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AMOR EN VENECIA


Una mañana de junio, Jeff Atman, un hombre sin cualidades, entra en una peluquería elegante de Marylebone High Street, en el centro de Londres, y se hace teñir el pelo por un peluquero que cita a Sylvia Plath. Satisfecho de su evidente salto cualitativo, el maduro Atman vuela poco después a Venecia para cubrir la inauguración de la Bienal de Arte y conseguir una entrevista difícil y un dibujo, en un viaje marcado por la presencia real de tres mujeres, la finalmente entrevistada Julia Berman, la joven americana Laura, con quien tiene una aventura amorosa, y Mary MacCarthy, cuyo excelente Venecia observada Jeff está leyendo en esos días. El narrador en tercera persona de esta primera parte del libro, Amor en Venecia (que en inglés lleva el título menos optimista de Jeff in Venice), es omnisciente pero no intruso, y más que nada nos seduce por su inteligencia. Siempre da gusto leer a Geoff Dyer, que tiene una velocidad en el relato acentuada por el ingenio: el embarque y despegue de un vuelo adquieren en su escritura un tempo ágil y vivaz a prueba de demoras, y esta capacidad también brilla, sin perder la nota del humor, en las escenas de sexo, muy abundantes en la novela. El beso con tropezones que ocupa las páginas 103-104 es un ejemplo brillante de un humor seco que sin embargo no elude el chiste, y son estupendos los dos que hace (en la 116) sobre Edward Said a costa de Richard Gere y sobre el gran historiador marxista Eric Hobsbawm, en cuya boca pone este aserto: "La historia significa no tener que decir nunca que lo sientes".

Amor en Venecia, muerte en Benarés

Geoff Dyer
Traducción de Ignacio Gómez Calvo
Mondadori. Barcelona, 2010
303 páginas. 22,90 euros
El mismo hombre narrado y enamorado de la primera parte toma, por así decirlo, con el relato en primera persona, las riendas de su destino en la segunda, que transcurre toda en Benarés y es muy distinta, no sólo por el cambio del narrador. Todos los personajes importantes -ficticios o no- que pululaban por Venecia han desaparecido ahora, como si, al enfrentarse a un paisaje nuevo, en las antípodas de su mundo, Jeff no tuviese ya la necesidad figurativa. Muerte en Benarés es el retrato de una ciudad de la muerte que contrasta, en su poblada y agobiante vivacidad, con esa ciudad muerta que, fuera de los circuitos turísticos y las ocasiones excepcionales (como su Biennale), es, y cada vez más, Venecia. A la carnalidad dominante en el hombre rejuvenecido por su tinte de pelo se superponen, en la mitad final del libro, el rechazo sensual, el progresivo y tajante desdén de las convenciones sociales, la indiferencia a lo que, pocos meses antes, había sido una búsqueda ansiosa de la felicidad. Hay un impresionante pasaje (página 254) del encuentro con un perro salvaje en medio de un gran depósito de basura: "Los restos de un vertedero del que se había extraído cuidadosamente la mejor parte, de modo que sólo quedaran desechos". Con su delgadez creciente y su atuendo escueto, a Jeff no le importará ser un resto más en los vertederos de Benarés. Aun así, el desenlace del libro es optimista.
(VICENTE MOLINA FOIX 14/08/2010, Babelia)

TOCADO POR EL GENIO




(Sarolta Bán)


Murió hace más de una década, pero la presencia del autor de Don de la ebriedad en la poesía española no ha dejado de crecer. Escritores y críticos recuerdan al poeta coincidiendo con la aparición de una antología de su obra































 Si hay un poeta tocado por el genio en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX ese es Claudio Rodríguez. Ajeno a escuelas y generaciones (por más que no falte en ninguna de las antologías del grupo del 50), sin antecedentes claros y sin descendientes casi, la lectura de sus poemas produce la sensación de ir escribiéndose sin esfuerzo delante de los ojos del lector, de que el sonido de las palabras contiene ya su propio sentido, de que, por fin, forma y fondo son una misma cosa. Las cosas de un poeta innato que, laboriosamente, escribe en estado de gracia.

