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SINTIENDO ASTURIAS




Asturias es cremallera de dos colores: verde y azul.
Verde del agua de cielo reconvertida, azul de agua de mar removida.
Si cerrada la cremallera, sus dientes son las montañas, hijas de la tierra.

Si abierta, un abismo insondable de historia y leyenda se abre a nuestros pies.
Es, pues, necesario caminar con los ojos bien abiertos, para no caer en las trampas de sus hechizos, pues no son magia de poca monta, no.

Asturias se te cuela en el corazón y se instala allí silenciosa, prudente...
Si vives en ella, casi no te percatas entre el bullicio de lo cotidiano, de la gente de sonrisa fácil y corazón grandote (y... ¡demonios!, tan relimpios que hasta lavan el carbón). Pero si te vas -yo no lo sé, sólo lo intuyo- tiene que orbayarte el alma.

Asturias, además, suena. Suena a gaita, a voces profundas que cantan canciones sencillas. Suena a hojas que se mecen en los árboles, a mugidos en los prados. Suena a arroyos y a ríos rápidos, a lagos calmos, a gotitas tiernas, a rumor de olas.
Suena, pero muy quedo -tan quedo que casi no se oye- a niebla. A niebla que es escondite de duendes. A niebla que va desde azulada a gris oscura, que si está más alta ya no se llama niebla, se llama "nubes".

Y las nubes son panzudas, como rellenas. Se mueven lentamente. Están vivas porque se juntan, se separan, algunas son más rápidas -pocas- y cuando se enfadan o están tristes, lloran. Lloran gotas de lluvia. Las nubes están casi siempre ahí.

Por eso el sol en Asturias se vende embotellado. Porque a granel, casi no hay. Al sol embotellado le llaman sidra. Son rayos mejorados, que fueron en su día capturados por las manzanas y que tienen propiedades curativas. En dosis adecuadas, según cada cual, limpian el cuerpo y el alma por dentro (y los bajos de los pantalones y los zapatos por fuera). Y huelen, primero a dulce y después a ácido. Porque la sidra también madura, como la gente. Dulce se toma con castañas y es fiesta de niños y grandes. Madura se toma, generalmente, en compañía frente a mostradores repletos de pinchos y marisco de tacto rugoso y de color rojizo.

Porque Asturias también se toca: en lo escurridizo y resbaloso de las truchas, en lo pegajoso del pulpo. Se toca en las plumas perdidas de los pájaros en el bosque, en el tacto húmedo de las setas, en el rugoso de las rocas o el flexible de la vegetación.

Se toca en la humedad que se mete por poros y oquedades, que se tiende a dormir perezosamente en las sábanas estirándose como los hilos de plata de los dedos de la luna, que acarician a la Asturias que quisiera dormir, pero tiene turno de noche... que huele a bosque, a carbón, acero y mar.


Carmen Salgado Romera (Mara)







1 comentarios:

Precioso relato sobre esta tierra de naturaleza privilegiada.

9 de noviembre de 2009, 22:58  

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