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ANTONIO TABUCCHI

El tiempo envejece deprisa es el título del nuevo libro de Antonio Tabucchi.

“La novela es como una casa que cierras con llave cuando te vas. El cuento es como un apartamento alquilado. Puede que vuelvas y hayan cambiado la cerradura”. Antonio Tabucchi (Vecchiano, 1943) ha escrito un delicioso libro de cuentos, El tiempo envejece deprisa (Anagrama / Edicions 62), y además, está a punto de salir a la calle El paso de la oca, (Anagrama) una recopilación de artículos donde destripa el presente.
"Sólo la ciencia puede actualmente nutrir una corriente de pensamiento".
El tiempo envejece deprisa es un homenaje a Nine stories, de J. D. Salinger, "el libro de cuentos más bello del siglo XX". La mayoría transcurren en Europa del Este, en países que se "quedaron congelados", regresaron "con otro calendario" y viven en la nostalgia, no necesariamente de un pasado mejor, como la del judío rumano que, desde Israel, añora su pasado bajo la dictadura de Ceausescu.

PREGUNTA.- ¿Son estos cuentos una reivindicación de la memoria?
RESPUESTA.- Sí, se puede decir, entre comillas, que es una reivindicación de la memoria, pero más bien de sus infinitos juegos. La memoria subjetiva posee una gran libertad y por tanto una gran creatividad. Hoy, en los tiempos de la posmodernidad, vivimos en un presente eterno, como lo ha llamado Marc Augé, en el que la memoria está en encefalograma plano.


P.- ¿Siente que su tiempo ha envejecido demasiado deprisa?
R.- Yo tomo el título de un misterioso fragmento de un filósofo presocrático, que dice que 'persiguiendo la sombra el tiempo envejece deprisa'. Es difícil saber a qué se refiere con esa sombra: ¿las ilusiones?, ¿los deseos?, ¿falsas imágenes?... La verdad es que el tiempo nos envejece a todos deprisa, porque todos realizamos estas persecuciones. Más si cabe a los que hemos vivido el siglo XX, que algunos historiadores denominan el siglo breve, por ser el de las ilusiones perdidas y el de las grandes tragedias. La verdad es que todos los personajes del libro, aunque viven en este siglo, en realidad pertenecen y miran al anterior.

P.- ¿Escribir no es, en cierto modo, perseguir sombras?
R.- Sin duda. La literatura, como cualquier arte, es una forma de ilusión, porque es una realidad paralela. Sus personajes tienen la fuerza del símbolo, pero no son tangibles ni concretos. No se puede abrazar a Madame Bovary, ni llevarle flores a su tumba... Ella sólo vive en nuestra memoria, y ahí goza de una vida eterna.
P.- ¿Algún doctor, como le ocurre a uno de los personajes de sus cuentos, le ha llegado a diagnosticar la enfermedad de la literatura?
R.- [Risas] Todos los escritores estamos enfermos de literatura, igual que los músicos de música y lo pintores de pintura. Son enfermedades ontológicamente profesionales.

P.- También se reflexiona mucho sobre la guerra y sobre si tiene sentido diferenciar entre aquellas que presuntamente son justas y las que no los son. ¿Tiene sentido esta distinción?
R.- Todas las guerras son éticamente injustas porque niegan la belleza de la vida, sólo conducen a la muerte. Pero hay algunas que son flagrantemente injustas porque violan las normas internacionales establecidas para la convivencia. El militar italiano de mi cuento, que estuvo en misión de paz en los Balcanes y allí sufrió las radiaciones del uranio, siente el deber de explicar a la niña la inutilidad de tal distinción.

P.- ¿El logro literario del que se siente más satisfecho ha sido que una novela suya sirviera para revisar el proceso de Damasceno Monteiro?
R.- Soy muy escéptico sobre la capacidad de la literatura para incidir sobre la realidad. Puede ser un marco para la reflexión, pero no es ni una manifestación callejera ni una investigación periodística, que sí pueden tener una influencia directa e inmediata sobre la realidad. La literatura, en cambio, tiene menos fuerza en este sentido.