Rumoroso cauce. Nuevas lecturas sobre Claudio Rodríguez

Edición de Philip W. Silver.
Páginas de Espuma.
Madrid, 2010.
368 págins. 24 euros.
"Nunca publicó, quizás ni siquiera escribió -o más bien nunca terminó- un solo poema que no fuese la perfección misma", dice Philip W. Silver
Pero si la obra de Claudio Rodríguez (Zamora, 1934-Madrid, 1999) es un milagro, milagrosa es también su presencia dentro de la literatura española. Lejos de pasar por el limbo al que la muerte condena por un tiempo a la mayoría de los escritores, su desaparición hace más de 10 años no hizo sino acrecentar su presencia. Esta vez la poesía no pagó la factura de la falta del poeta. En 2001 Tusquets publicó su poesía completa y tres años más tarde hizo lo propio con sus escritos en prosa. Poco después la Fundación César Manrique reuniría en Poemas laterales los textos que el autor dejó fuera de los cinco poemarios que publicó en apenas cuatro décadas de escritura. A Don de la ebriedad (Premio Adonais en 1953), que le ganó para siempre un sitio en la historia de la literatura sin haber cumplido siquiera los 20 años, le seguirían Conjuros (1958), Alianza y condena(1965), El vuelo de la celebración (1976) y Casi una leyenda (1991). Hasta el libro inacabado que tenía entre manos cuando murió, Aventura, tuvo una edición facsímil en la editorial Tropismos. Con buen juicio, su viuda lo había dejado fuera de las poesías completas.

LAS COSAS DE CALVIN

PETROS MARKARIS


Petros Márkaris es un escritor tardío de novela negra. Descubrió este talento en mitad de una crisis existencial de su trabajo como guionista de televisión. Su personaje más famoso, el detective Jaritos, es una de las voces más críticas contra la clase política helena y europea. Apasionado de la fotografía, construye sus novelas a partir de imágenes y visualiza a sus personajes, como si fuesen parte de su familia, sentados en su casa, en su mesa. Lector ávido, recomienda a los jóvenes escritores que lean todo lo que caiga en sus manos, que ya tendrán tiempo más adelante de seleccionar sus lecturas.
PREGUNTA: Dice que siempre encuentra inspiración en las imágenes, ¿nos puede contar cuál es su proceso creativo?
RESPUESTA: No soy un escritor que trabaje con mucha planificación, no necesito mucha información para comenzar a escribir una historia. Voy capítulo a capítulo, no sé qué ocurrirá luego. Para empezar a escribir necesito una imagen, siempre es una imagen. Si me pregunta por qué, supongo que será porque fui durante mucho tiempo guionista de televisión y necesito imaginarme la historia para arrancar. Cuando ya tengo esa imagen, no me inquieta la historia porque sé que, a partir de ahí, la encontraré.
P: ¿Surgió su personaje principal, el detective Jaritos, de una de esas imágenes?
R: Le ví un día a él y, a toda su familia, delante de mi mesa de trabajo. Estaban ahí, como una familia normal de clase media, mirándome. En ese tiempo estaba escribiendo una serie para televisión y estaba muy estresado, porque tenía que entregar un capítulo cada semana. Y me dije: mejor pasa de esta familia y céntrate en lo tuyo. Pero el hombre fue muy persistente, no se quería ir, se quedaba allí todo el día. No me dejaba escribir, no me dejaba trabajar, era una tortura. Después de un mes de tortura me dije: este hombre es un policía o un dentista, no puede ser otra cosa. Una vez encontré que era un policía, ya lo supe todo de él: su nombre, su apellido, el nombre de su mujer y el de su hija, Caterina.

AGOSTO

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