Blogger Template by Blogcrowds

Microficciones II

Martes, 22 de abril Escribir un relato de 25 líneas sobre la siguiente idea de Cortázar: En una librería de Escocia existen libros con una página en blanco. Cuando un lector se encuentra con dicha página a las tres de la tarde muere.

3 comentarios:

LA APUESTA

Un viernes más, la partida de póker terminó de madrugada. Fue entonces cuando Juan sacó del bolsillo de su cazadora el folleto.

- Os propongo una apuesta sigular: viajar a Escocia para leer un libro. ¡Escuchad! En un pueblecito del condado de Angus, hay una librería que vende libros con una hoja en blanco. Si estás leyendo a las tres de la tarde, y tropiezas con esa página, mueres. ¿No es como repartir cartas marcadas?

- ¿No creerás esa tontería? Es aún más inverosímil que la leyenda del monstruo del lago Ness – sentenció Tomás.

- Puede, pero será como aceptar un farol del que depende tu vida. Una auténtica (la única, diría yo) partida de póker. Y somos jugadores, ¿no?

Quince días más tarde, el forense certificaba la muerte por infarto del español Tomás Álvarez, ocurrida cuando leía un libro y se encontró con el azar vestido de blanco. La prensa local se hizo eco del considerable aumento de turistas que buscaban emociones fuertes.

Concha Torre Bayón
25 de abril de 2009


¿Cumpleaños feliz?

Parecía de noche cuando resuelta caminaba a mi trabajo. Tal vez fueron esos matices oscuros, o el olor de la mañana, los que trajeron a mi memoria aquel día…
La penumbra y humedad persistente me habían acompañado a lo largo de mi breve estancia en un pueblecito a escasos kilómetros de Escocia.
Mi sueño debía ser muy profundo cuando en ningún momento escuché a Jaime; ni siquiera al cerrar la puerta.
Lamenté no haber podido felicitarle – al abrir los ojos por primera vez esa mañana – como quien venera a una deidad. Me sentí contrariada. Ese y no otro, era el objeto de mi visita. Remoloneé dando vueltas en la cama hasta que decidí poner los pies en el suelo.
Bien entrada la mañana, salí con la bruma en la cabeza. Entré en una librería. Disfruté rozando con los dedos, tanto libro impoluto, con olor a nuevo y ojeando títulos en formatos coloristas hasta quedarme con uno.
Ya fuera, accioné el móvil. Al otro lado la inconfundible voz de Jaime ¡Felicidades!, dije. Gracias curri, añadió. Comemos a las dos treinta o tres menos algo y pasaremos la tarde juntos ¡Perfecto!, contesté.
Puntual como siempre y ya sentados en el restaurante, comenzamos degustando unas ostras. Jaime abre el paquete retirando suavemente el lazo y risueño observó el libro, aseverando ser de su agrado. Meneó las hojas, posando de repente su vista en una página en blanco. Un carillón recordaba las tres de la tarde. Atónita, le vi desplomarse sobre el plato.

Tere Fuertes
27 de abril de 2009


BLANCO SOBRE BLANCO

Un día gris plomizo, como la mayoría en el invierno escocés. El cielo color panza de burro, claro presagio de que pronto un manto blanco ocultará piadoso, aquel paisaje duro y desolador. Hace un frío intenso, tanto que hasta las ideas se tornan densas y espesas.
Charles, el herrero del pueblo, aviva el fuego de su fragua; oprime con fuerza el fuelle que resopla una y otra vez angustiado. Chisporrotea furioso, está al rojo vivo, listo para fundirse en un abrazo con el hierro, que se volverá blando y maleable con su contacto y con los golpes rotundos y certeros del martillo sobre el yunque.
Un sonoro galope, cada vez más cercano, anuncia la llegada de un jinete. Es forastero. Quiere calzar a su montura Lively, que ha perdido una herradura en el camino. La tarea requiere un largo tiempo y decide aguardar en la taberna. Pide una jarra de cerveza y para aliviar la espera, lee un libro que acaba de comprar.
A las cuatro de la tarde debe recoger a su caballo que, libre ya de las ataduras que lo sujetaban al potro, relincha nervioso y dolorido. Mira hacia el pueblo expectante, buscando la presencia de su amo. No sabe que su ausencia ya es definitiva. A las tres en punto, de forma inesperada se desploma, herido de muerte, sobre la recia mesa de roble derramando la rubia cerveza que tiñe y empapa una hoja tan blanca, como la nieve que ya borra los caminos y las huellas.

Pepa
27 de abril de 2009



Sturm dijo...
Es mas largo de lo dicho, pero aqui lo pongo...

