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CONCURSO COCA-COLA JÓVENES TALENTOS DE RELATO CORTO

Publicamos el cuento ganador, Concierto para nadie, con el que se impuso a otros 16 finalistas de 2º de ESO

Un texto sentido y musical ha sido el ganador de la 49º edición del Concurso Coca-Cola de Jóvenes Talentos - Premio de Relato Corto. Su autora, María Elena López González, del colegio Nuestra Señora de la Asunción de Sarria (Lugo), se ha impuesto, a sus 14 años, a otros 16 jóvenes finalistas de 2º de ESO (uno por cada comunidad) con el relato Concierto para nadie. La segunda y la tercera clasificadas del premio han sido, respectivamente, María Moreno Fernández, del colegio Sagrado Corazón Jesuitas de León con el cuento Mi lucha contra la lucha, y Sara García Hevia, del colegio Cumbres, de Santander con Anillo de fuego.

Tras viajar a Praga una semana junto a todos los finalistas, los seis mejores del premio, pudieron asistir a un curso de escritura creativa en la Escuela de Letras de Madrid en el que tuvieron la oportunidad de conocer a autores consagrados como Javier Reverte o Rafael Ábalos. Las primeras tres clasificadas de esta edición del concurso serán premiadas con un segundo curso on-line de escritura creativa de dos cuatrimestres de duración, que organiza la Escuela de Letras. Asimismo, los 6 relatos finalistas del Premio serán publicados en la revista literaria EñE en el número del mes de diciembre de 2009.

Los participantes tuvieron que escribir un relato corto de no más de cuatro caras de extensión en menos de dos horas, a partir de las seis palabras que les fueron entregadas y que debían incluir obligatoriamente en su historia: "restaurante", "gabardina", "máquina", "alegría", "gato" y "secreto". El próximo mes de octubre el Concurso Coca-Cola Jóvenes Talentos afronta un nuevo reto al alcanzar la que será su 50 edición.


CONCIERTO PARA NADIE


Las notas comienzan a fluir con total soltura del piano. Mis manos, máquinas perfectas, caen con garra sobre las teclas marfil, intentando encontrar una temperatura acorde a ellas, y creando, a la vez, una melodía melancólica, triste quizás, impropia de una noche de sábado.

Sin duda alguna, me gusta mi trabajo. Puede que me haya sumado a la monotonía de tocar para amenizar reuniones de trabajo, citas románticas u otros eventos de poca importancia, cada noche. Puede que me esté rindiendo ante la rutina, pero tocar el piano es mi forma de evadirme de la realidad. De escapar del amor nunca vivido, y, a la vez, tan temido. Cuando toco, me convierto en un gato negro, solitario, que deambula por los tejados nocturnos sin seguir una dirección definida. Como perdido.

Las notas van corriendo, pero sólo yo sé que hago algo más que acatar las órdenes de una partitura compuesta por un extraño. Todos ignoran que, cada noche, voy entretejiendo mis sentimientos entre las notas impresas en este pentagrama pautado de líneas que resbalan lánguidas sobre un papel desgastado por el tiempo. Son primero las fusas las que, al emanar de mi piano, van anegando con su alegría el cosmos que es aquel restaurante. Por momentos, mis ojos, buscan una cabeza afable, unos ojos centelleantes, o, aunque solo sea un leve cruce de miradas. Buscan un asomo de interés entre un público glacial.

A medida que avanza la noche, me relajo. Voy introduciendo cada vez más silencios, blancas… mi rastreo entre el público se desvanece. No hay un final para esta pieza. Obra que yo dirijo. Yo decido si quiero correr o descansar. Si mi deseo es hablar o callar. En mi música, va disuelta una parte de mí. Nadie lo sabe. Ninguno de los comensales dispuestos en mesas colocadas en perfecta cuadratura, conoce el verdadero significado de este arte.

No son sonidos, son hechos.

No son silencios, son secretos.

No es música, soy yo.

Mientras esta reflexión cruza mi cabeza, jóvenes y no tan jóvenes, se disponen a engullir sus platos. Yo, sigo pensando… Nunca encontrarán belleza en el chirriar de una puerta. No alcanzarán la felicidad cuando las yemas de sus dedos rocen suavemente los troncos labrados de las vides. Sus pulsaciones no aumentarán cuando pequeñas gotitas de agua rocen sus manos. Y así, según van discurriendo los minutos y las notas, muy poco a poco, uno a uno, van cogiendo sus gabardinas oscuras y gastadas por el uso, atravesando el marco de la puerta para abrir sus coches y dirigirse a sus hogares, sumiéndose, realmente, en la verdadera monotonía
.


María Elena López González

(ELCULTURAL.es)


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