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MicroficcionesI

Martes, 14 de abril Escribir un texto de 25 líneas con el siguiente comienzo: "La vida es como se presenta. Deseaba tener una habitación limpia e individual, una cama muy blanca, un lavabo resplandeciente, una mesa con una lámpara de luz suave. Pero debía matar a alguien". Manuel Vicent

1 comentarios:

Mara dijo...

Pero debía matar a alguien. A ese otro yo con el que llevaba conviviendo treinta años: el que se asomaba sin vértigo hacia el siguiente segundo de su vida y se tiraba de cabeza; el pendenciero y embaucador; el del pico. Al que buscaban policías, novias y conocidos y se le ocurrió esconderse entre los muros de este convento. No, no era fácil matarle, salvo que pudiera cabalgar a lomos del tiempo hasta llegar a su infancia y encontrar al niño que perdió a su madre, al adolescente que perdió a su padre y al joven, antes de desdoblarse en dos: el poderoso y el que añoraba tener una habitación limpia e individual, una cama muy blanca, un lavabo resplandeciente, una mesa, una lámpara de luz suave...
Mara
18 de abril de 2009



MISIÓN CUMPLIDA

Sesenta años juntas, sin haberse separado nunca, compartiéndolo todo, habían acabado con su paciencia. Los padres ya no podían intervenir: él se fue cinco años atrás, agotado por un verano asfixiante; ella aguantó hasta hace siete meses, cuando un extraño acceso la dejó en la antesala. Aún resistió unas semanas, tal vez esperaba disfrutar la primavera, pero no le fue concedido.
No halló más alternativa. Necesitaba con urgencia descubrir la dicha de la soledad. Iba a disfrutar a su manera, sin trabas, sin obstáculos, sin testigos. Madurar la idea le había costado, pero ahora ya no había vuelta atrás.
Le resultó fácil conseguir en la droguería el producto y seguir las instrucciones al detalle. Preparó una cena especial para celebrar su cumpleaños. Se esmeró como nunca, en la mesa no faltaba detalle, incluso colocó y encendió velas. La música suave de los antiguos boleros casaba a la perfección en aquel ambiente de fiesta. Rieron, evocaron tiempos juveniles, saborearon los manjares, bebieron del vino dulce que su madre tenía reservado. Ella declinó probar la tarta: se sentía demasiado llena. Bailaron un rato, hasta que el cansancio las venció. Al acostarse, ella se tomó una pastilla de somnífero, no deseaba impaciencias ni pesadillas.
A la mañana siguiente, llamó al médico y consiguió la certificación con toda normalidad. Posteriormente, llevó a cabo todos los trámites con semblante compungido y rigurosa eficacia. Los primos comentaban cómo iba a sobrevivir ella tras la desgracia. Empezaron a llamarla y estar pendientes, pero les despachó con suavidad: “No le quedaba otra sino acostumbrarse, y debía hacerlo ya”.
Una semana más tarde, comenzó las obras de reforma en la casa. En unos pocos días se las terminaron y se dedicó a tirar cuantos chismes inútiles le recordaban el pasado. Sentía una satisfacción inmensa al deshacerse de ellos. Decidió darse un capricho para completar la operación y se compró una cajita con seis bombones grandes. No consiguió acabarlos, pues con el tercero se atragantó y nadie pudo ayudarla.

Mª Evelia San Juan Aguado
22 de abril de 2009



CRIMEN PERFECTO

Pero debía matar a alguien, no podía consentir la humillación que había recibido. Si le hubiese engañado con otro desconocido, quizás, se lo hubiese perdonado. Lo que no la perdonaría nunca es que lo hubiese hecho con alguien tan insignificante. Un simple repartidor. ¿Cómo podía haberlo hecho? ¿Es que tan poco estimaba la posición y la cultura? La mataría, en cuanto volviese, la empujaría por las escaleras y simularía que había sido un simple accidente. Nadie pondría en duda su inocencia. Una persona de su categoría parecería irreprochable. Ni el mejor de los detectives sería capaz de incriminarle. Luego, ya conseguiría poner en práctica sus deseos. Redecoraría toda la casa, no soportaría seguir viendo todo lo que la recordaba a ella. Siempre hacía estos planes.

Mar Cueto Aller
22 de abril de 2009 19:22



A TIRO DE REVÓLVER

Hacía unos meses que le habían soltado del reformatorio. Por fin una oferta de trabajo serio, de hombre adulto. Pagaban bien. No dudó un instante. El círculo del poder requería sus servicios. Una condición: no saber nada del objetivo, ni nombre, ni familia... Sería solo una diana, ni más ni menos. Abrió el sobre y el rostro del hombre de la foto dilató sus pupilas. Filmoteca instantánea: desahucio, lágrimas maternas, huida hacia la nada. Le habría matado entonces; de hecho lo hizo cuando apretó el gatillo de su pistola de juguete.
¡Caprichoso el azar! Dos sueños a tiro de revólver.