AlfredoLlegué a Walford en el tren de las 14:52. El tiempo era espantoso y atroz el frío. Pero… ¿qué se podía pedir a un martes de diciembre en un remoto pueblo de Escocia? La nieve caía a trompicones y no me esperaba nadie. Decidí caminar hasta el hotel que me había recomendado Sir William Burroughs dos días antes en su mansión, a las afueras de Londres. Sus antepasados procedían de Walford y habían desempeñado cargos relevantes en la Corte desde 1549. Atravesaba una plaza adornada por una triste fuente, con un ángel caído, cuando alguien tiró de mi abrigo: un niño de siete años, tuerto, sin mediar palabra, me indicó una librería: PLUMA Y TINTA. En el umbral, un joven de aspecto atildado me hizo un gesto con el mentón para que me acercase. El pequeño me tendió su mano derecha y así, como padre e hijo, nos encaminamos hacia el establecimiento. Al entrar, lo primero que llamó mi atención fue la extraordinaria escasez de ejemplares. La amplitud del local acentuaba aún más la orfandad tan lamentable en que se hallaban tres estanterías. La criatura se montó en un caballito de madera situado a la izquierda de la entrada. “Gracias a Dios que ha venido, señor Woolf. Hacía veintiocho días que rogaba al cielo que alguien como usted llegase a esta localidad olvidada por la Providencia. Me llamo James Watson y soy el único librero que permanece aquí. Los demás o han muerto o se han marchado. Yo me he negado a irme”, dijo el muchacho en un estado de notoria agitación. “Tranquilícese, señor Watson. Seguro que existe una explicación racional para estos sucesos”, respondí. “Pero, ¿no se da cuenta de que es imposible que un libro pueda matar? Nadie se atreve a leer últimamente por temor a encontrarse una página en blanco a las tres de la tarde. Doce vecinos han fallecido. La gente está muy asustada y, la verdad, temo por mi vida. Han amenazado con colgarme del roble que hay junto al cementerio y dejar que mi cuerpo se pudra a la intemperie. No sé qué hacer, señor Woolf; no tengo la culpa de esta locura”, afirmó el chico echándose a llorar. Sin decir nada, abrí mi maleta repleta de clásicos de la Literatura. Cogí uno de ellos y se lo ofrecí a Watson. “Abra el libro por la página 173, por favor. Ahí encontrará la respuesta”. Watson tomó la obra con las manos temblorosas. En ese instante, dieron las tres en el reloj del Ayuntamiento y el librero cayó fulminado. El niño, sonriendo, preguntó: “Papá, ¿nos vamos ya?”. “No, hijo mío. Aún queda mucha tarea en este bello lugar”.

29 de abril de 2009 7:39




El libro de la página en blanco

«Estimada Sra. McGregor:

