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EL PALACIO DE LA LUNA

Fue el verano en que el hombre pisó por primera vez la luna. Yo era muy joven
entonces, pero no creía que hubiera futuro. Quería vivir peligrosamente, ir lo más lejos
posible y luego ver qué me sucedía cuando llegara allí. Tal y como salieron las cosas,
casi no lo consigo. Poco a poco, vi cómo mi dinero iba menguando hasta quedar
reducido a cero; perdí el apartamento; acabé viviendo en las calles. De no haber sido
por una chica que se llamaba Kitty Wu, probablemente me habría muerto de hambre. La
había conocido por casualidad muy poco antes, pero con el tiempo llegué a considerar
esa casualidad una forma de predisposición, un modo de salvarme por medio de la
mente de otros. Esa fue la primera parte. A partir de entonces me ocurrieron cosas
extrañas. Acepté el trabajo que me ofreció el viejo de la silla de ruedas. Descubrí quién
era mi padre. Crucé a pie el desierto desde Utah a California. Eso fue hace mucho
tiempo, claro, pero recuerdo bien aquellos tiempos, los recuerdo como el principio de
mi vida.


(PAUL AUSTER, El palacio de la luna)

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