dado un notable en Derecho Mercantil que para mí era una cosa casi inapropiada. Fue la primera vez que hablé con Aurelio, con el que luego tuve una gran conexión. Con él también me queda la aureola de un gran profesor. 

-Descubrió aquí las literarias Vetusta y Pilares, después usted crearía Celama, un territorio imaginario. 

-Tuve la necesidad de tener un territorio personal, seguro que en el aprendizaje de ese espacio estaban mis vivencias literario-sentimentales en Oviedo. Se construyó intentando crear una provincia imaginaria del noroeste de la Península pero que no tiene por qué ser León. Me inventé unas ciudades que llamo ciudades de sombra que tienen que ver con antigüedad, extravío, laberinto, ensoñación, y en el suroeste de esa provincia había una comarca, Celama, que va a representar el mundo del trabajo campesino y su liquidación. La trilogía de Celama es una especie de elegía fin de siglo. 

-En su narrativa hay ironía pero también cierto tono sombrío, ¿tiene una visión pesimista de la vida? 

-Mis personajes son siempre seres extraviados que viven en el desconcierto de la vida. La experiencia de vivir no es angustiosa ni pesimista, es una experiencia llena de sorpresas que uno no sabe controlar del todo, viven una cierta aventura a la vuelta de la esquina, pero hay como un cierto inconformismo, como si estuvieran atados a la vida de manera que en ella no encontrasen las ataduras suficientes. Pero son vitalistas, vividores frustrados. 

-¿La observación es fundamental en su literatura? 

-No, lo que pasa es que a la imaginación hay que alimentarla. Hay dos elementos cruciales que son la imaginación y la memoria, pero yo creo que la imaginación se alimenta mucho en la observación de la vida, de la realidad, en la perspicacia y en los derivados del sueño. La imaginación se conecta con la memoria y creo que hay una conexión muy fuerte entre ambas. Estoy de acuerdo con la vieja idea de que la imaginación no es otra cosa que la memoria fermentada. 

-Y el estilo, ¿qué importancia tiene para usted? 

-Fundamental, porque uno puede tener un mundo de escritor donde están tus obsesiones y donde se suscitan esos personajes que te fascinan o aborreces, pero eso sólo es posible con un estilo, porque no vale cualquier estilo, tu mundo tiene que buscar la expresividad concreta que lo sostiene. La materia de la imaginación y la memoria es la palabra, es la escritura, y ahí está el reto de encontrar el modo en que tú te expresas. 

-¿Hay una manipulación política del mundo de la cultura? 

-No veo mucha invasión del mundo de la política en la cultura, creo que la cultura cada vez se retrae más porque el mundo de la política por desgracia está devaluado. Muchos políticos han perdido la conciencia de la ejemplaridad y cuando eso falla lo que cunde en la sociedad es el desánimo.


(La Nueva España, artículo de M. S. Marqués
Fotografía: MIki López)

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