Me agradará enormemente concentrarme en su caso y he de comunicarle que, por lo además, mis modestas capacidades ya me han permitido resolverlo. En su carta me refirió que vive con su esposo en el pueblo de Ganwick, de unos cien habitantes, varias millas al norte de Stirling. Me explicó usted que su localidad se encuentra en luto debido a la muerte de seis de sus vecinos. Al parecer, la librería del pueblo vendió una serie de ejemplares incluyendo una página en blanco que, según la prensa local, causa la muerte a quien se la encuentra a las tres de la tarde. Han arrestado a su esposo; por lo que me pide que esclarezca el caso. Permítame decirle que se trata de un sencillísimo ejercicio de deducción. Aunque no lo menciona en la carta, no es difícil suponer que el dueño de la librería no es otro que su esposo y que, pese a las aparentes pruebas en su contra, es sin duda inocente de los asesinatos. Así que me hice pasar por su marido, un respetable emprendedor escocés llamado McGregor, y visité las más eminentes editoriales de Londres, sin conseguir un resultado hasta que un pequeño negocio de cinco empleados a orillas del Thames llamó mi atención. El gerente me confirmó que había enviado un lote al nombre de McGregor la semana pasada, a Ganwick, en Escocia. Por desgracia, no les quedaba ningún ejemplar, pues las series que no llegan a vender terminan en el río. Al preguntar sobre los libros con páginas en blanco, el gerente me replicó que no sabía nada, indicándome la salida. Le agradecí su amabilidad y me fui, pero antes conseguí discretamente la copia del registro. Por supuesto, los libros no guardaban ninguna relación entre sí. Al llegar a casa me cambié de ropa y recorrí varias librerías del centro de Londres, donde comprobé que la edición de dichos títulos por la misma editorial era perfecta. Había agotado esta línea de investigación, y no creía que fuera obtener más información por parte de la editorial, por lo que ocupé el resto día en tocar el violín y fumar en mi sillón. Su carta decía que fueron seis los fallecidos; sin embargo, la lista incluía siete libros, como observé sin ninguna sorpresa, lo que significa que el hombre que habían detenido, el librero, su marido, estaba tan interesado en esos libros como sus vecinos. Pero, ¿por qué no le había afectado a él como a los demás, a la misma hora? Recuerdo que me decía usted que su marido es un hombre algo mayor y ligeramente encorvado, aunque su postura ha mejorado últimamente. Deduzco por lo tanto que solía leer en su escritorio, con el libro pegado a la mesa, y que su vista no es demasiado buena por lo que tiene que agacharse para leer. Pero ahora utiliza un atril, y a eso se debe su mejoría, y también debe de usar lentes, algo antiguas, que le ciegan al leer a la luz del sol. Por otro lado, un hombre que inicia una librería en una población tan pequeña ha de estar realmente interesado por su trabajo, por lo que sin duda dispondrá de distintos instrumentos que le permitieran analizar sus rarezas impresas. Lo que a usted le irritarán como sus manías le han salvado la vida a su esposo, ya que sus amigos murieron al calentarse una sustancia tóxica impregnada en la hoja, posiblemente mercurio. Me consta que intentaban leer un mensaje secreto mediante el viejo truco de resaltar el textro a contraluz, mientras que su esposo se propuso adivinarlo por otros medios. Recuerde que las autoridades no entendían por qué todos esos hombres morían al encontrarse una página en blanco a las tres de la parte. Yo le planteo otra cuestión: ¿Qué podían tener en común, para buscar dicha página a las tres de la tarde? Quizás crea que estoy fabulando. Ni mucho menos, estos caballeros habían recibido instrucciones de leer la hoja precisamente a esa hora, cuando más brillaba el Sol, con el fin de coordinar sus actividades. Lamentablemente, fueron engañados. Tengo pruebas de que quien la había escrito era el asesino. Es evidente que estos hombres pertenecían a una misma asociación o, cuanto menos, compartían una creencia. Pues bien, envíe un libro a la mencionada editorial, consiguiendo blanquear una hoja mediante un proceso químico que consiste en eliminar la tinta y en el que no voy a entrar en detalles, y le escribí un mensaje con tinta transparente en el que le pedía que concertara una cita. Al mismo tiempo le envíe una nota en el que me quejaba del mal estado del ejemplar y reclamaba uno nuevo, adjuntando mi dirección.
Al día siguiente recibí un telegrama anónimo:
“Querido hermano. Tenemos una conversación pendiente. Quizá no te reconozca” Al dorso aparecía la dirección de un local elegante del Soho. Acudí a la cita junto con mi colaborador y capturamos al gerente, un individuo llamado Stratholm que actuaba bajo nombre falso y que es, en realidad, uno de los principales coordinadores de actividad anarquista en Gran Bretaña. Resta decir que lo cogimos completamente desprevenido. En cuanto al móvil del caso, es simple y cruel: su esposo, que llevaba unos años colaborando con el grupo, escribió a la central para adscribir a sus amigos. Cuando Stratholm comprendió que la pequeña célula no era de fiar, decidió callarlos sin más. El género es tristemente célebre por su desdén hacia otras vidas humanas. Pero pronto pagará por sus culpas. Estoy seguro de que cuando reciba esta carta estará a punto de reunirse con su marido, que está siendo puesto en libertad. En cuanto al salario, mi trabajo es una recompensa en sí mismo. Dado que su marido deberá comparecer ante un tribunal y será declarado culpable de subversión, tendrán que pagar una sustanciosa multa; lo cual es, en suma, mucho mejor que la horca.
Suyo afectísimo

Herlock Sholmes»



Yo tuve uno.
Hace demasiado tiempo.
No, no miente la leyenda.

Tenía entonces once años y necesitaba leer.
Me costó creer lo que me esperaba al volver la página siete.
Una hoja en blanco en mis libros era peor que un hachazo.

Leía para no verlo.
Para olvidar sus gritos y evitar su mirada.

Su profesión liberal le permitía llegar a las tres.
Siempre a las tres.
Pero yo, a esa hora, estaba ausente.
Dentro de mis libros.

Salvo aquel día.
Aquella maldita página en blanco me lo impidió.

Y le oí.
Y le miré.
Y su mirada sucia me miró.

Tardé años en comprender.
Aquel día yo había muerto.


