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TESTIGO DEL CAMBIO



Cuando regresé a la plaza, después de tanto tiempo, creí presenciar un milagro. Solo los ángeles podrían haber obrado tal prodigio. No podía imaginar a nadie tan sublime y eficaz en su trabajo. Ni en mi niñez había visto las piedras tan: limpias, claras y nítidas. Si no fuese porque la catedral era inequívocamente la misma, hubiese pensado que la habían erigido de nuevo. Su torre, sus arcos, los portones, los relieves, el rosetón, todo era nuevo y ancestral. Lo que más me maravilló, fue observar que los demás edificios del entorno parecían también renovados. A la vez que seguían siendo los mismos de siempre.
Mientras caía el primer orbayo vi que la calzada brillaba como un espejo. Recordé lo mucho que se embarraba cada vez que llovía en mis tiempos mozos. También, me vino a la mente todo lo que había sufrido y amado en aquel lugar. Al momento, una algarabía de gentes me sorprendió con sus bailes y sus músicas apareciendo por todas las bocacalles. Sus atuendos parecían muy semejantes a los que yo recordaba en los danzantes. Los bailes tradicionales tampoco habían cambiado mucho. Pero, los parroquianos parecían haber venido de otro mundo. ¡Qué ropajes tan escasos, qué provocativas las mujeres! Tardé varios años en acostumbrarme a ellos.
A medida que el tiempo va pasando voy comprendiendo que es lo que ha sucedido. Me llegan conversaciones que me hacen comprender lo equivocada que yo estaba. Lo que ha llegado a evolucionar el ser humano, para bien o para mal. Veo: que no es oro todo lo que reluce. He sido testigo de cómo los obreros han remozado alguno de los edificios que faltaban por blanquear. Ha sido un duro golpe para mi fe. Pero, ha sobrevivido. Pienso que los caminos de Dios son inescrutables.
A lo que nunca podré acostumbrarme es a los barullos y los conciertos que me toca padecer por las fiestas de San Mateo. Quizás mi pasado no sea del todo honroso. Pero, no creo que me merezca esto. ¡Qué estruendos tan insoportables! Cuanta suciedad mancilla las calles, durante la noche, hasta que aparecen los empleados de la limpieza. ¡Qué bacanales me veo obligada a presenciar! Y cuantos fogonazos me lanzan a la vez que me abrazan con una confianza que no comparto. Incluso las palomas se posan desvergonzadas sobre mí. ¿Hasta cuando he de soportar este castigo?

Mar Cueto Aller

2 comentarios:

Ha habido un error en la impresión del titulo, solo le falta una ele, pero cambia el sentido y la sonoridad. En lugar de: “Testigo de cambio” Debería poner como en el original: “Testigo del cambio” Atentamente Mar Cueto Aller

27 de septiembre de 2009, 19:23  

Es lo que hay en las fiestas, en Oviedo y en cualquier otro lugar. Pero piensa que en medio de ese barullo, pudo haber comunicaciones o encuentros felices e inolvidables
Un beso

21 de octubre de 2009, 14:32  

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