Concha Torre Bayón
25 de abril de 2009



IRRESISTIBLE

Deseaba tener una habitación limpia e individual, una cama muy blanca, un lavabo resplandeciente, una mesa con una lámpara de luz suave. Pero debía matar a alguien. Ése era el precio a pagar. De todas formas, no tenía nada mejor que hacer y echaba de menos el ejercicio de su profesión. Cuando recibió la oferta, una sonrisa dibujada a trozos embadurnó su cara. Los pocos dientes que le quedaban le conferían un aspecto demoledor, el de una ruina que siempre resucita en el último instante. Bajó las escaleras del corredor renqueando y sorteó varios agujeros en los escalones, la mayoría de ellos rotos; sin embargo, trataba de imprimir una ridícula dignidad a su estado físico. "Bien mirado, tan poco estoy tan mal. Los he visto peores", susurró. Cuando el furgón policial salió a la calle, una bandada de periodistas cargó contra él. Sin perder la compostura, les saludó con su mano derecha trufada de verrugas blancas y lanzó un beso. Al conductor, un joven amable y parlanchín, se le había ido el color del rostro cuando Fermín entró en el vehículo. Durante todo el trayecto la única voz que se escuchó fue la de la radio. Con las ventanillas bajadas a tope en pleno diciembre, llegaron a su destino en un tiempo récord. Tal vez influyó que el agente se había saltado 8 semáforos y 5 ceda el paso. Después de que su pasajero se bajó, el chico tuvo que salir a toda prisa del automóvil. Vomitó largo rato junto a la rueda trasera izquierda. Mientras tanto, Fermín se dirigía a la entrada del edificio silbando una canción irreconocible de los años 40 y que a él le infundía un aplomo fuera de serie. Más que franquearle la entrada, los funcionarios huyeron a su paso tapándose la nariz. Sólo uno aguantó el tipo y lo condujo ante el director. "La ejecución será a las 18:45 de esta tarde. ¿Necesita alguna cosa? Tenga en cuenta que es el primer ajusticiamiento de la democracia. Nada debe fallar", afirmó el alcaide con un pañuelo sobre su boca. "No... no se preocupe. Todo irá bien. Además, entre presos siempre nos entendemos a la perfección". Y Fermín le guiñó un ojo.

Alberto Díaz
26 de abril de 2009



Aquel día revolviendo entre la basura, alguien me acompañó, seleccionando cuando yo soltaba una cosa como si decidiese por mí. Ya era de noche y regresaba a aquel pequeño cuarto que había alquilado por poco dinero y que no era más que eso: una diminuta pieza pero con ventana.
El sujeto que durante todo el día fue mi sombra, me seguía sin la posibilidad de darle esquinazo. Sus pasos eran el eco de los míos en cada peldaño de aquella quejumbrosa escalera, que gemía a nuestro compás.
Abrí la puerta con dificultad, la madera había engordado por la humedad. Un rayo de luz iluminaba aquel cuatro por cuatro. La luna dejaba al descubierto, delataba aquel bien tan preciado. Sin dudarlo, empujé al extraño personaje escaleras abajo.

Tere Fuertes
27 de abril de 2009



Acababa de llegar al internado y la realidad áspera y acre se imponía ostentosa. Hacia añicos mis anhelos y jirones mis proyectos. Me di de bruces con un escenario que no dejaba un resquicio a la ilusión: un inhóspito dormitorio corrido, camas incómodas de somieres chirriantes, mesitas diminutas, armarios compartidos incapaces de albergar nuestras exiguas pertenencias.
Del techo pendían tres globos lechosos de los que emanaba una luz fría y perezosa.
Las ventanas, en la parte más alta del muro, impedían ver el exterior y convertían el lugar en una especie de mazmorra.
En un extremo, una sala azulejada en blanco, acogía varias duchas y unos cuantos lavabos nada resplandecientes. La austeridad monacal era incapaz de proporcionar el más mínimo confort.
El deseo y la ilusión, que bullían en nuestras mentes infantiles, confabulados, decidieron acabar con aquella infausta realidad. Emboscados al final de un lóbrego pasillo, le propinaron un certero golpe que la mandó directamente al país de nunca jamás.

Pepa
27 de abril de 2009

Biblioteca de Asturias dijo...

14 de mayo de 2009 1:38

La vida es como se presenta

Escondido tras un árbol y empapado hasta los tuétanos por las gotas de rocío, entretenía mi pensamiento con estas divagaciones. Mis tripas rugieron; traté de concentrarme y agucé la vista. Una sombra pasó por delante de la ventana. Me pareció distinguir la figura de mi hija. De pronto un olor a café y pan tostado me invadió. Mis tripas volvieron a rugir, esta vez con más fuerza. Impaciente miré el reloj: las ocho en punto. En aquel instante la puerta del garaje de aquel lujoso adosado se abrió. El metal del revolver me quemaba en el bolsillo. Lo acaricié para tranquilizarlo, como si de un animal de compañía se tratase. El coche estaba a la vista y avanzaba despacio en mi dirección. Salí de la sombra del árbol que me cobijaba. Me cercioré de que el conductor era el objetivo. En efecto, allí estaba el ladrón sin escrúpulos. Su cara redonda y fofa sonreía de forma bobalicona. Ya no había marcha atrás. Lentamente introduje la mano en el bolsillo, agarré con fuerza el revólver. Cuando con mano temblorosa apuntaba al objetivo, la puerta de la casa se abrió y los niños corrieron en dirección al vehículo. Sus risas anestesiaron mi cuerpo. En la puerta, ella, embutida en un chándal rosa, contemplaba la escena. Las lágrimas anegaron mis ojos; me di media vuelta y encaminé mis pasos a la pensión.