Mariluz
12 de mayo de 2009

14 de mayo de 2009, 23:45  

EL REENCUENTRO

Por fin en Escocia: donde eran oriundos mis padres. Como hijo y nieto de inmigrantes y nacido en el nuevo mundo somos un poco apátridas; siempre anhelantes de profundizar en aquellas historias, ver con nuestros propios ojos todo aquello que nuestros antepasados vivieron. Me identificaba muy bien con este país: fueron tantos años oyendo historias hermosas… Ese olor tan peculiar-¡olor a tierra mojada! y esa niebla que se confundía conmigo….me camuflaba entre el paisaje. Es difícil expresar lo que siento, es como el “reencuentro” como si todas aquellas caras que se me cruzaban por mi camino tuvieran algo que ver conmigo, como si los conociera y me conocieran de toda la vida. Todavía estaba en Edimburgo ¡preciosa ciudad! de ensueño y magia, con castillos, llena de romanticismo y embrujo. Se me acababa mi estancia y todavía me quedaba lo mejor conocer mi pueblo….”si mi pueblo”, pues me siento como si hubiera nacido allí. Quedaba al norte, un pequeño pueblo costero de mucha tradición pero que había sufrido la inclemencias del tiempo y también la perdida de muchos hombres y mujeres jóvenes que tuvieron que inmigrar a otros países por falta de medios para subsistir y también a consecuencia de las terribles guerras que azoto a Europa.
El viaje lo hice en tren, se me hizo un poco más pesado, pero pude ir deleitándome del paisaje tan verde, húmedo y azul. Llegue a Largs…así se llamaba, lo primero que hice fue dirigirme al hotel, para mí todo era novedoso, distinto claro venía de un país joven, y todo aquello me deslumbraba, y al mismo tiempo me sentía como si hubiera traspasado la línea del tiempo. Descanse un rato. Luego fui a conocer el pueblo y –pensé-….no es tan pequeño. Tenia mucha vida y mucho comercio. Al pasar por una de las calles principales había un local precioso…me llamo la atención. Era una librería antigua, nunca había visto nada igual. Entré para conocerla era rica en todos los sentidos: las paredes cubiertas de madera noble y tallada; el suelo de mármol rosa y blanco formando vetas que figuraban distintas formas y diseños; con unas grandes vidrieras de diversos colores y unas preciosas lámparas de cristal; además una escalera de caracol llena de ornamentación, y como no decirlo era rica en libros. Después de contemplar aquella maravilla, me dije –voy a comprar un libro-.
-Por favor, quisiera la biografía de María Estuardo-. Tenia capricho por ese libro pues se me había desfigurado ese personaje y como dice la leyenda sigue cabalgando por los campos de Escocia.
Ya en la habitación del hotel, me situé junto a la ventana: daba a la plaza mayor donde estaba el ayuntamiento con su torre y su gran reloj. Me puse a leer y después de un tiempo leyendo, levante la vista del libro, al oír las campanadas de las tres de la tarde, volví a bajar la vista y la hoja que tenia entre mis manos era blanca…..ohhhhhhh ¡que es esto!,-pensé- ¡era cierto!...NO ERA UNA LEYENDA. Note que palidecía, no podía respirar, oía la voz de mi abuela “en un pueblo de Escocia un hombre entro en una librería y compro un libro…….”

Guillermina Castañon

18 de mayo de 2009, 9:01  

MUERTE A LAS TRES15 de agosto
Me lo contaron nada más llegar a Portyork y por supuesto no me lo creí; pero la curiosidad me hizo encaminar a la librería “El óbito”. El librero, un hombre alto, delgado y huraño no quiso hablar del tema. Elegí El dr. Jekyll y mr. Hyde, que en su versión inglesa me llevaría algún tiempo. Quería alargar la intriga de la página en blanco el mayor tiempo posible.
Decidí comenzar a leerlo todos los días a las tres de la tarde y dejar el punto de lectura en la página recién terminada.
20 de agosto
Hoy apareció en la prensa local una escueta nota: 20 de agosto de 1982. Ha dejado esta vida Simon Douglas Smith, a las 3 en punto de la tarde, mientras leía Lanark.
Abandoné la lectura durante cinco días, pero pronto el suceso dejó de inquietarme.
El dr. Jekyll y mr. Hyde me había atrapado y leía a todas horas; ya no me importaba terminarlo. La librería seguiría allí y podría probar con otro libro; tampoco estaba obligado a regresar en una fecha determinada.
29 de agosto
Estoy finalizando el libro y no he encontrado la tan temida página.

Prensa local de Portyork: 30 de agosto de 1982. Ha dejado esta vida Daniel Gil Otero a las 3 en punto de la tarde mientras leía El dr. Jekyll y mr. Hyde.

Maria Jesús López López

18 de mayo de 2009, 9:03  

Entrada más reciente Entrada antigua Inicio