P.- Ya, pero usted, al menos una vez, consiguió cambiar el curso de la realidad con un libro...
R.- Creo que fue una coincidencia, y por eso no tiene valor normativo y general. Es verdad que un testimonio siempre es importante. Si la realidad, por ejemplo, fuera un tribunal, la literatura sería el testigo, pero nunca el juez, que es quien tiene la última palabra.

P.- ¿Qué se le pasa por la cabeza cuando cada mes de octubre su nombre aparece en las quinielas como favorito?
R.- No le concedo demasiados pensamientos. Hay muchos escritores que también aparecen en esos vaticinios, mayores que yo, y que lo merecen mucho más. No lo digo por falsa modestia, de verdad, lo veo así.

P.- En El paso de la oca, hay una dedicatoria a Susan Sontag en la que recuerda que ambos planeaban escribir "sobre los payasos que guían la suerte del mundo". ¿Qué payasos?
R.- La idea del payaso es de Norman Manea, de su libro Payasos. El dictador y el artista (Tusquets). Se basa en los dos payasos clásicos: el blanco y el augusto. El segundo es el artista y el primero el dictador. Manea lo aplicaba a Ceausescu, pero es el símbolo de algunos personajes poderosos que en los últimos años han guiado la suerte del mundo.

P.- ¿Estamos ahora peor gobernados que en el pasado?
R.- No. Este payaso es un payaso universal, eterno, e inmortal. Desde los payasos que nombraban senador a su caballo hemos tenido muchos payasos en la historia. La idea que queríamos desarrollar con Susan es que podemos entender el payaso en un contexto totalitario, pero el problema es cuando el payaso se produce en democracia.

P.- Define sus artículos como "noticias desde la oscuridad que estamos atravesando". ¿Hay luz al otro lado del túnel?
R.- Hoy tengo que hablar del futuro. El futuro es una casualidad y en ningún modo es proyectable. En lo que a mí respecta, desde un punto de vista kantiano, el futuro existe en tanto que incluye el pasado. En este momento estamos viviendo un presente absoluto, eterno, y en este presente no veo mucha luz. Veo mucho ruido y mucha oscuridad. No tengo una bola de cristal. El futuro lo predicen los teólogos y los políticos, que repiten eso de: construyamos el futuro.

P.- ¿Nos engañan los payasos?
R.- Keynes decía que lo inevitable no sucede nunca y otros piensan que lo inesperado tampoco. Hay una confusión de roles. En nuestra sociedad occidental teníamos el periodo del año normal y después el carnaval. Durante el carnaval, los roles se cambiaban y el pueblo se convertía en el payaso, pero con una fuerte carga simbólica. El problema es que hoy en día, Berlusconi, por ejemplo, es al mismo tiempo el dictador y el payaso. Si el poder hace también el carnaval, ¿qué le queda al pueblo? Nada, el papel del espectador.

P.- En medio del desierto de la realidad, ¿detecta algún pensamiento que explique el presente y pueda cambiar la realidad?
R.- El pensamiento debe estructurar una realidad y exprimir un deseo, una invocación, una evocación. Creo que la única cosa que actualmente puede nutrir una corriente de pensamiento es la ciencia, con toda la ambigüedad que la ciencia presenta. Es curioso que lo diga yo, que soy un escritor, pero la ciencia tiene algo de seguro porque es experimental. Debemos observarlos y controlarlos, pero los científicos, por lo menos, explican el funcionamiento del mundo en términos reales, es decir, de la costra del mundo. Me viene a la mente Martin Luther King que sale a una ventana y dice "I have a dream" [tengo un sueño]; el pensamiento expresado con la palabra. En la ventana de enfrente hay un señor que también tiene un sueño y además un fusil. Y gana.

P.- Pero Luther King también ganó. La lucha por los derechos civiles se impuso.
R.- Es reversible. En Italia, por ejemplo, este año la Liga Norte organizó unas navidades blancas. Literalmente. Sus militantes salieron a la caza del negro y no dejaron que los negros vieran el cielo. No olvidemos que el fascismo es un invento europeo. Tenemos la patente. Lo inventó Mussolini en 1922 y tuvo mucho éxito. En Italia está en el Gobierno un partido como la Liga Norte, que es declaradamente racista.

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