Ángela Martínez Duce
28 de abril de 2009



Por fin me di cuenta de muchos de mis errores sí…, debía matar a alguien, matar al que me oprime en mi corazón interno y me juzga en mis decisiones, el que me censura, me señala y ese soy yo mismo, por fin había aprendido...
Debía partir y encontrarme con mi soledad, rodearme con lo que siempre había soñado, esa mesa para poder escribir frente a las olas, frente al acantilado o frente a la montaña donde el espacio y las obligaciones fueran mirar al horizonte, pensar, pasear, comer una onza de chocolate mientras el paladar disfruta de cada partícula que se deshace en la boca, tranquilamente.
Caminar con el único objetivo del conocimiento de mi nuevo ser, el que mi pensamiento está creando, ese que analiza el tiempo observando lentamente hasta la respiración, como el acto milagroso que hace posible que esté aquí y ahora, sin más….
Aceptar mi presente sin reproches sonriendo y mirándome en el espejo de ese lavabo resplandeciente para conocer de una vez por todas cada punto de la belleza de mi mismo, los detalles majestuosos que no conozco de mí y que han despertado en mi vida, detalles que no había sabido encontrar hasta ahora y que descubro en mi actual presente, en mi fugaz momento de la existencia.
Aquel ser agitado, indefenso, deseoso, ansioso, invadido por el caos, por los problemas de los otros, sumiso a las peticiones del universo, de la hipoteca, de las prisas, de los ruidos, de los humos… ya no existe, era el asesino al que debía eliminar y por supuesto: en defensa propia.
Tumbado sobre mi limpia y blanca cama, relajo cada músculo de mi cuerpo, observo cada parte de mi piel, mis sentidos están sueltos, a la deriva del aire, a los designios del mar, a las caricias de mis pensamientos, mi vida palpita con mi presente y con lo que soy, con lo que quiero y con mi libertad.

Esther
30 de abril de 2009



LA CONSULTA

Pero debía matar a alguien para vivir yo. Eso es lo primero que pensé una vez que el doctor me dijo:
—Hay que hacer un trasplante de hígado, de no ser así solo le quedarán dos meses de vida.
El médico seguía hablando pero mi mente solo escuchaba “dos meses de vida”, “dos meses de vida” una y otra vez.
—Oiga, oiga -dijo dándome una palmada en el hombro- ¿Me está escuchando?... Hoy en día las posibilidades de éxito son casi de un cien por cien. Tranquilícese y no se preocupe; si quiere puede consultar con otros colegas, para una mayor seguridad en el diagnóstico.
Esto no puede ser no puede estar ocurriendo…quiero despertar de esta horrible pesadilla. Solo veía una persona sin rostro…hombre, mujer, niño…qué sé yo, solo sabía que debía de estar muerta para salvarme y deseaba que estuviera en una habitación limpia, e individual, una cama muy blanca, y un lavabo resplandeciente, una mesa con una lámpara de luz suave y tenue.

Guillermina
3 de mayo de 2009



UN PUÑADO DE GORRAS

“Debes matar a alguien -le dijeron- Sólo así podrás pertenecer al grupo”. Recorrió las calles cabizbajo; triste unas veces, furioso otras. No era una tarea fácil. Caminando sin rumbo, llegó al final de la calle, allá donde la ciudad se mostraba esquiva. Callejones sucios, ventanas con cristales rotos a pedradas. Miseria en cada esquina. Los tendales mostraban trapos deslucidos.
Al final de una calleja llena de basura y deshechos se paró. No podía seguir así todo el día: tenía que hacer algo. Buscó alrededor. Había oído hablar de aquel sitio. Historias truculentas, llenas de sangre y brillo de navajas. Mientras estaba allí vio un movimiento por el rabillo del ojo. Debajo de unos cartones asomaba un pie calzado con un calcetín que había conocido tiempos mejores. El pie se movía lentamente. Los cartones se fueron desplazando y apareció un hombre. No sabría decir si era viejo o joven. Sucio como estaba era difícil adivinar su edad. Se rascaba la barba con parsimonia y le dirigió una mirada exenta de curiosidad. Mechones grasientos de pelo asomaban por debajo de una gorra negra. En el suelo, en un rincón, había varias gorras de diversos colores amontonadas con descuido.
—¿Tienes un cigarrillo?
Lo miró con sorpresa. Tenía una hermosa voz que no casaba con su aspecto. Ocupado como estaba buscando en sus bolsillos la cajetilla, no vio venir el bate que lo dejó sin sentido. El hombre terminó de buscar en los bolsillos hasta dar con el tabaco. Le quitó la gorra, la lanzó al montón y se sentó junto al cuerpo.

ana sagasti
4 de mayo de 2009

15 de mayo de 2009, 0:05  

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